Me comprometo
Salvador Cristau Coll reflexiona en su carta de esta semana acerca del compromiso, algo que hoy en día se entiende y acepta con dificultad, según el prelado
Madrid - Publicado el
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Ésta es una expresión que difícilmente se entiende hoy en día. Y lógicamente menos se acepta. No se entiende que se tenga que tomar un compromiso de por vida, pase lo que pase. En el matrimonio por ejemplo se toma un compromiso así, "en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad... toda la vida" se dice, y así se manifiesta y se responde: “Sí, quiero", dicen los novios y ciertamente lo dicen convencidos y de buena fe. Pero algo ha cambiado en la sociedad porque en el fondo muchas veces lo que se está realmente diciendo es "lo quiero, mientras dure esta situación, mientras sea feliz o lo que vivo me haga feliz".
Si no es así, no se entiende que haya un tanto por ciento tan elevado de parejas que se rompen y se separan poco tiempo después de tomar ese compromiso o varios años después, cuando la perspectiva de la vida ha cambiado, cuando se ven las cosas diferentes, cuando me ilusiono con una vida diferente, con una felicidad que imagino que encontraré si doy ese paso, si llega aquel hecho a mi vida.
Pero en realidad es a menudo una ilusión, es decir, la proyección de un deseo de felicidad que no existe en este mundo, porque nunca la encontraremos la felicidad perfecta aquí en la tierra. La felicidad es un objetivo que debe construirse cada día, y muchas veces con renuncias y recomenzando.
El ejemplo de parejas y matrimonios que se rompen es uno, pero, en realidad esta forma de pensar, de plantear la vida, afecta a todas nuestras relaciones y a muchas decisiones importantes de la vida. "Me comprometo, pero por un tiempo, por un objetivo concreto, para ayudar en un momento o situación determinada”. Sí, pero, ¿para siempre?
En el caso de sacramentos como el bautismo, la confirmación, el matrimonio o la ordenación sacerdotal, en ocasiones se olvida que el compromiso está hecho con el Señor. El pueblo de Israel se comprometía en la Alianza que Dios le ofrecía, pero fácilmente se olvidaba de ella. A nosotros nos ocurre más o menos lo mismo. Un sacerdote puede tener el deseo sincero de entregarse por completo a Dios, de darse por completo a los hermanos. Imagina que encontrará la felicidad, y es verdad, aunque a veces la felicidad que imagina no es la que se encuentra en la realidad, la felicidad químicamente pura no existe en este mundo. Porque la felicidad es darse y eso cuesta, renunciar siempre cuesta, amar siempre muchas veces hace sufrir. Y la auténtica felicidad sólo se encuentra haciendo felices a los demás.
Puede ser que tengamos que revisar nuestros criterios, nuestra forma de pensar y entender la vida, la fe, el servicio, el matrimonio, el sacerdocio. Esto es lo que se llama conversión. Los antiguos lo llamaban “metanoia” que significa precisamente eso, cambiar de forma de pensar. A veces es más fácil cambiar unas cosas por otras que cambiar de pensamientos y sentimientos. Pero ésta es la llamada del evangelio si queremos ser fieles a la alianza con Dios, al compromiso que nos llevará a la auténtica felicidad.
+ Salvador Cristau Coll
Obispo de Terrassa