Carta del obispo de Astorga: «La familia, cuna de la vocación al amor»

Jesús Fernández González reflexiona sobre la Jornada de la Sagrada Familia, que la Iglesia celebra el 30 de diciembre

jesusfernandezgonzalez

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

3 min lectura

El próximo 30 de diciembre, la Iglesia celebra la Jornada de la Sagrada Familia. Aunque el calendario la desplaza hacia un día de diario, os invito a celebrarla, al menos en las parroquias principales. En cualquier caso, tendremos una celebración diocesana el lunes 26 de diciembre, a las seis de la tarde, en la Basílica de Ntra. Sra. de la Encina, en Ponferrada. Por supuesto, estáis invitadas a participar todas las familias.

Para animar e ilustrar la celebración, la Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida nos regala un mensaje con el título: “La Familia, cuna de la vocación al amor”. En este tiempo en que la Sagrada Familia se convierte en icono central de belenes y decoraciones familiares, contemplamos el misterio del Dios encarnado por amor hacia nosotros, y el de unos padres que arropan con cariño a su hijo, lo alimentan, lo protegen del maligno Herodes…

Cruzamos un desierto vocacional, con escasas vocaciones al sacerdocio, a la vida consagrada e incluso al matrimonio cristiano. En este contexto, la Subcomisión pone en valor la familia como ámbito en el que se acoge y se cultiva la vocación al amor llamada a expresarse en los distintos modos de vida. Ciertamente, el ser humano no puede vivir sin amar puesto que, sin amor, la vida pierde el sentido; pero esta llamada puede ser silenciada o al menos debilitada por ideologías y estrategias deshumanizadoras. Frente a ellas, recordemos la evidencia de que nadie ama más a los niños que sus propios padres. Por ello, han de ser ellos mismos los que creen las condiciones más favorables para que resuene en la conciencia de sus hijos la vocación al amor.

Todos recordamos con nostalgia aquellos tiempos en que los Seminarios de nuestra zona geográfica reunían en los cursos iniciales a más de cien niños. También echamos de menos aquellas familias que se sentían gozosamente honradas por tener un hijo sacerdote o consagrado. Pero hemos de evitar encerrarnos en la nostalgia de lo que ya no es y difícilmente volverá a repetirse. Tampoco conviene enredarnos en quejas estériles. Afrontemos la situación, conscientes de que, aunque es Dios el que llama, las familias pueden y deben facilitar la escucha y el seguimiento.

El Mensaje de la Subcomisión comparte con nosotros algunas tareas que ha de afrontar la familia para garantizar la felicidad de sus hijos y el bien de la Iglesia y del mundo. La fe en un Dios amor la hará creer que el plan que Dios ha trazado para sus hijos es el mejor y que su vocación es el amor. Por eso, los propios padres, harán de su hogar un espacio de amor, de escucha de la llamada de Dios, de discernimiento y de seguimiento. Ese testimonio parental que concibe la vida como una respuesta de amor a la llamada de Dios a amar, será decisivo para los hijos y para su planteamiento vocacional.

El hogar ha de ser también un ámbito de primer anuncio donde, no sólo se enseñan las primeras oraciones y las primeras nociones de la fe, no sólo se realizan las primeras prácticas religiosas, sino que se ayuda al hijo a crear un lazo afectivo con Jesucristo vivo, al que se considera como el miembro más importante de la familia: a él se le consultan las dudas, se le confían las situaciones más difíciles, se le pide perdón…

La educación familiar ha de poner también en valor las distintas vocaciones cristianas facilitando el contacto de los hijos con personas que encarnan esas vocaciones. Finalmente, frente a la tentación de ofrecerles una vida cómoda y hedonista, se les ha de dar la oportunidad de crecer en virtudes como la fortaleza y el espíritu de sacrificio. Sólo desde ahí podrán afrontar la vida con garantías de éxito y, sobre todo, responder a la vocación cristiana con coherencia y fidelidad.

+ Jesús Fernández González

Obispo de Astorga

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