Carta pastoral de Mons. Jesús Fernández: (Mc 14, 7)

Carta pastoral de Mons. Jesús Fernández: (Mc 14, 7)

Agencia SIC

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Un año más ?y van cinco– el Papa Francisco nos convoca para celebrar la Jornada Mundial de los Pobres. Y lo hace bajo el lema: <> (Mc 14, 7). Estas palabras las pronunció Jesús en una comida en casa de Simón “el leproso”, en Betania, ciudad donde tenía buenos amigos, unos días antes de la Pascua. Estando allí Jesús, una mujer le acercó y derramó un frasco de perfume sobre su cabeza. El gesto llamó la atención a la gente, suscitando reacciones encontradas. Mientras que para algunos, entre los que se encontraban los discípulos, suponía un derroche escandaloso, puesto que valía 300 denarios (equivalente al sueldo mensual de un obrero), para otros se trataba de un gesto simbólico digno de valorar.

Judas fue el portavoz de los primeros. Según él, lo correcto hubiera sido venderlo y entregarlo a los pobres. El evangelista añade que lo dijo, no porque le interesaran los pobres, sino porque era un ladrón y robaba de la bolsa del dinero. Como dice el Papa Francisco en el Mensaje escrito con motivo de esta Jornada, “no es casualidad que esta dura crítica salga de la boca del traidor, es la prueba de que quienes no reconocen a los pobres traicionan la enseñanza de Jesús y no pueden ser sus discípulos”.

La interpretación correcta la dio el propio Jesús. Para él, ésta era una buena obra, pues anticipaba la unción de su cuerpo cuando ya estaba próxima su muerte y sepultura. Jesús aparece aquí como el más pobre entre los pobres, pues los representa a todos. Además, acepta este gesto en nombre de todos ellos, un gesto que realiza la única persona que se mostró capaz de percibir y empatizar con el más pobre entre los pobres.

La ceguera ante los necesitados viene de lejos –lo acabamos de ver– y sigue viva. La indiferencia ante ellos es notoria. En muchos casos, se alimenta al culpabilizarlos de su propia situación. Bastaría sencillamente con escuchar sus historias para deshacer estos prejuicios: ¡Cuántas traiciones! ¡Cuántos maltratos! ¡Cuánta discriminación encontraríamos!

Por otra parte, es grande también la ceguera respecto a nuestras propias pobrezas. Hay muchas que, desde una visión antropológica reductiva, no aparecen como tales a los ojos de la mayoría: ahí debemos situar sobre todo las pobrezas morales y espirituales. Al no ser conscientes de ellas, tampoco se valora a aquellos que pueden ayudar a superarlas.

No deberíamos menospreciar la aportación de los pobres a nuestra realización personal y social, e incluso a la evangelización. Ellos son un icono permanente de la facilidad con que puede naufragar nuestra vida, nos enseñan que el sentido de la misma está más allá de las riquezas acumuladas, del prestigio logrado, del consumo voraz. Ellos, en definitiva, nos evangelizan porque ?como dice también el Papa– “nos permiten descubrir de manera siempre nueva los rasgos más genuinos del rostro del Padre”, siempre providente, y de su Hijo Jesucristo sufriente.

En este tiempo en que estamos invitados a configurar una Iglesia sinodal, hemos de ir mucho más allá de la limosna, para acogerlos, compartir con ellos, escucharlos, recoger la sabiduría de Dios que atesoran. El Señor nos regala hoy mismo una oportunidad para hacerlo, puesto que los tenemos cerca, puesto que están siempre con nosotros.

+ Jesús Fernández,

Obispo de Astorga

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