Carta del obispo de Cuenca: «La familia es el “habitat” natural para el desarrollo integral de la persona»
José María Yanguas dedica su carta de la semana a las familias, con ocasión de la celebración del Encuentro Mundial de las Familias el pasado fin de semana
Madrid - Publicado el
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El pasado domingo 26 de junio se clausuró el Año de la Familia con la celebración en Roma del X Encuentro Mundial de las Familias. En nuestra diócesis cerramos el Año de la Familia con una Eucaristía en la parroquia de san Fernando. Pocos minutos antes de su inicio pudimos participar on line en el rezo del Ángelus con el Papa Francisco y con los fieles reunidos en la plaza de San Pedro.
El Papa quiso que, durante el pasado año, la Iglesia centrara su atención en la realidad de la familia y del designio divino sobre la misma. El fin es poner más de manifiesto aún la verdad y la belleza del matrimonio y de la familia. La celebración de este Año resultaba muy pertinente, dados los modelos de convivencia, que desde ya años, se van instalando entre nosotros. Los retos que sufre la familia cristiana no son solo los derivados de las dificultades que muchos encuentran para tener su propio hogar; de las estrecheces económicas que padecen; de los problemas de horario de trabajo que hacen difícil su conciliación con los deberes familiares; de las incomprensiones sociales y familiares que encuentran, a veces, quienes desean vivir su matrimonio según el Evangelio. La lógica del amor, de la entrega y del servicio que impregna la visión cristiana de matrimonio y familia chocan frontalmente con la que mira al otro como objeto para la satisfacción de los propios deseos; con la propia del usar y tirar; con la que prima sobre todo la obtención de placer, que rehúye todo sacrificio; con la que lleva a pensar que uno se ha equivocado solo porque han surgido las lógicas dificultades, las desavenencias por motivos fútiles, que parecen justificar la ruptura de los vínculos contraídos...
Sabemos que la familia es el “habitat” natural para el desarrollo integral de la persona; que es en ella donde se aprende a apreciar o valorar al otro simplemente por ser quien es: hijo, hermano, padre o madre; que es escuela de gratuidad, de servicio desinteresado, de entrega generosa; que es lugar de socialización donde es lema vivido, aunque no formulado, el “todos para uno y uno para todos”; que es espacio en el que se comparten alegrías y penas, triunfos y fracasos; donde se aprende a conjugar el “nosotros” y a salir del asfixiante círculo que tiene en su centro al yo.
El matrimonio y la familia son, además, camino de santidad; sendero con frecuencia amable, aunque, en ocasiones, arduo y empinado. Pero camino de santidad que es preciso recorrer, sabiendo que no faltarán errores y gestos de egoísmo, por los que habrá que pedir serena y humildemente perdón y disculpa a diario, sin ceder al desánimo y al pesimismo. Para recorrerlo contamos con la ayuda de Dios y con los abundantes medios sobrenaturales que Él ha puesto a nuestra disposición: la oración y los sacramentos, la Eucaristía en primer lugar; el necesario acompañamiento espiritual; la formación permanente; la ayuda de otros matrimonios y familias. Los medios sobrenaturales son los mismos para seguir hasta el final la propia vocación, sea cual sea. No es de recibo acudir a la fácil excusa del “no puedo”, “es demasiado para mí”, cuando no se han puesto los medios indispensables para conseguir lo que queremos. Suena a comodidad, a aburguesamiento. La perseverancia en el amor, en el espíritu de servicio, en una existencia que se hace don, entrega a los demás, requiere, junto a la gracia de Dios, vencimiento propio, dominio de sí mismo, libertad de espíritu frente a las pasiones que atan y esclavizan, impidiendo el don libre de uno mismo.
¡Qué gran servicio prestan a la sociedad las familias empeñadas en vivir la verdad del Evangelio sobe el matrimonio y la familia! Vale la pena recordar las palabras del Papa Francisco: ¡Qué importante es que los jóvenes vean con sus propios ojos el amor de Cristo vivo y presente en el amor de los matrimonios, que testimonian con su vida concreta que el amor para siempre es posible”.
+ José María Yanguas Sanz
Obispo de Cuenca