Sugerir antes que protestar

Agencia SIC

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Mons. Santiago García Aracil En nuestra vida, esencialmente social porque "no es bueno que el hombre esté solo", nos lleva a una existencia irremisiblemente compartida.

Compartir la vida no puede limitarse a gozar con familiares o amigos íntimos la feliz coincidencia en sentimientos, experiencias o proyectos. Compartir la vida significa aceptar que estamos inmersos en un mundo y en una sociedad que no hemos hecho nosotros, y que nos hace interdependientes. Por ello, compartir la vida implica el convencimiento de que es necesaria la colaboración para construir y mejorar la sociedad de la que irremisiblemente formamos parte. En este quehacer encontrarnos elementos favorables, dificultades que hacen arduo el camino de la existencia cotidiana, e incluso adversidades que impiden, injustamente, la legítima realización de unos proyectos dignos y constructivos que podrían llegar a ser beneficiosos para el conjunto social.

Cuando se vive la experiencia de la contrariedad, del camino cortado y de la consiguiente decepción en el proyecto emprendido es muy fácil y explicable que brote, espontáneamente un cierto sentimiento de rebeldía. En esas circunstancias se sienten conculcados los propios derechos y truncadas las ilusiones acariciadas con el gozo de su deseado y esperado cumplimiento. No es extraño, pues, que se busque un responsable, o incluso un culpable, que instintivamente ubicamos fuera de nosotros mismos. La consecuencia lógica, además del disgusto personal, es el ánimo de protesta contra los supuestos causantes del mal que nos afecta. Y, como los motivos de decepción y de disgusto personal suelen sucederse con mayor o menor frecuencia, dada la complejidad del mundo en que vivimos, cabe el peligro de replegarse en una insana resignación, o de abandonarse a una rebeldía creciente interior. De ahí puede surgir, muchas veces, un clima de agresividad social. La consecuencia de todo ello no siempre es negativa o inoperante. La protesta se convierte muchas veces en un despertador para quienes tienen la responsabilidad más directa o mayor en la solución de los problemas. De ahí pueden surgir soluciones necesarias que desbordan nuestras personales posibilidades.

Sin negar la validez de la protesta legítima y oportuna, es necesario que pensemos, con realismo, en los diversos caminos para lograr el bien justamente deseado. Uno de ellos, en el que, sin excluir otros, quiero hacer hincapié, pasa por la reflexión compartida con quienes están sufriendo idéntico mal. Esa reflexión, venciendo la instintiva rebeldía causada por el propio disgusto, nos ayuda a profundizar en el conocimiento y análisis del problema. Y, al mismo tiempo se convierte en posible fuente de una estrategia adecuada para descubrir caminos de solución.

Esta reflexión compartida en diálogo sereno, y enriquecido con los diferentes puntos de vista, puede llevarnos a descubrir dos cosas muy importantes. Primero, qué debemos hacer o evitar cada uno de nosotros para no causar, directa o indirectamente, el problema cuya experiencia nos disgusta y altera. Segundo, qué sugerencias podemos y debemos hacer a quienes tienen una responsabilidad directa o mayor en la aparición o solución del problema. En ello estaría nuestra necesaria y justa colaboración.

Vivimos insertos en un sistema de relaciones inevitables que nos implican a unos y otros en los males y en los bienes que nos llegan. Si no somos capaces de reflexionar y dialogar, y de ofrecer sugerencias bien pensadas en orden a una buena solución de los problemas que nos afectan, contribuiremos a una creciente agresividad social que puede provocar medidas de fuerza no siempre correctas y eficaces. Y no cabe duda de que los males sociales repercuten, de un modo u otro, pronto o tarde, tanto en perjuicio de quienes los causan como de quienes terminan siendo víctimas de ellos.

La gran lección de Jesucristo es la del amor. Y el amor auténtico lleva a tomar la iniciativa simultáneamente en el esfuerzo por corregir al prójimo y por ayudarle en la solución de los problemas. Posiblemente unos y otros tendremos parte en el mal. Por eso debemos sentirnos llamados a asumir la propia responsabilidad en su correcta solución.

+Santiago García Aracil

Arzobispo de Mérida-Badajoz.