Carta del obispo de Astorga: «Jesús se hizo pobre por nosotros»

Jesús Fernández González reflexiona en su escrito semanal sobre la Jornada Mundial de los Pobres, que la Iglesia celebra este domingo

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Redacción digital

Madrid - Publicado el

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En un contexto de grave dificultad causado por distintas crisis encadenadas y, particularmente, por la guerra de Ucrania, el domingo 13 de noviembre celebramos la VI Jornada Mundial de los Pobres, bajo el lema “Jesucristo se hizo pobre por vosotros” (cf. 2 Cor 8, 9). Este texto del Apóstol s. Pablo nos invita a fijar nuestra mirada en el Señor que, con su empobrecimiento voluntario, nos hace ricos.

El modelo de Cristo fue asumido de inmediato por los apóstoles. Como nos recuerda el Papa Francisco en su Mensaje para esta ocasión, cuando Pablo subió a Jerusalén para discernir junto a Pedro, Santiago y Juan sobre la posibilidad de imponer a los cristianos procedentes del paganismo la ley judía y, en concreto, la circuncisión, recibió la recomendación de que no se olvidara de los pobres. En atención a ella, organizó en Corinto una colecta.

Desde entonces, los domingos, los cristianos realizan este gesto atestiguado también por s. Justino: “Los adinerados y los que lo desean dan libremente, cada uno lo que quiere y lo que se recoge viene depositado con el sacerdote. Este socorre a los huérfanos, a las viudas y a quien es indigente por enfermedad o por cualquier causa, a los encarcelados, a los extranjeros… en resumen, tiene cuidado de cualquiera que esté en necesidad”.

Esta generosidad eclesial con los necesitados se viene expresando últimamente, como recuerda también el Papa Francisco en su Mensaje, en la acogida de millones de refugiados por parte de países que han mejorado su bienestar en los últimos tiempos. Pero, como sucedió también a la comunidad de Corinto, existe el peligro de que, con el paso del tiempo, aminore el entusiasmo inicial y la solidaridad decaiga.

El primer reto a superar es el de la debilidad de la fe que nos lleva a ignorar que hay una pobreza que libera y enriquece y otra que empobrece y mata. Un padre y doctor de la Iglesia como s. Juan Crisóstomo que fustiga a los cristianos que no son justos con los pobres indica lo siguiente: «Si no puedes creer que la pobreza te enriquece, piensa en tu Señor y deja de dudar de esto. Si Él no hubiera sido pobre, tú no serías rico; esto es extraordinario, que de la pobreza surgió abundante riqueza. Pablo quiere decir con “riquezas” el conocimiento de la piedad, la purificación de los pecados, la justicia, la santificación… Todo esto lo tenemos gracias a la pobreza».

Hacerse con esta pobreza que libera y enriquece, es la tarea de todo discípulo de Cristo, llamado a acabar con la riqueza que empobrece y mata: la que sufren las víctimas de la injusticia, la explotación y el injusto reparto de bienes. Para ello, debemos dejar de hacer retórica e involucrarnos directamente en la tarea. En primer lugar, necesitamos cambiar de vida, de modo que el dinero deje de ser un absoluto para nosotros. El excesivo apego a los bienes materiales, además de cercenar nuestra libertad, nos hace ciegos e insensibles a las necesidades de los pobres.

Tenemos también por delante otro reto importante: superar el asistencialismo. Lo denuncia el Papa Francisco, quien indica que hay que buscar nuevos caminos que superen políticas sociales «concebidas como una política hacia los pobres, pero nunca con los pobres, nunca de los pobres y mucho menos inserta en un proyecto que reunifique a los pueblos». El pobre no es un inútil, sino alguien capaz de despertarnos del letargo cuando extiende la mano solicitando nuestra ayuda. Dios quiera que no le fallemos.

+ Jesús Fernández González

Obispo de Astorga

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