Carta del obispo de Tarrasa: «Un tal Zaqueo»

Muchos de nosotros somos cristianos desde pequeños, pero no conocemos a Jesús, nunca nos hemos encontrado personalmente con Él

salvadorcristau

Redacción digital

Madrid - Publicado el

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¿Sabemos quién era Zaqueo? ¿Hemos pensado alguna vez que también nosotros somos un "Zaqueo"? De hecho, todos lo somos un poco, aunque no lo sepamos. El del evangelio de hoy era un hombre muy metido en el mundo, era un cobrador de impuestos, un publicano, un pecador. Jesús pasó por su vida y su vida se transformó y cambió por completo.

Desde el principio, Dios ha pasado y pasa por la vida de los hombres que ha creado. En el libro del Génesis se describe cómo, después del primer pecado, Dios se paseaba por el paraíso. Dios nunca ha dejado el mundo que ha creado, nunca nos ha abandonado a pesar de nuestro pecado. La Escritura nos dice que “Cuando el hombre y la mujer oyeron los pasos del Señor Dios que se paseaba por el jardín al aire fresco de la tarde, se escondieron en medio de los árboles del jardín, para que el Señor Dios no les viera” (Gn. 3, 8).

Durante siglos, en el Antiguo Testamento, Dios estuvo siempre cerca de su pueblo y les hablaba. Y al fin, vino Él mismo hecho hombre, con una carne como la nuestra para hablarnos con voz humana, para dar su vida y llevarnos a la salvación. Nos lo recuerda muy bien la carta a los cristianos hebreos: “En muchas ocasiones y de muchas maneras, Dios antiguamente había hablado a los padres por boca de los profetas; pero ahora, en estos días, que son los definitivos, nos ha hablado a nosotros en la persona del Hijo, por medio del cual ya había creado el mundo” (Hbr. 1, 1-2).

Y aquel Hijo de Dios que vino a nuestra tierra, hecho hombre, nacido de María Virgen y que habló con voz humana, es el mismo que pasó un día por la vida de Zaqueo, y es el mismo que ha pasado también por nuestras vidas.

La narración del evangelio de hoy nos dice que “un día Jesús entró en Jericó y “un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, intentaba ver quién era Jesús, pero el gentío le privaba la vista porque era pequeño de estatura” (Lc. 19, 3). Quería ver a Jesús, conocer quién era Jesús. Al contrario que Eva y Adán, que se escondían de Dios, este hombre quería conocer a Jesús, lo buscaba, “entonces, para poder verlo, corrió adelante y se encaramó a un árbol en el lugar por donde Jesús tenía que pasar” (Lc. 19,4).

Y cuando Jesús llegó a aquel lugar levantó los ojos y le dijo: «Zaqueo, baja deprisa, que hoy debo quedarme en tu casa» (Lc. 19, 5). Al leer este texto nos admira el gesto de Jesús y la respuesta decidida y generosa de Zaqueo.

Sí, de hecho, cada uno de nosotros somos también unos “Zaqueos”. Porque Jesús ha pasado y sigue pasando también ahora por las calles de nuestra vida. Puede ser que no lo hayamos buscado mucho, pero Él estaba allí y se ha fijado en mí. Me ha mirado y me ha dicho: "Hoy tengo que quedarme en tu casa".

“Zaqueo bajó enseguida y lo recibió contento”. La alegría es el resultado del encuentro con Jesús. Muchos de nosotros somos cristianos desde pequeños, pero no conocemos a Jesús, nunca nos hemos encontrado personalmente con Él. Y puede ser que no tengamos verdaderamente deseo de conocerlo de verdad.

Aquel hombre recibió también en su casa a sus amigos, cobradores de impuestos y pecadores como él. Zaqueo, un pecador, como también Eva y Adán, como también nosotros.

No sé si siempre le hemos buscado y hemos recibido a Jesús enseguida y con alegría. Pero Él sí que nos ha llamado por nuestro nombre y se ha ofrecido a vivir con nosotros. No sé tampoco si nos hemos acordado de los hermanos más pobres y necesitados, para invitarles a estar también con Jesús. No sé si hemos compartido lo que tenemos con los demás. Pero no lo dudéis, ésta es la alegría verdadera del Evangelio, encontrarnos con Jesús e ir con Él y con nuestros hermanos pecadores como nosotros. Porque "el Hijo del hombre ha venido a buscar ya salvar lo que se había perdido".

+ Salvador Cristau Coll

Obispo de Tarrasa