Carta del obispo de Ávila: «Teresa de Jesús, modelo de santidad siempre»
José Mª Gil Tamayo ofrece esta reflexión con motivo del Año Jubilar por el IV Centenario de la Canonización de La Santa
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Queridos hermanos de las Diócesis de Ávila:
En primer lugar, les deseo una feliz y provechosa Pascua de Resurrección en este año especial en que, además de seguir celebrando en nuestra diócesis el IV Centenario de la Beatificación de san Pedro de Alcántara, celebramos también el IV Centenario de la Canonización de santa Teresa de Jesús. La santidad se pone así en un primer plano de nuestra vida diocesana y por ello considero importante que, de manos de nuestra Santa, reflexionemos sobre ella, a la que todos estamos llamados en el seguimiento de Cristo.
Efectivamente, el 12 de marzo de 1622, el Papa Gregorio XV declaraba solemnemente la santidad de nuestra paisana, santa Teresa de Jesús, junto con la de san Ignacio de Loyola, san Francisco Javier, san Isidro Labrador y san Felipe Neri. Mediante ese acto de canonización, eran elevados al honor de los altares y se convertían así para todos los cristianos en modelos en quienes fijarse y en intercesores a los que encomendarse en el camino de la fe.
La Iglesia nunca ha dejado de invitar a sus hijos a ser santos. Ya en la Escritura se recoge explícitamente la exhortación de parte de Dios: «Sed santos, porque yo soy Santo» (1 Pe 1, 16; Lv 19, 2; 20, 26; cf. Mt 5, 48). Lo recordó con fuerza el Concilio Vaticano
II, diciendo: «todos los fieles cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre» (LG 11). Más recientemente, el año 2018, el Papa Francisco redactó uno de los más hermosos textos de su pontificado, la Exhortación Apostólica Gaudete et exultate, precisamente con el mismo fin: «para que toda la Iglesia se dedique a promover el deseo de la santidad» (GE 177).
Es sobre todo el Concilio Vaticano II, que en su Constitución Dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium le dedica íntegramente el capítulo V, el que ha impulsado y dado fuerza en la Iglesia de nuestro tiempo la llamada o vocación universal a la santidad al señalar que «es, pues, completamente claro que todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, y esta santidad suscita un nivel de vida más humano incluso en la sociedad terrena. En el logro de esta perfección empeñen los fieles las fuerzas recibidas según la medida de la donación de Cristo, a fin de que, siguiendo sus huellas y hechos conformes a su imagen, obedeciendo en todo a la voluntad del Padre, se entreguen con toda su alma a la gloria de Dios y al servicio del prójimo. Así, la santidad del Pueblo de Dios producirá abundantes frutos, como brillantemente lo demuestra la historia de la Iglesia con la vida de tantos santos» (LG 40).