Carta del obispo de Mondoñedo-Ferrol: «Una permanente conversión»

Fernando García Cadiñanos dedica su escrito pastoral de esta semana a la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote

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Redacción digital

Madrid - Publicado el

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En la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote me ha parecido interesante escribiros esta carta de padre, hermano y amigo que nace del misterio de la vocación sacerdotal que compartimos. Me gustaría comentar con vosotros algunas de las ideas que sobre los sacerdotes se han dicho en la Asamblea Diocesana que acabamos de concluir. La idea surgió precisamente en el último Consejo Presbiteral que dedicamos a esta cuestión. Y lo quiero hacer en este día tan significativo en que, unidos a Cristo, damos gracias a Dios por este don que tratamos de vivir con enorme celo y responsabilidad, desde la clave del servicio al sacerdocio común de todos los bautizados.

Sabéis que el sábado pasado, en el marco de Pentecostés, concluíamos la Asamblea Sinodal. Lo hacíamos recogiendo todas las propuestas recibidas. Como soplo del Espíritu, queríamos descubrir en ellas un sueño de Iglesia que fija las claves fundamentales que deseamos para nuestra diócesis. Insinuaciones que, no hace falta deciros, dependen en gran parte de nuestro quehacer como presbíteros. Como en otras ocasiones os he dicho, la conversión pastoral de nuestra Iglesia, que durante estos meses de proceso sinodal hemos reflexionado, pasa, en gran medida, por la conversión de los propios sacerdotes.

Me ha alegrado enormemente el aprecio y agradecimiento que, en la mayoría de las propuestas y comentarios, se expresa hacia el trabajo de los sacerdotes. Como servidores de la comunidad se valora su compromiso y entrega, su sabiduría y su ministerio, su saber estar y acompañar, su vida gastada y desgastada… En definitiva, su ministerio y vocación. Hemos sabido dejar caminos de poder para seguir la senda estrecha y feliz del servicio. Gracias a ello, la Iglesia hoy puede seguir ofreciendo a las presentes generaciones el mejor regalo que alberga: el tesoro del mensaje de Jesús y su Evangelio, camino de esperanza y caridad para el hombre de todos los tiempos. Así lo decía Jesús en la oración sacerdotal que estos últimos días hemos meditado: “Padre Santo, no sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos” (Jn 17, 20).

Este agradecimiento, si cabe, lo reconocen para los sacerdotes más mayores. Ellos han tenido que adaptarse especialmente en una época de cambios profundos, dando lo mejor de sus vidas. Son conscientes también de los esfuerzos que hacéis en esta etapa compleja por manteneros fieles a la llamada. Aun así os piden que sepáis medir vuestras fuerzas y asumir los tiempos de la edad. Como vuestra vida sin duda ha sido una permanente renovación, tampoco os extrañará esto y el resto de aspectos que señalaré, aunque vosotros lo veáis ya con la paz, la serenidad y la lógica de una sabiduría adquirida en vuestra larga vida.

En efecto, junto al agradecimiento también se nos han ofrecido propuestas de conversión que hemos de saber escuchar y acoger. Son ideas que me parece interesante encajar dentro de los caminos de corrección fraterna que el Señor nos invitó a recorrer en el seno de una comunidad cristiana que quiere ser adulta. Algunas hacen referencia a los estilos, al fondo; otras a propuestas concretas e iniciativas particulares. Permitidme que os las enuncie en este día con el ánimo de alentar y provocar.

Es cierto que si nuestra Iglesia nos llama a ser una Iglesia sinodal, hemos de reflexionar sobre nuestro propio estilo sacerdotal en la comunidad. Seguidores del Siervo y del Pastor, nuestra vida no puede ser muy distinta. Ello conlleva cuidar actitudes fundamentales como son la escucha atenta a Dios, al mundo y a la Iglesia en su pluralidad; el diálogo como herramienta básica en la pastoral; el trabajo en equipo, integrando las diferentes vocaciones y carismas; la acogida a todos, especialmente a los diferentes y excluidos; la disponibilidad y el espíritu de servicio, que nos alejan del clericalismo; la comunión en el ámbito de lo diocesano y arciprestal; la trasparencia en la gestión de lo que realizamos; la corresponsabilidad en el desempeño de las tareas; la priorización de urgencias de futuro sobre realidades que no son tan importantes... En definitiva, significa creer, querer y hacer esfuerzos por “caminar juntos”, sintiendo el gozo de pertenecer al Santo Pueblo de Dios. Un Pueblo que quiere “salir” más allá del ámbito de los templos para visibilizarse en el ámbito de lo público y descubrirse como agente de desarrollo integral, de caridad y de esperanza.

Soy consciente, como aparece también en las conclusiones, de lo recargados que estamos por la escasez de presbíteros y la carga de parroquias; de las prisas con que vivimos el ministerio; de la prioridad que damos al culto y a las celebraciones; de la soledad con la que se vive el ministerio, a veces al margen de los otros compañeros y sin la calidez de una comunidad; de la situación de infecundidad que atravesamos en medio de la indiferencia generalizada; de la falta de madurez de parte de nuestro laicado… Dificultades que acrecientan más mi agradecimiento a vuestra vida y la necesidad que tenemos de sentirnos dichosos dejándonos llevar por el Espíritu. Y con él, delante del Señor, en auténtico espíritu de discernimiento, volver a ratificar nuestro sí confiado, preguntándonos cómo vivir hoy nuestro sacerdocio en la escuela del Señor.

Nuestra gente nos pide, junto a esas actitudes, también cosas más concretas: como que cuidemos las homilías, para que generen ilusión; que nuestras celebraciones sean más cálidas y acogedoras; que promovamos instrumentos de comunión (consejo pastoral y consejo económico); que dediquemos más tiempo a estar con la gente, en los lugares donde vive y está; que fomentemos la formación del laicado y de los agentes de pastoral; que vivamos la comunión de criterios comunes en UPA y arciprestazgos; que nos alejemos de formalismos y ritualismos para ser espejos de misericordia y alegría; que demos un protagonismo especial a la mujer…

Sin duda, aspectos que tantas veces hemos escuchado y sobre los que hemos reflexionado y orado ante el Señor. Pidamos el baño del Espíritu que llenó el único sacerdocio de Cristo para que nos ayude a seguir entregándonos con gozo y generosidad. En este día quiero dar gracias a Dios por cada uno de vosotros y quiero animaros en vuestro camino y proyecto sacerdotal. La Asamblea también nos ha invitado a repensarnos en nuestro ministerio, así como nos ha ayudado a pensar “no otra Iglesia, sino una Iglesia otra”.

Rezo por y con vosotros. Os pido que también vosotros lo hagáis. Vuestro hermano y amigo.

+ Fernando García Cadiñanos

Obispo de Mondoñedo-Ferrol

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