Carta pastoral de Mons. Jesús Murgui: Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo
El obispo de OrihuelaAlicante dedica su última carta pastoral a la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo que celebramos este domingo, 21 de noviembre
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Con la fiesta de Cristo Rey del universo termina el Año Litúrgico. Y, como nos enseña Papa Francisco, se nos “recuerda que la vida de la creación no avanza de forma aleatoria, sino que procede hacia una meta final: la manifestación definitiva de Cristo, Señor de la historia y de toda la creación. La conclusión de la historia será su reino eterno” (25–11–2018).
Así culmina la gran celebración del Año Litúrgico; todo un año en el que veneramos y celebramos la misericordia de Dios que llena la historia entera, una historia hecha historia de Salvación gracias a su amor. Una historia que arranca en la más inicial
preparación de la venida de Cristo, que llega a su plenitud en su nacimiento y servicio entre nosotros, culmina en su entrega en la cruz y su resurrección, y se perpetúa en la historia que se inicia en el don de su Espíritu que nos acompaña hasta su última venida. Cristo principio y fin; Cristo, centro y plenitud de la historia y la creación entera. Existe un ansia de universalidad que inspira esta fiesta: la Salvación de la Humanidad y de todo el Universo.
La historia que vemos y leemos ?sin embargo– en los años, en los días; la historia externa y profana, aquella que nos narran cotidianamente los medios, aquella en la que se alimentan y que estudian los sociólogos y los filósofos de la historia en sus distintas versiones, aparece en su superficie y en su profundidad como un permanente desmentido de los significados que acabamos de destacar. La historia, especialmente en estos momentos de crisis “postpandemia”, más bien aparece como un complejo movimiento de algún avance, pero con sonados retrocesos, un camino cuajado de contradicciones y heridas, un movimiento más de desintegración que de reunificación, un movimiento sin mucho sentido, como tiempo invertebrado de una sociedad “desvinculada, desordenada e insegura en la que crece la desconfianza y el enfrentamiento” (Plan pastoral 2021–2025
de la C.E.E., “Fieles al envío misionero” I, 2). Es solamente a la luz de la fe, donde se nos revela una óptica distinta, desde la que podemos ver que el río de nuestra historia humana que parece fluir hacia atrás, tantas veces y en tantos aspectos, y perderse en miles de meandros, en realidad, transcurre seguro hacia el gran mar de la eternidad en Cristo, y gracias a Él.
Por otra parte, la realeza de Cristo no es un misterio que se quede fuera de nosotros, en la “historia”, en “la creación”. No, estamos dentro, como nos sugiere el apóstol Pablo en su carta a los Colosenses, cuando nos insta a dar gracias a Dios, que “nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al reino de su Hijo querido” (Col 1,13). Realmente somos “trasladados”, es decir, somos “emigrantes” de este mundo, donde reinan las tinieblas, a otro mundo, donde reina el Señor Jesús. Y que este mundo de Jesús es distinto del nuestro se ve claramente en la escena de su entrega en la cruz, y de todo lo que la rodea.
El camino para llegar a la meta y para vivir ya el acceso a su Reino, que pedimos que “venga a nosotros” cada día en el Padre Nuestro, no admite atajos: en efecto toda persona debe acoger libremente la verdad del amor de Dios. Él es amor y verdad, y tanto el amor como la verdad no se imponen jamás: llaman a la puerta del corazón y de la mente y, donde pueden entrar, infunden paz y alegría. Es el modo de reinar de Dios; este es su proyecto universal de salvación, al que nos debemos abrir y con el que debemos cooperar.
Nuestro camino de la historia prosigue con sus cansancios, como constantemente experimentamos, pero hasta que se manifieste plenamente al final de los tiempos, el “traslado” ya realizado en nosotros a su Reino puede ser saboreado por su gracia de manera anticipada, no olvidando que en él solo se entra por la puerta estrecha de la cruz, cuya llave es el don del amor de Dios en nuestras vidas.
En esta celebración de Cristo Rey, por intercesión de María, el Espíritu Santo nos ilumine para saber desear llegar a Jesús, para que Él reine verdaderamente en nuestra vida, renovando nuestra adhesión a Él, renovando nuestra adhesión a su verdad, reafirmando nuestra cooperación para que la venida de su Reino renueve nuestro mundo.
Preparémonos con María a iniciar un nuevo Año Litúrgico, a ella nos acogemos, como gran referente de nuestra esperanza; todo esto, mientras caminamos en este mundo, siendo “trasladados” a la plenitud del Reino de su Hijo, a la plenitud del Amor que existe para siempre.
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