El día a día de un misionero en Kazajistán: "Somos un rebaño muy pequeño pero que se come el mundo"

Desde 1998, José Luis Mumbiela es misionero en Kazajistán. En estos 23 años ha visto evolucionar a la comunidad cristiana y superar las heridas que dejaron la etapa soviética

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El día a día de un misionero en Kazajistán: "Somos un rebaño muy pequeño pero que se come el mundo"

José Melero Campos

Publicado el - Actualizado

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Tras casi dos años sin poder visitar España como consecuencia de la pandemia, José Luis Mumbiela se encuentra en su tierra natal, Aragón, para visitar a familiares y amigos. Desde que en 1998 fuese destinado como misionero en Kazajistán, visita nuestro país una o dos veces al año, pero esta vez reconoce que es especial.

“Se echa de menos a la familia, a las comunidades o a la Iglesia en España”, confiesa en Aleluya el obispo de de la diócesis de Almaty, en el país de Asia Central, que desde 1991 se independizó tras décadas de integración en la Unión Soviética.

A lo largo de estos más de veinte años, el misionero aragonés asegura que la comunidad cristiana de Kazajistán se caracteriza por su valentía y arrojo, tal y como demanda el Papa Francisco: “Tienen ese espíritu torero de lanzarse al ruedo y comerse el mundo. No hay que tener miedo. Estoy convencido de que la fe que tengo, lo mejor es compartirlo, porque es la solución. Vivimos la fe no para convencer, sino como testimonio gozoso y atrayente. Y es lo que se ve en Kazajistán, que a la gente, sin forzarle es atraída”, detalla José Luis Mumbiela

Los años en los que el país asiático formó parte de la URSS se notan, ya que se caracterizaba por ser una fe que se daba en comunidades polacas o alemanas concretas, más delimitadas por nacionalidades o herencia. De manera progresiva, en las últimas décadas se ha ido ensanchando todo ello, lo que resulta hermoso para quien ejerce la misión en el territorio.

“A algunos les ha costado, porque aceptar a gente que es distinta por lengua, costumbres o nacionalidad es difícil. Y es comprensible, teniendo en cuenta la historia. Por ejemplo, si unas polacas recuerdan algunas humillaciones por parte de los rusos en la época soviética, pues ver cómo una misa se celebra en ruso les cuesta. Pero se ha visto ese sacrificio y han sido capaces de unirse a la evolución de la Iglesia, y aceptar que en la liturgia se hable en ruso y no en polaco”, remarca el misionero español.

Pero los tiempos cambian, y ahora son los polacos y alemanes quien abandonan el país, de tal manera que han ido surgiendo rostros orientales en la comunidad cristiana. Una evolución facial que, a juicio de José Luis Mumbiela, refleja “la voluntad de Dios para que estemos aquí, porque nosotros en la Iglesia no hablamos kazajo, pero atraemos a la gente porque Dios mueve ficha para que crezcamos”.

Hoy en día, en Kazajistán la comunidad cristiana no es perseguida, como sí sucede en países como Afganistán. No obstante, la ausencia de religiosos y laicos en el país impiden desarrollar más actividades educativas o culturales: “La labor de la Iglesia es sobre todo parroquial y caritativa. De esta manera, la gente va conociendo la presencia de la Iglesia. Vemos gente que quieren bautizarse, se interesa por nuestra Religión... Es una Iglesia pequeña y sencilla, pero activa”, sostiene.

La corrupción y el reparto injusto de la riqueza son los principales problemas a los que se enfrenta la sociedad del territorio: “Hay diferencias sociales, porque la riqueza del subsuelo como minerales o petróleo no está bien distribuido. Se ha conseguido crear una clase media, algo inexistente durante la época soviética, pero no a nivel de España o Europa. Se ha pasado del comunismo de la URSS a un capitalismo salvaje”, explica el obispo de Almaty.

Durante los 23 años que el misionero aragonés lleva en Kazajistán, ha experimentado un buen número de milagros, que como él mismo define, son ordinarios y que no se valoran en países más desarrollados: “Milagro es ver cómo la Iglesia crece teniendo en cuenta que somos un rebaño pequeño y poco representativo. Lo que me supera de aquí es lo que atrae a la gente. A veces ponemos el milagro a una persona que sana, que cura... pero el milagro es la misma Iglesia. Es un misterio a veces rechazado y criticado”.

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