El sacerdote que ayuda a las familias de Alepo, una ciudad siria con sólo una hora de electricidad al día
Además de la ayuda material, el P. Ibrahim acompaña a estas familias que sufren falta de recursos básicos o asistencia sanitaria y que deciden irse
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Alepo es una de las ciudades más castigadas desde marzo de 2011 por la guerra siria. Hoy, sus habitantes están viviendo la Cuaresma, pero cada día. O, mejor dicho por el P. Ibrahim Albasagh, un "Viacrucis continuo". Este sacerdote está al frente de la parroquia latina de Alepo, tratando de animar y ayudar a la población. Sin embargo, con "una sola hora de electricidad diaria", esa tarea se vuelve muy difícil.
El cura cuenta que en Alepo persiste el aislamiento. Eso no es una buena noticia. Implica que no se abrirán la “autopista y el aeropuerto, la ciudad será sofocada por la falta de trabajo y de recursos". Como lo resume él: "Una condición de vida inaceptable para la dignidad humana”.
"Fotografías" de una "vida inaceptable" Alepo
La dignidad de las personas. Por eso lucha el P. Ibrahim. Hace la fotografía de la situación para la agencia Asia News. "No es aceptable que la gente esté en fila 4 horas bajo la lluvia para poder comprar una garrafa de gas”. Otra imagen es la de que “los apenas nacidos, como los ancianos, sufran el frío porque no pueden comprar una gota de gasóleo para la calefacción”.
Este sacerdote no llega a los 50 años, pero ya ha visto cómo su tierra natal ha sido pasto de la guerra. El conflicto ha dejado casi medio millón de muertos y desplazados que se cuentan por millones.
Es Cuaresma. Se prepara para la Pascua. Con ese panorama, ha decidido pedir algo. El pastor ha lanzado una iniciativa benéfica para las familias. Está solicitando donaciones para poder dar a los núcleos familiares más necesitados un tanque de aceite de oliva. Parece poco, pero es un símbolo de caridad y misericordia en medio de estas dificultades.
"El precio de un tanque de aceite hoy corresponde al sueldo mensual de un empleado estatal, o sea 50 euros. Generalmente una familia de 4 personas consume un tanque de aceite en un año. Vista la situación, hemos pensado que no hay un regalo más bello que se pueda ofrecer a una familia de Alepo que un tanque de aceite de oliva", explica en esta carta.
Más todavía si, como explica, “sabemos que desde el 15 de noviembre pasado el mercado está casi bloqueado y no hay trabajo”. Eso se traduce en otra situación a la que enfrentarse, al sufrimiento de muchos padres “con lágrimas en los ojos", que "cuentan que no pudieron juntar ni siquiera 20 euros en el último período para dar de comer a sus hijos”. Mucho menos pueden adquirir el aceite que les ayudaría durante un año entero.
Se van con lágrimas en los ojos
Ante tantos avatares a los que enfrentarse con tan pocas alternativas, muchos deciden irse. Ellos no quieren. El P. Ibrahim cuenta el caso de una madre que se iría con sus dos hijos a Canadá. “Me confesó que no quería irse, abandonar su propio país- prosigue- pero estamos obligados a hacerlo, porque no hay medios para sobrevivir” y en Siria “no se ve un futuro”.
Esa mujer le dio las gracias por todo cuanto intentaba hacer la Iglesia, "pero el problema es que este caos no termina". El encuentro entre la madre y el pastor acabó con un mensaje: partirá con lágrimas, "llevando a todos en su corazón”.
A pesar de esa realidad tan dura, la Iglesia sigue trabajando. “Nosotros continuamos la distribución de los paquetes alimenticios e insistimos con la asistencia sanitaria a todos los niveles", afirma. Sus objetivos son lo que nosotros podemos considerar derechos en Occidente: que haya cobertura sanitaria eficaz para los enfermos y una jubilación que no sea sólo simbólica".
Confiados en "un médico" para reconstruir Alepo y curar las heridas
Alepo se trata de levantar. El sacerdote da el dato de que 1.300 casas han recibido ayudas para reconstruirse y rehabilitarse. Otras viviendas necesitan más trabajo...para poder ser habitables. Es una reconstrucción lenta, "una gota en el mar, en un contexto de desocupación".
“Se necesitan miles de proyectos para ayudar a la ciudad a ponerse en movimiento, para que las personas puedan recuperar la dignidad perdida, ganándose la comida con el trabajo de su propio sudor”, asegura.
Las personas “tienen áun muchísimas heridas abiertas”, concluye el p. Ibrahim. Para eso, él confía “en nuestro médico", como él le llama. Es a Jesús al que se encomienda para seguir: "No hay tiempo para quedarse en el suelo llorando, hay que levantarse y moverse". Choca mucho cómo afronta este sacerdote el sufrimiento y todo lo que queda por hacer: "Estamos orgullosos de ‘completar’ en nuestra vida y en nuestro cuerpo, lo que falta a los sufrimientos de Cristo”.