Carta del obispo de Ciudad Real: «Encuentro de Jesús con la samaritana»

Gerardo Melgar reflexiona en su escrito de esta semana sobre el encuentro de Jesús con la samaritana y recuerda que hoy en día mucha gente «tiene sed» sin saberlo

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Redacción digital

Madrid - Publicado el

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La samaritana simbolizaría a todos los buscadores de Dios a través de sus errores y equivocaciones de la vida.

Jesús aprovechó para darle a conocer al verdadero Dios y la auténtica adoración que se le debe dar. Ha llegado la Hora en que a Dios se le puede adorar desde cualquier sitio, pero en espíritu y en verdad.

El verdadero y auténtico adorador es aquel que acoge la verdad de Dios y le responde mediante la fe en Él.

Jesús, a través del diálogo con aquella mujer, le va manifestando abiertamente quién es. Ella, poco a poco, va a descubrir quién es quien le habla y va respondiendo aceptando su revelación. Responde con su fe y la comunicando a sus convecinos a Jesús como el mesías que había de venir.

¿Qué nos está diciendo a nosotros hoy este pasaje del encuentro de Jesús con la samaritana?

Que hoy hay mucha gente que sin saberlo tiene sed:

— Sed de Dios.

— Sed de esperanza.

— Sed de sentido de la vida.

— Sed de amor.

— Sed de misericordia y perdón.

— Sed de algo de alguien que llene su vida.

Pero buscan saciar su sed equivocadamente, porque buscan un agua que no puede saciar dicha sed:

— El agua del materialismo, del tener y tener más y más, y nunca se ven hartos.

— El agua del placer pasajero, de pasarlo bien como objetivo único o principal de su vida.

— El agua del poder. Por el poder lo sacrifican todo: su moral, su familia, sus amistades.

Estas aguas dejan al ser humano y su alma vacía, y por eso sigue necesitando seguir buscando, porque la impronta de Dios la tiene puesta por el Creador en su creación y, como dice san Agustín: «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti».

Necesitan de alguien que les ayude a descubrir el verdadero don de Dios, la auténtica agua viva que sacie la sed que ni el tener ni el poder ni el gozar les sacia.

Ese alguien somos nosotros, los que hemos oído a Jesús hablar del agua viva, del don de Dios, y tenemos experimentado que realmente Dios es el único que no defrauda.

Somos nosotros, los que hemos encontrado el camino para saciar nuestra sed por medio de nuestra fe, por medio de la aceptación de su mensaje.

Pero, para poder manifestar nuestras experiencias, se nos exige una verdadera conversión que nos haga ser verdaderos adoradores y testigos de Dios, con una vida auténtica de fe y no adorando esos otros «diosecillos», que nunca sacian la sed.

Nosotros, que nos hemos encontrado con Jesús, que le adoramos en la eucaristía, hemos de comunicarlo con nuestra vida, desde nuestro compromiso, desde nuestro testimonio, a otros, para que también puedan creer en Él.

La vida cristiana es una continua revelación de Dios a nosotros, de lo mucho que nos quiere. Es una constante llamada a ser nosotros instrumento del que Dios se sirve para llamar a otros a la fe, instrumentos de la manifestación de Dios a los demás.

El Señor nos llama, a través de Cristo y su encuentro con la samaritana, a que descubramos a los demás que Él es al único que necesitamos para saciar nuestra sed, a que seamos testigos de que Dios es el que puede llenar nuestra vida y nuestra búsqueda.

Pidamos al Señor muchas veces en nuestra vida cristiana: danos, Señor, de esa agua, para que saciemos nuestra fe.

+ Gerardo Melgar Viciosa

Obispo Prior de Ciudad Real