Carta pastoral de Mons. Manuel Herrero: María, mujer sinodal
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En la Iglesia Católica estamos comprometidos de lleno en el Sínodo de la Iglesia Universal que ha convocado el papa Francisco y que se desarrolla por fases, la fase diocesana, la fase nacional, la continental y la universal que tendrá su momento culminante en octubre de 2023 en Roma. El lema es “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”.
En nuestra Diócesis ya están trabajando muchos grupos en las distintas parroquias, comunidades, grupos, etc. Animados por una comisión al frente de la cual están Inmaculada Martín y Miguel Pérez. Se han elaborado materiales para la participación incluso de los que han abandonado la Iglesia Católica, otros cristianos y creyentes, e incluso, si así lo desean, ateos, no creyentes o indiferentes; estos materiales han sido alabados por la Secretaría del Sínodo en Roma, por muchas diócesis españolas e incluso traducidos a otras lenguas.
Pero, ¿dónde mirar para ser personas sinodales? Por descontado, siempre a Jesucristo. Es nuestra referencia, nuestro maestro. No porque Él convocara ningún sínodo, sino porque si sínodo es hacer camino juntos, Él se hizo hombre, recorrió nuestros caminos no sólo sino con todos, más particularmente con sus discípulos. Él nos enseñó cómo caminar, se hizo camino para llegar a la Verdad y la Vida. Él sí fue tejiendo y dando vida.
Pero hoy quiero fijarme en María. Estamos cerca de la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen, estamos en Adviento, tiempo de espera y esperanza, y donde se nos proponen como modelos para esperar al Señor que viene a Isaías, a Juan Bautista, a San José y a María. Nadie esperó como ella el nacimiento de su hijo Jesús. Ella es modelo de creyente, de oyente de la palabra, de discípula y misionera. Creo que también de mujer sinodal.
Así la veo yo a partir de los relatos que nos ofrece en Nuevo Testamento.
Una mujer sinodal que hace el camino con otros en Pentecostés. No está aislada, muda, sola, sin relacionarse con nadie o solo con Dios. Se nos presenta y así lo han representado muchos artistas con los demás apóstoles (Hech 1, 13–14), perseverando unánimes en oración. Me imagino que también hablarían de Jesús, qué hacer, cómo esperar al Espíritu Santo, etc. Estaría como siempre fue, humilde, cercana, como mujer y madre, sugiriendo desde su experiencia de Dios.
Ella es la mujer que tiene el sentido de Dios, que sintoniza, comulga con el plan de Dios, expresado en el Magníficat, en el canto que eleva a Dios (Lc 1, 46–56).
Ella aparece en el Evangelio como la mujer que escucha, y acoge, la oyente de la Palabra: «bienaventurados los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen». Oyente dócil de la Palabra y del anuncio del Ángel (Lc 2, 26–38): «He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra». A veces no entiende los caminos de Dios: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?» (Lc 1, 34). Con su esposo san José no entendieron a Jesús cuando se perdió en el templo de Jerusalén y les habló de que Él tenía que estar en las cosas de su Padre (Lc 2, 49–50), pero ella «conservaba todas estas cosas en su corazón» (Lc 2, 51). José tampoco entendía el misterio que llevaba su mujer en su vientre y, sin querer difamarla, decide repudiarla en secreto, pero ante el mensaje del ángel, la acoge como mujer (Mt 1, 18–24).
María es la mujer que sabe ver la realidad, y con sensibilidad femenina se da cuenta de las cosas y actúa. Así en Caná de Galilea, en una boda, cuando falta el vino. Y lo expresa ante su Hijo: «No tienen vino». Y dice a los sirvientes: «Haced lo que él os diga» (Jn 2, 1–12). No se queda en comentar con otros, sino hace lo que está en su mano. Así lo tenemos que hacer nosotros: abrir los ojos y los oídos del corazón a las distintas situaciones por las que pasa la sociedad y por las que nos habla el Espíritu Santo, no mirar para otro lado, y actuar.
El camino sinodal no se hace sin cruz, pero una cruz que no encierra, sino que acoge el color de los hermanos, como ella en el Gólgota (Jn 19, 25–27).
Y vivir con esperanza: en el Apocalipsis (12, 1–6) aparece la mujer, como figura del pueblo de Dios, vestida de sol, la luna bajo sus pies y con una corona de doce estrellas. Es la que está vestida de la luz de la resurrección, que vence lo mudable como la luna; que pasa por tribulaciones y tiene que afrontar las asechanzas del mal, pero se sabe protegida de Dios.
Ella es la mujer que ofrece al mundo lo mejor que tiene, su Hijo, el hijo de sus entrañas como lo hizo a los pastores, a los magos y a todos en la cruz. Que lleva la alegría a los hombres como se la llevó a su prima Isabel (Lc 1, 39–44).
+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA.
Obispo de Palencia
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