Carta del obispo de Segovia: «¿Quién busca a quién?»

Al hablar del sínodo, decimos que se trata de caminar juntos pero a veces olvidamos un dato esencial: Jesucristo ha venido, como caminante, a hacer el camino con nosotros

cesarfrancomartinez

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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El encuentro del publicano Zaqueo con Jesús, que hoy se lee en el evangelio, se sitúa en el evangelio de Lucas casi al final del viaje de Jesús a Jerusalén en una sección llamada el «evangelio de los excluidos», que conecta con las parábolas de la misericordia. Aunque al principio del relato, Zaqueo «trata de ver quién era Jesús», pues la gente se lo impedía por su baja estatura, es Jesús quien se encuentra con él y se invita a comer en su casa. El que buscaba a Jesús ha sido encontrado por él.

Dice F. Bovon, uno de los mejores comentaristas de Lucas, que esta escena, tan parecida a la del publicano Mateo, «representa la quintaesencia del evangelio entero». Así lo indican las últimas palabras de Cristo: «El Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido». Así es. Zaqueo estaba perdido y ha sido salvado por Jesús, que, sin atender a las críticas de los fariseos, entra en la casa de un pecador público y come con él, saltándose las normas para los maestros de la ley. Dice san Agustín que Cristo ha venido a sentarse en la mesa de nuestra pobreza. Esto es lo que ocurre en casa de Zaqueo.

El relato, escrito con mucha concisión no exenta de humor, se convierte en un paradigma del modo de proceder de Dios. Si observamos la narración, en ella se juntan dos estrategias: la de Zaqueo y la de Jesús. Zaqueo quiere ver a Jesús y busca todos los medios para hacerlo, hasta subirse a un sicomoro. Pero Jesús también tiene la suya: pasar por donde estaba Zaqueo, levantar la vista hacia él y decirle: «Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy permanezca en tu casa» (Lc 19,5). Cada palabra de esta frase revela la estrategia de Dios: hay un plan divino que es necesario cumplir; una prisa por llevarlo a cabo; un permanecer en casa del pecador. Estas expresiones tienen para Lucas un significado especial: Dios tiene un plan con los hombres; para llevarlo a cabo no pierde tiempo, muestra prisa, como María cuando fue con prisa en ayuda de su prima Isabel; y Dios no hace visitas de cortesía, permanece en la casa. Es muy probable que Jesús pernoctara en casa de Zaqueo aquel día, de modo que tuvieron tiempo de hablar larga y tranquilamente. En esta escena vemos a Cristo en acción, él es el Evangelio vivo de la gracia que trascurre entre las circunstancias humanas y sociales de Jericó. Lo vemos buscando al pecador.

Como he dicho, esta escena es un paradigma de todo encuentro salvador. San Pablo dice que fue encontrado por Cristo, atrapado por él. Dios busca al hombre, haciéndose compañero de camino. Al hablar del sínodo, decimos que se trata de caminar juntos, en la misma dirección. Pero a veces olvidamos un dato esencial: Jesucristo ha venido, como caminante, a hacer el camino con nosotros. Sin esta iniciativa de Dios, sería imposible el camino sinodal, pues el hombre iría cada uno por su lado, como enseña el relato de la torre de Babel. El evangelio de Zaqueo nos invita a aprender la destreza de Dios en la búsqueda del hombre. Más allá de planes y proyectos, está la irrenunciable misión de buscar con prisa a los pecadores, tener la audacia de mirarlos a la cara y comer con ellos para hacer realidad lo que decía san Ireneo: la gloria de Dios es que el hombre viva. Eso dijo Jesús: «Hoy ha entrado la salvación en esta casa». Para hacer esto, es preciso reconocer algo que no está de moda: que el hombre es un pecador perdido. Decir esto parece un insulto, una prepotencia de gente que se cree justa. No es así: sencillamente es el reconocimiento de que todo hombre necesita la cercanía de Dios, su empatía con nuestras circunstancias, y el anuncio gozoso de que Dios tiene prisa por trasformar nuestra vida como trasformó la de Zaqueo.

+ César Franco

Obispo de Segovia