Carta del obispo de Tarrasa: «Descansar para rehacer fuerzas»

Salvador Cristau Coll se despide de sus fieles hasta después del verano y les anima a aprovechar este tiempo para «reponer fuerzas y reforzar los vínculos familiares y de amistad»

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Redacción digital

Madrid - Publicado el

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Esta semana he tenido ocasión de visitar los campamentos que ha organizado por primera vez la Delegación de Juventud para adolescentes en Tortosa y en los que han participado cerca de 130 chicos y chicas. Y mañana lunes inicio la peregrinación a Santiago de Compostela con 330 jóvenes de la diócesis para participar en la Peregrinación Europea de Jóvenes. Una vez se termine esta peregrinación el próximo domingo, procuraré también realizar algunos días de descanso. Hoy, en esta última reflexión del curso, quería hablaros precisamente sobre el tiempo de vacaciones.

Es verdad que el ser humano necesita tomar un tiempo de parada y de descanso. No podemos olvidar lo que nos dice la Sagrada Escritura en el libro del Génesis: “El séptimo día, Dios había terminado su obra. El día séptimo, pues, descansó de toda la obra que había realizado. Dios bendijo el día séptimo y lo hizo un día sagrado, porque aquel día descansó de su obra creadora” (Gn, 2,2-3).

La vida frenética y quizá agobiada que demasiado a menudo llevamos aconseja, casi como una necesidad, hacer un alto en el camino para rehacer fuerzas. Es un tiempo para cultivar las relaciones personales, para dedicar más tiempo a la familia, para leer lo que durante el curso no ha sido posible hacer, y también un tiempo para reflexionar y rezar más, si cabe.

Si las vacaciones son un tiempo para rehacerse, debemos ser conscientes de qué fuerzas queremos rehacer y necesitamos rehacer, qué es lo que cada uno debemos cuidar para vivir más y mejor como hijos de Dios y hermanos unos de otros.

Para mucha gente las vacaciones son un tiempo propicio para encontrarse toda la familia, para pasar más tiempo juntos y hablar sobre muchas cosas que durante el curso resulta complicado de hacer por el ritmo que cada uno lleva. Un tiempo para profundizar en la relación entre padres e hijos, y también con los abuelos, para hacer más cosas juntos y pasar tiempo juntos, estrechando aún más los vínculos familiares. También es un tiempo para cultivar la amistad con otras familias y amigos, con quienes durante el curso apenas hemos podido encontrarnos.

Pero también debe ser un tiempo para dedicar, además de a la familia, a la relación con uno mismo y con Dios. Para realizar algunos días de retiro o de ejercicios espirituales en un monasterio o en una casa de espiritualidad. O incluso en medio de la familia dedicando algún día a la contemplación de la obra de la creación. Con demasiada frecuencia durante el año tenemos presente a Dios pero no como Él se merece y también como necesitamos nosotros para nuestra vida cristiana. Nos puede ayudar releer el evangelio o algún otro libro de provecho espiritual que oxigene a nuestros pulmones con el aliento divino.

Otros todavía dedicarán tiempo al compromiso solidario, a hacer algún tipo de voluntariado, aquí o en el tercer mundo, con gente necesitada que seguro les llenará interiormente y les ayudará a vivir que la solidaridad nos ayuda a sentirnos hermanos e hijos de Dios, o a participar en alguna tanda de colonias o campamentos, que también se realizan durante el mes de agosto.

Sea como fuere, tenemos muchas oportunidades para reponer fuerzas y reforzar los vínculos familiares, de amistad y de compromiso con los demás y especialmente con Dios. Aprovechemos pues, en la medida de lo posible, estas oportunidades que se nos dan y nos reencontraremos todos juntos en el mes de septiembre en un nuevo curso en nuestra diócesis, en cada parroquia, en cada grupo, movimiento o institución de la Iglesia. ¡Que disfrutéis todos de un buen verano!

+ Salvador Cristau Coll

Obispo de Tarrasa

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