Carta del obispo de Astorga: «Sigamos construyendo juntos»

Escrito semanal de Jesús Fernández González con motivo del Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar

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Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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El domingo 5 de junio, solemnidad de Pentecostés, la Iglesia celebra el Día de Acción Católica y del Apostolado Seglar bajo el lema “Sigamos construyendo juntos. El Espíritu Santo nos necesita”. La víspera, a partir de las once de la mañana, se reunirán en el Seminario Mayor de Astorga personas de estos ámbitos, así como participantes en el Sínodo en su fase diocesana, a cuya clausura procederemos con la Eucaristía que yo presidiré.

El Sínodo está siendo un tiempo de gracia que nos ayuda a crecer en comunión, participación y misión, notas esenciales de la Iglesia. Efectivamente, construir la Iglesia es una tarea fundamental a realizar en estos momentos de fuerte secularización y desvinculación social. Precisamente el lema de la Jornada pone el acento en esta construcción.

Levantar la Iglesia, “ciudad de Dios” en construcción, es tarea de todos los bautizados que requiere la comunicación, el diálogo, el entendimiento, de lo contrario, puede ocurrirnos lo mismo que les ocurrió a aquellos que se propusieron construir una torre que llegara al cielo: la torre de Babel; al final, fueron incapaces de concluirla por falta de entendimiento. Para que la construcción llegue a buen puerto, es necesario tener un proyecto, la cooperación entre los operarios y la supervisión y coordinación de la tarea que, en este caso, habrá de tener como protagonista al Espíritu Santo.

Hoy, además de la construcción, además de la implantación de la Iglesia allí donde no existe, se necesita su rehabilitación en países como España donde fue implantada hace siglos. Con frecuencia, en estos lugares, el Espíritu creativo de Pentecostés fue sustituido por normas y costumbres y sus comunidades fueron vaciándose de vida, llenándose de inercias y poblándose de aduanas para controlar la calidad de la fe a partir de criterios formales. Como ocurrió en Babel, también en este caso se llegó a la incomunicación e incluso al enfrentamiento.

Con posturas enfrentadas no podremos llegar a ningún lugar, por eso, debemos reivindicar el valor de lo que nos une y desechar el juicio injusto, la condena, las descalificaciones, las amenazas… Aunque a veces nos quejamos del daño que hacen a la Iglesia la cultura dominante y la presión ambiental, en realidad le hace más daño la división y el enfrentamiento que ya denunció en su tiempo S. Pablo: “Cuidado, pues mordiéndoos y devorándoos unos a otros acabaréis por destruiros mutuamente” (Gal 5, 15).

La comunión, cimiento de la comunidad y fuente de la participación y de la misión, no se puede sostener simplemente en la confesión verbal de las mismas verdades y en la adhesión a las mismas normas, se necesita el reconocimiento en las legítimas diferencias y la vida en fraternidad. No olvidemos que, como dice el Concilio Vaticano II, “la Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (LG 1).

Para reparar todas estas grietas en la comunión eclesial, necesitamos el auxilio del Espíritu Santo. Conviene también recordar que él nos necesita para llevar adelante la misión que el Señor encargó a todos los bautizados. En primer lugar, se nos pide comprometernos a redescubrir la vocación bautismal que nos hace iguales y corresponsables en la tarea evangelizadora y sanadora de los pecadores, de los pobres y de los enfermos. Se nos pide también la cercanía; sólo estando con los que sufren los rigores de esta vida haremos significativo el anuncio de Jesucristo y de la fe en él. Y, en definitiva, se nos reclama ponernos a la escucha, discernir la voz del Dios vivo, y seguir construyendo la Iglesia y el mundo según sus planes.

+ Jesús Fernández González

Obispo de Astorga

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