Carta pastoral de Mons. Ángel Pérez Pueyo: La religiosidad popular (I)
El obispo de BarbastroMonzón sigue reflexionando sobre las características de su diócesis preparando la 'Visita Ad Limina' con el Santo Padre
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En una diócesis de contrastes como la nuestra, donde coexisten grandes poblaciones con pequeños pueblos, el llano con la montaña, jóvenes y mayores, donde el carácter recio de sus pobladores, labrado por la dureza del territorio y el clima, se transforma en acogedor y de corazón abierto, la “Piedad Popular” propicia, como afirma san Juan Pablo II, un nexo de unión con la FE que comparten cada una de las personas que habitan cualquier rincón de su geografía. No se contrapone a la centralidad de la Sagrada Liturgia, sino que, favoreciendo la fe del pueblo, que la considera como propia y natural expresión religiosa, predispone a la celebración de los Sagrados misterios.” (cf. San Juan Pablo II, Mensaje a la Asamblea Plenaria de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, 21 de septiembre de 2001). Ciertamente, puede decirse que en cada lugar existe una cofradía que transmite, mantiene vivo y hace patente el proyecto de evangelización.
La celebración de la Semana Santa, las fiestas patronales, las romerías, los encuentros y las celebraciones se extienden como una mancha de aceite a lo largo de nuestro territorio, en el que conviven citas declaradas “Fiesta de Interés Turístico Nacional”, como la Semana Santa de Barbastro, junto a otras más modestas pero no menos sentidas, queridas y participadas.
Esta es la universalidad que manifiesta la “Piedad Popular”, reflejo del sentir de los cristianos, de los cofrades, en las calles, en las plazas, en una diócesis que atesora siglos de historia, que convive, que comparte la mirada a las personas, a la Fe, dispuesta a recibir, acoger y mostrar “su” Semana Santa, sus celebraciones, a todos los que la habitan y a los que la quieran visitar. En esta labor nos dejamos guiar por las palabras de Jesús de Nazaret: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor”. (Mt. 11, 25–26).
Así es. Las cofradías congregan a esta gente sencilla, que no esconde el talento recibido en un hoyo en la tierra, sino que se hace transmisora de la buena noticia, siendo verdaderos evangelizadores, de manera humilde, actuando como el que encuentra un tesoro escondido en el campo y vende todo lo que tiene para comprar aquel campo. El Papa Benedicto XVI, en su discurso dirigido a la Confederación de Cofradías de las diócesis de Italia, nos recuerda que: “Las cofradías no son simples sociedades de ayuda mutua o asociaciones filantrópicas, sino un conjunto de hermanos que, queriendo vivir el Evangelio con la certeza de ser parte viva de la Iglesia, se proponen poner en práctica el mandamiento del amor, que impulsa a abrir el corazón a los demás, de modo especial a quienes se encuentran en dificultades”.
La vida de nuestras cofradías y hermandades se ha venido desarrollando a lo largo del tiempo intentando cumplir de la mejor manera posible y con la buena voluntad de sus miembros los fines para los que se constituyeron y que figuran en sus estatutos. Han sido capaces de vencer las situaciones de dificultad y hasta de desánimo a la hora de afrontar los problemas, vicisitudes y cambios normativos que se han ido produciendo en su entorno y en los fundamentos de su actividad.
Con mi afecto y bendición,
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