Antonio Montero: “Pastor, Periodista, Amigo”
El sacerdote y periodista Antonio Gil recuerda el arzobispo que pedía a los delegados diocesanos de Medios ser "portavoces de Dios y ministros, verdaderos servidores de su Iglesia"
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Hay muertes que nos invaden el alma y enternecen el corazón. Muertes de personas que “llegaron” a nuestra vida para quedarse, para iluminarnos, para enriquecernos, para acompañarnos. Así ha sido o “está siendo” la muerte de nuestro querido y entrañable don Antonio Montero, “Pastor, periodista, amigo”.
Le conocí la primera vez y comencé a tratarle en los pasillos de un tren, tanto es así, que uno de mis primeros articulos en el diario “Córdoba”, -periódico al que vinculé mi vida profesional, primero como redactor y, posteriormente, como subdirector-, lo titulé: “Diálogo con un obispo en los pasillos del Talgo”. En aquellos años, al final de la década de los 60, don Antonio era obispo auxiliar de Sevilla, y yo comenzaba a estudiar Periodismo, en la Escuela Oficial de Madrid. De ahí nuestros encuentros en el tren, en el Talgo Cádiz-Madrid, coincidiendo muchas veces, charlando amigablemente y compartiendo dos espléndidas vocaciones: la del sacerdocio y la del periodismo.
Don Antonio como obispo auxiliar, en aquellos tiempos, una figura más cercana a la gente, y yo como delegado diocesano de Medios de Comunicación Social, en Córdoba y estudiante de periodismo. Luego, en el transcurso de los años, numerosos encuentros en la sede de la Comisión Episcopal de Medios, yo como delegado y él como presidente de dicha Comisión, impregnándonos con la luz de su visión periodística de un mundo que, poco a poco, tras el Concilio, demandaba más luz, más respuestas, más testimonios.
La vida de don Antonio Montero tuvo para mí tres hermosos destellos: Pastor, periodista y amigo. Y así fue para muchos sacerdotes, religiosos y religiosas, y para ese pueblo que le fue encomendado como Arzobispo de Mérida-Badajoz.
Pastor
Pastor que busca siempre la cercanía de su rebaño, con sus palabras cercanas, con su nuevo estilo de comunicar, con sus gestos más hermosos. Solía decirlo con frecuencia: “Yo soy la voz, Cristo es la palabra”. En sus cartas pastorales en “Iglesia en camino”, revista diocesana de su archidiócesis que fundó con su excelente colaborador, José María Gil Tamayo, también sacerdote y periodista, actualmente obispo de Ávila; en tantos documentos de la Conferencia Episcopal Española, donde podía verse “su pluma” y su estilo; en tantos articulos periodísticos, en diarios nacionales y en el periódico “Hoy”, de Badajoz; en tantas conferencias, pregones y coloquios, -inolvidable su Pregón Eucarístico, en Córdoba, en la parroquia de san Nicolás, en el año 2005-, don Antonio fue siempre el pastor cercano, en sintonía con el alma de sus gentes, -“alta sintonía”-, y conocedor de sus problemas, de sus anhelos, de sus dificultades.
Periodista
Junto a su dimensión de “pastor”, don Antonio fue un periodista excepcional, un sacerdote-periodista, “antena de todos los vientos”, como director de ECCLESIA, como redactor y colaborador de “Ya”, y como “portavoz” de la Conferencia Episcopal Española. Siempre nos impulsó a los delegados diocesanos de Medios para ser “portavoces de Dios y ministros, verdaderos servidores de su Iglesia”, en sintonía con un mundo siempre difícil y angustiado.
Amigo
Y en todo momento, don Antonio, unió a estos dos hermosos destellos y a su “sentido fraternal de la historia”, el don de la amistad que le brotaba, no sólo del mayor o menor trato con las personas, sino de lo más profundo de su corazón noble, de su humanismo profundamente cristiano y de su “saber captar” a las mil maravillas el ancho campo de los dones, los carismas y las gracias.
¡Qué hermoso testamento nos deja don Antonio Montero!
¡Sus tiempos fueron otros tiempos, ciertamente, pero su hora fue siempre la “hora de Dios”!
¡Sus valores, en todo momento desbordado por mil latidos, fueron siempre los valores del Reino de Dios: Verdad, Amor, Justicia y Libertad!
Ha muerto un “Pastor de la Iglesia católica”, “un periodista de vanguardia que supo y quiso estar en primera línea de la información, con el lenguaje del corazón”, y “un amigo leal, sincero, cercano”, que abrazaba a todo el mundo son su testimonio fiel, con su cabal ejemplo, con su mirada penetrante.
Gracias, querido don Antonio. Y mi plegaria-gratitud más encendida, desde aquellos encuentros “en los pasillos del Talgo”, para que goce ya de la plenitud de su vida en la intimidad con Dios. Me vienen a la memoria, como “adiós” de nuestra amistad, aquellos versos tan preciosos y delicados: “… Día y noche, la canción sin fin de tu muerte se levanta como el mar alrededor de la isla soleada de la vida”.
ANTONIO GIL
Sacerdote y periodista