Carta del obispo de Lleida: «Tiempo de exámenes»
Salvador Giménez anima a todos los chicos y chicas que están terminando el curso y animan a los padres y decentes a ser comprensivos con ellos en este tiempo
Madrid - Publicado el
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Cuando escribo estas líneas me viene a la memoria mi preocupación y mis nervios de estudiante ante los exámenes del mes de junio. Eran unos días muy intensos que tenían como conclusión una alegría inmensa ante los aprobados y buenas notas o desengaños por no conseguir lo propuesto durante el largo curso que ahora terminaba.
En estos momentos tengo en la mente a todos los niños y jóvenes de nuestra familia diocesana que están pasando por una situación similar. Intranquilidad, nerviosismo, tensiones en sus corazones y en sus comportamientos que les provocan un exceso de contradicciones en las relaciones con sus padres y familiares; también con amigos y conocidos. Y no digamos las reacciones ante los profesores y directivos del centro docente que les han acompañado durante todo el curso.
También los adultos, sin pasar el calvario de los exámenes, tenemos períodos de reflexión para examinar nuestro interior, con el pasado y el presente, y analizar ideas, actitudes y comportamientos. Todos estamos sujetos a una evaluación. Cambiamos las palabras pero no podemos escapar de una constante revisión de nuestro obrar que es una consecuencia de lo que somos y a lo que aspiramos. Y tal como nos vaya en ese proceso terminamos con la alegría de haber mejorado o con la decepción del fracaso.
Las instituciones necesitan proyectos, realizaciones y valoraciones. Ese es el objeto de la reflexión colectiva que ha realizado nuestra diócesis y ha puesto de manifiesto en la última Asamblea celebrada hace tres semanas. Los participantes se han visto obligados en este final de curso a pasar un examen para afrontar un futuro donde la evangelización sea la realidad clave para vivir con coherencia y anunciar con mucha alegría el mensaje de Jesucristo. Como comunidad eclesial nos esforzamos en servir a nuestra particular y concreta sociedad con el fundamento vital que invade nuestra existencia. Y esa propuesta ha sido válida para todas las épocas. En la nuestra se nos exige autenticidad y coraje para un anuncio atractivo de lo que llevamos en nuestro corazón. Así es cómo contribuiremos a que nuestro mundo sea más digno y más solidario.
Alumnos, adultos e instituciones dedican estos días con más intensidad a evaluar todos los propósitos de un determinado período de manera precisa y sin perder la esperanza. Pero hoy nos centramos, como hemos dicho al principio, en los niños y jóvenes y me atrevo a sugeriros unos breves consejos para una práctica saludable en las relaciones familiares: sed comprensivos con los cambios de humor que se producen por la presión de los exámenes; tened mucha paciencia en el trato con ellos puesto que la educación es como el agua fina que penetra muy despacio en la tierra preparada; redoblad las muestras de afecto sin renunciar a la exigencia en el cumplimiento de sus obligaciones y responsabilidades; posibilitad tiempo de silencio y de reflexión para que puedan vislumbrar el camino de la superación y de la excelencia humana; no les prometáis regalos; dedicad como padres más tiempo para estar en compañía de ellos escuchando y hablando de sus planes, preocupaciones o dificultades; colaborad, si es posible por vuestra preparación, en el trabajo escolar que tanto les aprisiona en estos momentos. Lo que se hace de manera ordinaria durante el año y parece todo aceptable, puede saltar por los aires cuando impera el nerviosismo de unos u otros.
Un último consejo, si no el principal para todos los padres y las comunidades cristianas: presentad como principal modelo de actuación a Jesucristo que cuida y cura, que comprende y acompaña, que da sentido de vida y felicidad con sus palabras y gestos.
+ Salvador Giménez Valls
Obispo de Lleida