El 250 aniversario de la supresión de la Compañía de Jesús: "En época de confusión y tribulación"

Andrés Martínez Esteban, profesor de la Universidad Eclesiástica San Dámaso profundiza para ECCLESIA en esta efeméride

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Redacción Religión

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Arturo Pérez-Reverte en La carta esférica cuenta los intentos por rescatar los restos arqueológicos del Dei Gloria, un barco hundido en la costa de Cartagena. Detrás de la trama estaba la búsqueda del tesoro perdido que ese navío transportaba, un cargamento de oro destinado a evitar que el rey Carlos III suprimiera la Compañía de Jesús. La trama solo sería un argumento típico para una novela histórica de ficción, si no fuera porque el rumor que había en la corte española del rey borbón en el siglo XVIII era que los jesuitas tenían minas de oro en sus misiones de América. Esto es algo que nunca se demostró, pero sirvió para tejer en torno a la Compañía una serie de acusaciones que podían justificar su supresión y, en consecuencia, que sus bienes pasasen a la corona española.

La novela además se unía a las acusaciones que el fiscal general de la corona, Rodríguez de Campomanes, hizo contra los jesuitas afirmando que tenían tan gran poder que les permitía cambiar ministros a su capricho, controlar monarquías y ser una Iglesia dentro de la Iglesia y un poder político dentro de los reinos. Un poder, en definitiva, que los podía llevar a controlar a un rey comprando con oro su favor.

Sin embargo, a pesar de todas las acusaciones contra la Compañía de Jesús y las especulaciones de las novelas de ficción, la realidad fue muy distinta. Mientras distintas monarquías, Portugal, Francia y España planeaban primero la expulsión de los jesuitas de sus territorios y después la supresión de la orden, el general Lorenzo Ricci escribía las llamadas cartas de la tribulación. Unas epístolas dirigidas a los jesuitas y que el cardenal Bergoglio como arzobispo de Buenos Aíres y después como Papa Francisco, ha querido poner en valor como “un tratado de discernimiento en época de confusión y tribulación”.

Más en las obras que en las palabras

Estas cartas dejan claro que la fuerza que entonces como ahora tiene la Compañía de Jesús no es el poder económico, político o social. Los jesuitas no fueron ni son un lobby que maneje los hilos de los poderosos para controlar la Iglesia y el mundo. En estas cartas el padre Ricci explica a los jesuitas cómo deben actuar ante las calamidades que los oprimen y amenazan. Aquí, no propone ninguna estrategia de huida, no plantea un programa de actuación reivindicativo, ni lanza duros ataques contra los que se sabía eran los enemigos que pretendían acabar con la Compañía. Lo que propone es oración y santidad de vida, “ampliar la gloria de Dios” y “una más ardiente caridad para con los prójimos”. No pide que se ore para poner fin a la persecución contra ellos, sino para que en medio de las tribulaciones sean perseverantes en el mismo espíritu que llevó a San Ignacio de Loyola a fundar la congregación, porque el favor del cielo solo se podrá esperar si los padres y hermanos de la Compañía no apagan el fuego del Espíritu divino.

Es significativo que, a lo largo de estas cartas, el padre Ricci no busca culpables ni se lamenta por lo que está sucediendo, sino que aplica a la vida los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, de tal forma que en estas páginas se pone de manifiesto que lo que pretendía el entonces general de la Compañía era vivir la máxima de su fundador, “el amor se ha de poner más en las obras que en las palabras”. Lorenzo Ricci considera que las tribulaciones que están padeciendo son consecuencia de sus pecados, por tanto, no entiende lo que está sucediendo como un mal, sino como una forma de purificación, que hacen crecer en paciencia y humildad, conducen a la imitación de Cristo y son para gloria de Dios. Cada una de las cartas de la tribulación son una apelación constante para vivir la llamada del Rey eternal y, como escribe San Ignacio en sus Ejercicios Espirituales, “pedir gracia a nuestro Señor para que no sea sordo a su llamamiento, mas presto y diligente para cumplir su santísima voluntad”.

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