Carta del obispo de Astorga: «Pisando tierra»
Jesús Fernández lamenta en su carta pastoral la pérdida de la cultura rural debido al éxodo de población a las ciudades
Madrid - Publicado el - Actualizado
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La fecha del quince de mayo, fiesta de s. Isidro, Día del Mundo Rural, se acerca de puntillas. Recuerdo mi etapa de presbítero en la diócesis de León; entonces, en la mayoría de las parroquias rurales, además de venerar la imagen del Santo labrador, se la procesionaba y se la acompañaba de rogativas suplicando el buen tiempo para las cosechas. Pero esta fiesta ha ido perdiendo fuelle al ritmo que decrecía la población rural y se difuminaba la cultura propia de este ámbito. El profesor de un colegio de ciudad me confesó en cierta ocasión: “me di cuenta de que la cultura rural se estaba perdiendo cuando mandé a los alumnos de una clase que pintaran un pollo y uno me lo pintó asado”.
El éxodo de población del mundo rural al urbano alcanzó su momento álgido hace décadas. Yo mismo lo he vivido en mi propia familia a principio de los años setenta. Eran tiempos en que abundaba la oferta de trabajo en territorios como el catalán, el madrileño, el vasco, incluso el asturiano. Muchas familias, cansadas de un trabajo duro y poco rentable, se fueron a la ciudad. Desde entonces, el goteo no ha cesado sumando nuevas razones: la accesibilidad a una mejor formación para los hijos, un horario de trabajo fijado de antemano y con posibilidad de disfrutar también de tiempo libre, el hastío de mirar constantemente al cielo viendo peligrar la cosecha, el atractivo del mundo del consumo…
Desde el quince de enero, estoy realizando la Visita pastoral a una zona eminentemente rural como es la de A Rúa, en la provincia de Ourense. He visitado algunas parroquias prácticamente vacías, otras con una menguada población y, las menos, con un grupo aceptable de habitantes. Uno de los motivos de esta presencia ha sido acompañar a los fieles de estas comunidades parroquiales, las más alejadas de la sede episcopal, y situadas en territorios montañosos de la Galicia profunda. Durante todo este tiempo he podido palpar sobre el terreno el desasosiego de la gente que llega a afirmar que se la quiere expulsar de su tierra. Así me lo expresó un ganadero que, queriendo coger agua de una fuente, trasladarla en una tubería hasta una pradera y regar el pasto necesario para su ganado, recibió de la administración la respuesta de que aquella agua la necesitaban los pájaros para beber. Otro ganadero se sorprendía de que, según la nueva Ley de bienestar animal, tenía que hacer un cursillo para tener perro.
En la mayoría de los ganaderos y agricultores de la zona cunde la impresión de que se concede más valor a los animales que a las personas. Aseguran que nadie mejor que ellos sabe cómo tratar a los animales, pues de su bienestar depende también el bienestar personal. Por eso, no se explican que unos burócratas sentados en un despacho con vistas a grandes avenidas, y regados con suculentos sueldos, les vengan a dar lecciones a ellos, bien experimentados en tratar con respeto al medio ambiente y a las criaturas.
A pesar de todo, a pesar de la despoblación, a pesar de la incomprensión de buena parte de las administraciones públicas y de un ecologismo ideologizado, estas personas siguen adelante con sus sueños. He escuchado y dialogado con alcaldes y con pedáneos preocupados de las personas, servidores atentos al bien de todos y no esclavos de recetas ideológicas, sin horarios, y haciendo de la calle su propio despacho. Me he encontrado con personas alojadas en residencias y con cuidadores ejemplares; con escolares y profesores comprometidos con la educación; con enfermos, personas mayores y solas alegres a pesar de todo. Y, por supuesto, me he encontrado con sacerdotes cercanos al pueblo de Dios al que sirven la luz de la Palabra, la vida de los sacramentos, el aceite del consuelo, sacerdotes queridos por la gente y en espera de nuevos brazos para trabajar en la Viña del Señor.
Nuestro mundo rural está agonizando y parece no importar a aquellos que gobiernan con un mando a distancia. Nuestros pueblos reclaman atención y servicios. También necesitan de una Iglesia cercana y servidora. Potenciemos la cultura rural valorando la fe, la sencillez, la familiaridad, el cuidado personal y ambiental, la buena vecindad. A s. Isidro se lo encomendamos.
+ Jesús Fernández González
Obispo de Astorga