Conchita Barrecheguren ya es beata: "Encontró en la enfermedad una oportunidad de gracia, redención y caridad"

El postulador de la causa y el Prefecto para la Causa de los Santos destacan la cercanía de Conchita con Dios y con los más pobres durante la celebración en la Catedral de Granada

Conchita Barrecheguren ya es beata: "Encontró en la enfermedad una oportunidad de gracia, redención y caridad"

Redacción Religión

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Conchita Barrecheguren ya es beata de la Iglesia Católica una vez que se ha celebrado el rito de beatificación este sábado, 6 de mayo, en la Catedral de Granada, en una celebración que ha estado presidida por el Prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos, el cardenal Marcello Semeraro, y concelebrado el arzobispo de la diócesis andaluza, José María Gil Tamayo.

Una vez que la joven granadina fallecida en 1927 con tan solo 21 años a consecuencia de la tuberculosis ha sido beatificada, las campanas de Granada comenzaron a repicar al tiempo que los presentes en el templo aplaudían y se descubría un retrato de Conchita con el Niño Jesús en sus brazos.

El postulador de la causa: "Se desvivió por los pobres pese a su precaria salud"

El primero en tomar la palabra durante el rito de beatificación fue el postulador de la causa, el redentorista Francisco José Tejerizo Linares, quien hacía una reseña biográfica de la beata granadina. Nacida en Granada el 27 de noviembre de 1905, fue bautizada en la Catedral el 8 de diciembre de aquel año.

“De niña tuvo mala salud, por lo que por consejos médicos no asistió a escuelas públicas pero recibió una educación adecuada por su padres, el venerable Francisco Barrecheguren y Concha García Calvo, con ayuda de profesores externos”, recordaba el postulador de la causa.

Su padre, recordaba el Padre Francisco José Tejerizo, se hizo misionero redentorista una vez que su mujer falleció en 1947. Pero antes se preocupó por “formar cristianamente” a su hija Conchita, preparándola para los sacramentos de la Confirmación y la Primera Comunión. Junto a su madre, Conchita “rezaba en el oratorio de su casa, enseñando el catecismo a las empleadas domésticas”.

Asimismo Tejerizo hacía alusión a los viajes y peregrinaciones que realizaba Conchita junto a sus padres, donde la ya beata “escribía crónicas y consideraciones espirituales”.

La joven sintió pronto la llamada religiosa entre las carmelitas descalzos, pero su precaria salud le impidió responder a ella: “A los diez años de vida experimentó una profunda crisis religiosa que superó a lo dos años con acompañamiento del redentorista Padre Ruiz Abad”, precisaba el postulador.

En 1917, con tan solo doce años, la salud de Conchita se agravaba, está vez en forma de inflamación intestinal que le causaba fuertes dolores y le obligó a someterse a una estricta dieta. Años más tarde, en 1924, su madre se vio obligada a ingresar en un sanatorio aquejada de desequilibrios mentales. Una prueba más para Conchita y su padre, que afrontaron “heroicamente este nuevo dolor desde la oración constante”.

Tal y como ha apuntado Tejerizo Linares, Conchita supo aceptar “la voluntad de Dios en el fluir de la vida cotidiana”.

Consciente de su estado físico, con la Eucaristía y la oración tradujo su sufrimiento en una íntima unión con Cristo, desarrollando una gran preocupación por los pobres “por los que se desvivió pese a su precaria salud, colaborando en asociaciones caritativas, ente ellas en el 'Ropero de los pobres de Santa Rita de los Padres Agustinos Recoletos”, detallaba el postulador de su causa de beatificación.

Así las cosas, Tejerizo ha puntualizado que Conchita se ha convertido en una sierva de Dios, en “una referencia ejemplar de vida cristiana testimoniada conforme al Evangelio”

Fue en agosto de 1926 cuando, durante la peregrinación a la tumba de Santa Teresa del Niño Jesús cuando contrajo la tuberculosis que le costaría finalmente la vida un año más tarde, el 13 de mayo de 1927 con tan solo 21 años.

El cardenal Semeraro: "Encontró en la enfermedad una oportunidad de gracia, redención y caridad "

Tras la reseña del postulador de la causa, el cardenal Marcello Semeraro pronunciaba la fórmula de beatificación: “Concedemos que la venerable Sierva de Dios Conchita, fiel laica que aceptó con fe los sufrimientos de la enfermedad, encontrando en ella una oportunidad de gracia, redención y caridad sea llamada con el nombre de beata para la posteridad”.

Ya en la homilía, Semeraro destacaba que la educación religiosa que recibió Conchita hizo que “aceptase con serenidad y alegría las molestias cada vez más comprometidas”.

“La frecuencia de los sacramentos y particularmente la comunión a la que nuestra beata se mantiene fiel la sostuvo en la fatiga y puso todo en la voluntad de Dios, que fue gran ayuda en su devoción y a María”.

El Prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos hacía hincapié en que Conchita tuvo que afrontar numerosas adversidades “superiores a sus débiles fuerzas como la enfermedad mental de su madre, su propio sufrimiento físico y en la última fase de su existencia terrena la tuberculosis. En cambio, lo llevó con la sabiduría de la Cruz, convencida de que el sufrimiento hace que la criatura esté más cerca y se asemeja a Cristo”, sostenía el cardenal Semeraro.

El cardenal destacaba también en su alocución las palabras del Papa Francisco cuando manifestaba que “el secreto para ser muy felices es reconocerse siempre débiles y pecadores, vasijas de barro. La vocación que llega de la vulnerabilidad, nuestra beata la ha reconocido, la ha aceptado y vivido. Conchita nos ha indicado el método sobre cómo hacerlo. Se convierte en un modelo a imitar”.

Por su parte el arzobispo de Granada, José María Gil Tamayo, transmitió al cardenal Semeraro la gratitud, cariño y comunión con el Papa Francisco y su ministerio, y mostraba su alegría por la beatificación de Conchita: “Con ella la santidad, la vida en Cristo se pone de nuevo en primer plano en nuestra vida diocesana como ocurrió antes con otros granadinos como son los mártires del siglo XX”, recordaba el titular de la diócesis granadina.

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