Los progresos de Bosco o Magdalena gracias a la educación especial: "¿Cómo quieren quitar lo que funciona?"

Los hijos de Teresa y Begoña están matriculados en el centro 'María Corredentora'. En Aleluya, se muestran muy orgullosas por los progresos de sus hijos gracias a sus profesionales

José Melero Campos

Publicado el - Actualizado

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Bosco es un chico de cinco años con discapacidad intelectual. Este mes de septiembre estará por segundo año en el centro de educación especial María Corredentora de Madrid, estudiando segundo de Infantil. Un centro que le ha cambiado la vida, tal y como ha revelado para Aleluya su madre, Teresa Dávila: “En cuanto me vio el otro día coger el uniforme y preparar la mochila estaba como loco por reencontrarse con sus profesores y sus compañeros”.

Y es que los progresos que ha experimentado en este tiempo Bosco no tiene precio, y que se vio ligeramente truncado con el inicio de la pandemia, cuando “dejó de hacer sus terapias de fisio o de logopeda”. Por suerte, llegó septiembre y retomó su proceso, con el que Bosco ha adquirido grandes dosis de autonomía: “Ahora Bosco puede ponerse o quitarse el abrigo que antes no sabía hacer y ya le han enseñado. O algo sencillo como comer solo lo puede hacer. Un hito que hemos conseguido tras acabar el colegio es absorber la pajita para tomarse el zumo. Son cosas básicas que necesitan los chicos y gracias a los colegios de educación especial consiguen la autonomía e independencia necesaria para nuestros hijos”, explica Teresa.

“Tenemos la suerte de que tienen todas las terapias que necesitan como logopedia o fisioterapia. Cuando Bosco ve la cuesta de su colegio se tira corriendo y me dice ‘adiós mami’.

Así las cosas, es normal que Teresa no quiera ni oír hablar de la posibilidad de que chicos y chicas como Bosco tengan que ser trasladados a centros ordinarios, como propone el Ministerio y recoge la LOMLOE: “Nada más me lo has dicho, me ha entrado dolor de tripa. No entiendo cómo la elección educativa, que pertenece a los padres, nos la quieran quitar. Mi hijo es mío y no del Gobierno. Lo que funciona no se puede quitar. No creo que un colegio ordinario llegue al nivel de un colegio de educación especial, donde el personal es especializado. Me preocupa mucho”, precisa en Aleluya.

Por su parte Begoña Ruiz tiene a sus hijos Chisco (quince años) y Magdalena (cinco) matriculados en el María Corredentora. En el tercer año de pandemia, asegura que la más pequeña lo lleva bien al no tener la obligación de hacer uso de la mascarilla, mientras que el adolescente lo lleva peor: “Siempre pregunta cuándo se acabarán”, asegura.

En los diez años de Chisco en el centro de educación especial ha progresado mucho: “Tiene amigos, hace planes… ha aprendido mucho. Ya está aprendiendo a sumar y restar, a hacer uso del móvil, adquirir más habilidades sociales…”, cuenta Begoña.

Con Magdalena hacen más hincapié en la autonomía móvil. Cada uno con sus particularidades, el María Corredentora es imprescindible en sus vidas. Por ello, tampoco está de acuerdo con dotar de menos recursos a estos colegios en favor de los ordinarios.

“Debe haber recursos para todos, y también en los colegios ordinarios. La cuestión es sumar, no ir quitando”, sostiene.