Carta del obispo de Segovia: «El Cordero de Dios»
En su carta pastoral de esta semana, César Franco explica el significado de la expresión con la que Juan el Bautista se refirió a Jesús
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Concluido el tiempo de Navidad, la Iglesia comienza el Tiempo Ordinario, que es el ciclo litúrgico más largo del año. Se interrumpe cuando celebramos la Cuaresma, la Semana Santa y el tiempo Pascual, y se retoma después hasta el fin del año litúrgico con la fiesta de Cristo Rey. Este tiempo se centra en el ministerio público de Jesús, en su predicación y milagros, que son el signo del Reino de Dios. En este domingo Juan Bautista presenta a Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Una imagen que dice poco a quienes desconocen el simbolismo que el cordero tiene en la Biblia y la historia nómada del pueblo de Israel. Incluso si preguntamos a quienes participan en la Eucaristía sobre las palabras que dice el sacerdote antes de repartir la comunión al pueblo —«este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo»— seguramente muchos no sabrían qué responder.
Sabemos que en la fiesta de Pascua los judíos sacrificaban un cordero, como recuerdo de la salida de Egipto, cuando, por orden de Moisés, los israelitas inmolaban un cordero con cuya sangre marcaban los dinteles de sus puertas. De esta manera, cuando pasaba el ángel exterminador, respetaba la casa de los judíos sin matar a los primogénitos judíos. La sangre del cordero se convirtió en un signo de liberación y salvación. También se ofrecían corderos en el templo de Jerusalén como sacrificios de paz y de expiación. El cordero, por tanto, adquirió un simbolismo de redención y de ofrenda por el pecado.
Hay una escena en la Biblia que ayuda a entender aún mejor el significado del título dado a Jesús como «Cordero de Dios». Me refiero a la historia de Abrahán, a quien Dios le pide que le ofrezca en sacrificio a su hijo Isaac. Cuando Abrahán e Isaac van de camino hacia el monte del sacrificio, el hijo, extrañado porque llevan la leña y el fuego para la inmolación, pregunta a su padre: «¿dónde está el cordero para el sacrificio?». Su padre le contesta escuetamente: Dios proveerá. Y así fue: en el momento dramático en que se dispone a ofrecer a su propio hijo, un ángel le detiene y le muestra un cordero enredado en la maleza, que se convirtió en la ofrenda sacrificial.
En la tradición cristiana, ese cordero se ha presentado como figura o tipo de Jesús, el único que puede ofrecer a Dios el sacrificio perfecto, como dice la carta a los Hebreos en relación con los sacrificios del templo de Jerusalén que eran incapaces de perdonar los pecados del pueblo. Solo la entrega de Jesús por amor a Dios y a los hombres puede reconciliarnos con Dios de modo perfecto y reparar el pecado del mundo, que alcanza a todos los hombres. Por eso, Juan Bautista no dice que Jesús quita «los pecados del mundo», sino «el pecado del mundo».
Cuando Jesús celebró la cena pascual con sus discípulos, según el rito establecido, comió con ellos el cordero pascual, sacrificado la víspera de la fiesta y recordaría la historia de la liberación de Egipto. Según los estudiosos, además de esto, utilizaría el símbolo del cordero para hablar de sí mismo y de su entrega en la cruz, que, como es evidente, no era un rito litúrgico. Pero esta interpretación de Jesús, como la que hizo del pan y del vino de pascua, quedó grabada en la memoria de los apóstoles como algo esencial a la eucaristía instituida por él. Y, después de la resurrección, comprendieron todo el simbolismo que comportaba la imagen del cordero aplicada a Jesús. De ahí que san Pablo, escribiendo a los Corintios, les recuerda la fiesta de pascua que habían celebrado recientemente y dice: «ha sido inmolado nuestro cordero pascual, Cristo» (1 Cor 5,7). Es evidente que los primeros cristianos confesaban con este título el gran misterio del que quita el pecado del mundo.
+ César Franco
Obispo de Segovia