Carta del obispo de Tarrasa: «San Carlos de Foucauld, el hermano universal»

Con motivo de las canonizaciones que tendrán lugar hoy en el Vaticano, Salvador Cristau dedica su carta al poco conocido beato Carlos de Foucauld

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Redacción digital

Madrid - Publicado el

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Hoy, quinto domingo de Pascua, el Papa Francisco canonizará en Roma al Beato Carlos de Foucauld. Pero éste es un santo no muy conocido, ¿quién era Carlos de Foucauld?

Nacido a mediados del siglo diecinueve en Estrasburgo, Francia, de una familia noble, entró a los veinte años en la academia militar. En esa edad ya se había alejado de la fe, había dejado de creer en Dios.

Fue a Argelia como oficial del ejército donde vivió una vida de agitación y desorden. Deja después el ejército para dedicarse a la exploración del desierto de Marruecos y Argelia y queda fascinado por la fe sencilla del pueblo musulmán. Vuelve a Francia, atormentado por el deseo de cambiar su vida, buscaba la verdad y repetía a menudo: “Dios mío, si existes, haz que te conozca”.

Por fin, en 1886, una vez vuelto a París le pide a un sacerdote de la iglesia donde él iba a pasar largos ratos que le dé clases de religión. Pero el sacerdote le dice que lecciones de religión no, que se confiese, y lo hace. Y todo cambió para él a partir de ese momento. “En cuanto creí que Dios existía, comprendí que sólo podía vivir para Él”.

A partir de ahí comienza un largo camino en lel que va a Tierra Santa, entra en dos monasterios trapenses, uno en Francia y otro en Siria, después va a Roma, pasa un tiempo en Nazaret, es ordenado sacerdote, intenta fundar una comunidad religiosa, los ermitaños del Corazón de Jesús, y por fin después de años regresa a Argelia para vivir en medio del desierto, él solo como ermitaño, adorando al Santísimo Sacramento en la soledad del desierto. Murió asesinado el día 1 de diciembre de 1916, en la puerta de su ermita en Tamanrasset.

Quería imitar a Jesús, quería reproducir en su propia existencia la vida de Jesús. Lo hizo, al principio, yendo a vivir a Tierra Santa, a la tierra de Jesús y los apóstoles. Luego, poco a poco, su fe se fue purificando, maduró, comprendió que el sitio geográfico no era esencial. Comprendió que debía vivir la vida de Jesús todos los días. Y vivir interiormente esa comunión con Jesús. Por eso fue al Sáhara, donde vivió entre soldados franceses, bautizados pero no creyentes, y entre musulmanes. En ese contexto quiso ser otro Cristo. Ser un hermano universal, un signo para ellos de un amor universal.

Estas palabras suyas expresan muy bien el sentido de su vida y de su vocación que fue descubriendo a lo largo de los años:

“Toda nuestra vida, por muda que sea, la vida de Nazaret, la vida de desierto, como la vida pública, debe ser una predicación del Evangelio por el ejemplo; toda nuestra existencia, todo nuestro ser, debe gritar el Evangelio desde los tejados; toda nuestra persona debe respirar a Jesús, todos nuestros actos, toda nuestra vida deben gritar que nosotros somos de Jesús, deben presentar la imagen de la vida evangélica; todo nuestro ser debe ser una predicación viva, un reflejo de Jesús, un perfume de Jesús, un grito de Jesús, que haga ver a Jesús, que brille como una imagen de Jesús…”

Que San Carlos de Foucauld interceda por todos nosotros. Es conocida una oración suya, una oración de abandono que nos puede servir a todos:

“Padre mío,

me abandono a Ti.

Haz de mí lo que quieras.

Te doy las gracias, hagas de mí lo que quieras,

estoy dispuesto a todo,

lo acepto todo.

Con tal que tu voluntad se cumpla en mí

y en todas tus criaturas,

no deseo nada más, Dios mío.

Pongo mi vida en tus manos.

Te la doy, Dios mío,

con todo el amor de mi corazón,

porque te amo,

y porque para mí amarte es darme,

entregarme en tus manos sin medida,

con infinita confianza,

porque Tú eres mi Padre.

Amén.

+ Salvador Cristau Coll

Obispo de Tarrasa

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