Arzobispo de Toledo a los jóvenes: "no permitáis que el mundo os haga creer que es mejor caminar solos"

Monseñor Braulio Rodríguez dirige una carta a los jóvenes españoles con motivo del Sínodo de los Obispos que se está celebrando este mes de octubre

Arzobispo de Toledo a los jóvenes: "no permitáis que el mundo os haga creer que es mejor caminar solos"

Redacción Religión

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Es­ta­mos en un Sí­no­do de Obis­pos. Es la XV Asam­blea Ge­ne­ral Or­di­na­ria a ce­le­brar en el mes de oc­tu­bre. El Sí­no­do de Obis­pos tie­ne un tema muy con­cre­to: “Los jó­ve­nes, la fe y el dis­cer­ni­mien­to vo­ca­cio­nal”. Bo­ni­to tema. De­je­mos a los Obis­pos reuni­dos en Roma y quie­nes les ase­so­ran que oren, ha­blen, in­ter­cam­bien pa­re­ce­res, dis­cu­tan y pro­pon­gan. Pero no­so­tros, los que no par­ti­ci­pa­mos en las se­sio­nes del Sí­no­do, po­de­mos ha­cer tam­bién mu­chas co­sas. En este sen­ti­do, he vis­to que en un re­cien­te en­cuen­tro del Papa Fran­cis­co con jó­ve­nes en la ca­te­dral de Vil­na (Li­tua­nia), el San­to Pa­dre dijo co­sas in­tere­san­tes que os pro­pon­go para pen­sar y re­fle­xio­nar… y para orar.

Dios, en Je­su­cris­to, os ha dado la gra­cia de ser cris­tia­nos, de ha­cer alian­za de amis­tad con Cris­to, de se­guir­le como dis­cí­pu­los. Se tra­ta de le­van­tar­se y subir, no de que­dar­se pa­ra­do. Y “en el arte de subir, lo que im­por­ta no es no caer, sino no que­dar­se caí­do”, dice un re­frán mon­ta­ñe­ro. De­bes pre­gun­tar­te cómo se de­rra­mó esta gra­cia de Dios de ser cris­tiano. “No por el aire, dice el Papa, no por arte de ma­gia, no hay una va­ri­ta má­gi­ca para la vida. Esto ha su­ce­di­do a tra­vés de per­so­nas que se cru­za­ron en vues­tras vi­das, gen­te bue­na que os nu­trió de su ex­pe­rien­cia de fe… Por­que el Se­ñor nos sal­va ha­cién­do­nos par­te de un pue­blo”.

Es la reali­dad de la Igle­sia la que se im­po­nen. No me sal­vo yo solo, es­ta­mos in­ter­co­nec­ta­dos, es­ta­mos to­dos “en red”. El Papa os dice a vo­so­tros, cris­tia­nos jó­ve­nes, que no per­mi­táis que el mun­do os haga creer que es me­jor ca­mi­nar so­los. So­los no se lle­ga a nin­gu­na par­te. “Sí, po­drás te­ner éxi­to en la vida, pero sin amor, sin ami­gos, sin per­te­ne­cer a un pue­blo, sin una ex­pe­rien­cia tan her­mo­sa que es arries­gar jun­to a otros”. Lo más fá­cil es ce­der a la ten­ta­ción de en­si­mis­mar­nos, de mi­rar­nos y vol­ver­nos egoís­tas o su­per­fi­cia­les ante el do­lor, la di­fi­cul­tad o el éxi­to pa­sa­je­ro.

Los ca­tó­li­cos jó­ve­nes te­néis una iden­ti­dad, y no exis­ten iden­ti­da­des de “la­bo­ra­to­rio”, “iden­ti­da­des, des­ti­la­das, o iden­ti­da­des “pu­ra­san­gre”. Exis­te la iden­ti­dad de ca­mi­nar jun­tos, de lu­char jun­tos, de amar jun­tos. La iden­ti­dad de per­te­ne­cer a una fa­mi­lia, a un pue­blo, al Pue­blo de Dios. No so­mos per­so­nas sin raí­ces. Te­ne­mos una his­to­ria. Y lue­go está la ora­ción, la Misa, la ca­te­que­sis o for­ma­ción en gru­po. Todo lo cual sir­ve para no en­ce­rrar­se en la in­ma­nen­cia de este mun­do. La ora­ción, por ejem­plo, os abre a la es­cu­cha y a la in­te­rio­ri­dad, e im­pac­ta vues­tra sen­si­bi­li­dad para el dis­cer­ni­mien­to, siem­pre ne­ce­sa­rio en la vida.

¿De qué otro modo ba­ta­lla­ría­mos con­tra el des­alien­to, la an­sie­dad tí­pi­ca de nues­tro tiem­po, ante las en­fer­me­da­des y las di­fi­cul­ta­des pro­pias y aje­nas, ante los ho­no­res del mun­do? ¿Cómo ha­ría­mos sin la ora­ción para no creer que todo de­pen­de de no­so­tros, que es­ta­mos so­los ante la ad­ver­si­dad? “Cris­to y yo, ma­yo­ría aplas­tan­te”, di­cen los miem­bros del Mo­vi­mien­to de Cur­si­llos.

Y tam­bién os sos­ten­drá la ex­pe­rien­cia de “ayu­dar a otros”, que pasa por des­cu­brir que cer­ca de no­so­tros hay gen­te que lo pasa mal, peor que no­so­tros, al me­nos. Cuán­tos jó­ve­nes sin opor­tu­ni­da­des, cuán­tas víc­ti­mas de la de­pre­sión, el al­cohol y las dro­gas. Cuán­tos sui­ci­dios. Cuán­tos ma­yo­res so­los, sin na­die con quien com­par­tir. Je­sús os in­vi­ta a sa­lir de vo­so­tros mis­mos. Os ase­gu­ro que la vida cris­tia­na es una aven­tu­ra apa­sio­nan­te. El Papa os alien­ta a de­ci­di­ros por Je­sús. A abra­zar la cau­sa del Evan­ge­lio, de la hu­ma­ni­dad. Él no se va a ba­jar nun­ca de la bar­ca de nues­tra vida, aun­que a ve­ces le ol­vi­de­mos. Que no ocu­pen vues­tros co­ra­zo­nes la ci­za­ña que cre­ce jun­to a no­so­tros casi sin dar­nos cuen­ta. Te­néis que ex­pe­ri­men­tar en vo­so­tros que, si le en­tre­ga­mos la vida del Se­ñor, siem­pre ven­ce­rá en no­so­tros el buen tri­go, y sen­ti­re­mos la ale­gría del Evan­ge­lio, ale­gría úni­ca.