Las Carmelitas Descalzas que acogen a todos en su convento como si fuera un "hospital de campaña"
Unas hermanas encontraron a una joven a su puerta, asustada. Estaba embarazada y huía de su marido, un maltratador
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“Hospital de campaña” es precisamente el título de una sección que firma la carmelita Irene Guerrero en la revista Alfa y Omega. Hoy nos cuenta que una joven estaba sentada en el suelo, escondida entre los coches aparcados en la plaza frente al monasterio de San José, de las Carmelitas Descalzas de Toro. Parecía huidiza y temerosa; alguien le preguntó si necesitaba algo, si quería dinero, pero ella negó con la cabeza y quiso saber si podía entrar dentro de aquella puerta grande, la puerta del convento. Le dijeron que podía entrar y sentarse en el zaguán y así lo hizo, pasando varias sin llamar al timbre y sin decir nada.
Al salir a por un encargo, una religiosa la vio y le preguntó si quería algo; solo quería estar allí. Era casi una niña, no llegaba a los 18 años, y miraba sorprendida a la monja que se había sentado a su lado, y que lentamente le hacía preguntas: cómo se llamaba, de dónde era… Cuando pasó un rato y ganó algo de confianza, en un español mal chapurreado le contó su historia, su miedo: estaba embarazada, pero huía de su marido porque la maltrataba. Preguntó a la religiosa si podía llamar por teléfono a su hermano, para que viniera a recogerla.
Las carmelitas le hicieron pasar al recibidor, pudo llamar a su hermano y le sirvieron la cena. La acompañaron hasta altas horas de la noche, y luego se fue al llegar su hermano, agradecidos los dos. Las carmelitas de Toro no han vuelto a saber nada de ella. A veces su casa es como una estación de paso. En muchos casos, ellas no pueden solucionar los problemas de tanta gente, pero sí abrir las puertas, sentarse al lado del que llega buscando refugio o consuelo, escucharle, servirle una plato de comida y ejercer de hermanas.