El asombroso milagro que se repite en Madrid cada año desde hace cuatro siglos
El milagro de la sangre licuada de San Pantaleón se lleva produciendo en la capital de España desde el siglo XVII
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Cada 27 de julio Madrid revela un milagro. Este asombroso hecho ocurre en el Real Monasterio de la Encarnación, que lo alberga desde hace alrededor de 400 años. Los fieles que se acercaron al templo madrileño pudieron ver licuarse una pequeña muestra de sangre de hace siglos. Se trata del milagro de la sangre de San Pantaleón, un prestigioso médico de Asia Menor que murió mártir por Cristo en el año 305.
Su entrega y fidelidad a Cristo despertaron tanta veneración que los primeros cristianos hicieron todo lo posible por recuperar sus restos. Entre las reliquias que hoy se conservan del santo, una es especialmente sonada: su sangre. Guardada en una ampolla y custodiada en el madrileño Real Monasterio de la Encarnación desde el siglo XVII, se licúa cada 27 de julio. Aquellos fieles que lo deseen, como cada año desde hace cuatro siglos, pudieron contemplarla con sus propios ojos en el día de su fiesta.
"Hay constancia fehaciente de que todos los años sucede el mismo fenómeno", afirma el capellán del monasterio, Joaquín Martín Abad. Entre 1724 y 1730, trece doctores en Medicina y Teología hicieron observaciones y firmaron ante un juez "que dicha reliquia es la misma que han admirado y visto líquida y suelta el día del glorioso mártir, veinte y siete de julio; y pasada su festividad también la han visto, dura y condensada, como está al presente".
Actualmente existen dos ampollas con la sangre de san Pantaleón: la del Real Monasterio de la Encarnación, de las agustinas recoletas, y otra que se conserva Ravello, Italia. A pesar de su distancia geográfica, ambas atraviesan el mismo proceso cada año a la misma hora. "Unos dos meses antes el contenido de una y otra ampolla va cambiando de color, de más opaco se va haciendo más transparente y rojizo; al principio disminuye el volumen, como se si contrajera, y después aumenta el volumen cuando paulatinamente va a pasar al estado líquido", asegura Martín Abad.
Pero el día que mejor puede verse este fenómeno es el 27 de julio. "Después de la fiesta, otra vez, también poco a poco y progresivamente pasa al estado sólido: disminuyendo de volumen, perdiendo la transparencia y volviendo recobrar el color más oscuro en el que permanece el resto del año", añade el capellán del monasterio. Es un fenómeno, culmina, "que no tiene nada que ver con calor o frío, porque nadie manipula la ampolla" y la temperatura en los lugares que la albergan es estable.