Carta pastoral de Mons. Jesús Fernández: Digamos basta. Nadie sin hogar.
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Ocurrió hace 16 años. Rosario Endrinal era una mujer pobre que vivía en un cajero en la ciudad de Barcelona. Unos jóvenes a los que la prensa calificaba de normales por no ser personas marginales, ni delincuentes, ni drogadictos, sino estudiantes integrados socialmente, tuvieron la insólita ocurrencia de divertirse durante un rato quemando viva a la mujer. El suceso desconcertó y conmocionó profundamente a los ciudadanos de este país por la grosera falta de compasión y empatía de los jóvenes, la escasa protección de los vulnerables, la dureza de una vida prácticamente a la intemperie.
Según estadísticas de las Naciones Unidas de hace tres años, unos 900 millones de personas en todo el mundo viven en asentamientos informales o en campamentos y, un número indeterminado, pero seguramente muy elevado, en la calle. El impacto de la COVID–19 sobre los más vulnerables y excluidos de la sociedad ha sido enorme, cebándose sobre todo con estas personas. La ruptura de los lazos familiares y sociales, la falta de trabajo, o incluso problemas mentales están detrás de esta problemática.
La carencia de un hogar comporta no tener dónde refugiarse del frío, del calor, de la lluvia, de la nieve, de la agresión personal. Significa también no tener dónde cuidarse y recuperar la salud, la tranquilidad, el afecto. Por si fuera poco, se relaciona también con la exclusión y marginación social. En uno de los puntos de acogida de Cáritas, un usuario explicó que tenía una entrevista de trabajo, pero al ver que dormía en un albergue, se la cancelaron.
El hecho de no tener un hogar marca profundamente las relaciones sociales e influye de forma decisiva en la salud física y mental de las personas afectadas. Con frecuencia lleva a adquirir adicciones, conduce a la desestructuración familiar, a la desnutrición, la hipotermia, la depresión, las paranoias… No es de extrañar que, en estas condiciones, la esperanza de vida de estas personas vaya de los 42 a los 52 años, lo que significa que viven unos 30 años menos que la población en general.
Ante esta pobreza que clama al cielo, los cristianos hemos de recordar, exigir e implementar uno de los principios fundamentales de la Doctrina Social de la Iglesia: el destino universal de los bienes. Este principio “exige que se vele con particular solicitud por los pobres, por aquellos que se encuentran en situaciones de marginación y, en cualquier caso, por las personas cuyas condiciones de vida les impiden un crecimiento adecuado” (DSI 182).
Con el fin de sensibilizar y concienciar a la población acerca de la pobreza sufrida por estas personas y de generar propuestas para ayudarlas, desde el año 2010, se viene celebrando el Día Mundial de las Personas sin Hogar. La Jornada de este año tiene lugar el día 31 de octubre bajo el lema “Digamos basta. Nadie sin hogar”.
Cáritas, junto a otras instituciones que trabajan y acompañan esta realidad, constatan que los sistemas de cuidado y protección actuales no son suficientes, que necesitamos avanzar hacia una sociedad donde todos vivan en igualdad de derechos, donde se garanticen unas políticas públicas de protección social que tengan en cuenta a las personas más vulnerables, con unos medios de comunicación sensibles y veraces que difundan la situación en que viven las personas sin hogar y ayuden a sensibilizar sobre el tema, una sociedad que recupere valores como la solidaridad, la justicia y la empatía con los que sufren y promueva una cultura de los cuidados.
+ Jesús Fernández,
Obispo de Astorga
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