Corpus Christi e identidad católica

El profesor José Manuel Rodríguez Morano, profesor de la Facultad de Teología de la Universidad Eclesiástica San Dámaso, profundiza para ECCLESIA en esta solemnidad

Corpus Christi e identidad católica

Redacción Religión

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La corrección política en el lenguaje nos impediría hoy expresarnos así, pero lo cierto, si no caemos en la tentación actual de manipular la historia a nuestra conveniencia, es que la Solemnidad del Corpus Christi nace “en especial para confundir y refutar la hostilidad de los herejes”. Así se expresaba desde Orvieto el Papa Urbano IV el año 1264 en la Bula Transiturus de hoc mundo, con la que instituía una fiesta para toda la Iglesia “el primer jueves después de la octava de Pentecostés”.

Como un eco sonoro y solemne del sacramento instituido por Jesucristo en el Jueves Santo y cotidianamente celebrado en todas las iglesias, el Papa introduce esta festividad en honor de la Eucaristía en el calendario universal, creyendo “oportuno –afirma– establecerla para que, de forma digna y razonable, sea vitalizada y exaltada la fe católica”.

Y es que la solemnidad que nos disponemos a celebrar –hoy trasladada, en la mayor parte de las iglesias, al domingo– sigue buscando precisamente recordarnos la esencia de lo que la Iglesia cree, lo que es y lo que espera. Y esto se nos muestra ejemplarmente en la Eucaristía, en el misterio del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. Para que no seamos confundidos por ideas que no manifiestan lo esencialmente católico; ideas más propias de “la hostilidad de los herejes”, que se diría antes.

La Eucaristía expresa lo que la Iglesia cree

Ciertamente la Eucaristía expresa lo que la Iglesia cree. Y no sólo lo expresa, sino que lo celebra por medio de ritos y oraciones, haciéndolo presente. El misterio de Cristo se actualiza en el sacramento del altar: el misterio del Hijo de Dios hecho hombre, que ha redimido a la humanidad pecadora por el sacrificio de su vida en la cruz y la ha introducido, por su resurrección y ascensión al cielo, en la comunión divina, elevando a la criatura humana a la condición de hijos de Dios. Así lo dejó encomendado el Señor a sus apóstoles: “Tomad y comed; esto es mi Cuerpo entregado. Tomad y bebed; esta es mi Sangre derramada para el perdón de los pecados. Haced esto en memoria mía”. Nuestra participación en el Misterio Pascual de Cristo y, por tanto, el fruto de nuestra redención se nos da en el alimento eucarístico, pues en él recibimos al mismo Autor de la redención.

Pero la Iglesia también muestra lo que es celebrando la Eucaristía: es Cuerpo de Cristo, una sola cosa en Él. Sin Jesucristo, no hay Iglesia; sin Eucaristía, no hay Iglesia. No seríamos más que una institución humana de personas, en el mejor de los casos, bienintencionadas que dicen creer en Dios y por eso se esfuerzan por comportarse correctamente y trabajar por la justicia social para crear un mundo más humano. La descripción, en el peor de los casos, la dejo a la imaginación del lector.

La Iglesia nace del misterio de Cristo

Sin embargo, creemos que del cuerpo de Cristo entregado en la cruz ha nacido una nueva humanidad de hombres y mujeres purificados en el agua y la sangre que brotan de su costado abierto. La Iglesia nace del misterio de Cristo y sólo puede ser alimentada en el misterio de Cristo, actual y presente en el sacramento de su Cuerpo y su Sangre, para poder irradiar auténticamente con su vida al mismo Cristo al que ha quedado unida para siempre.

Y esta comunión con el misterio de Cristo nos enseña a no olvidar nunca lo que esperamos: la participación plena y eterna de los fieles en la gloria de su Señor. En un mundo donde todo gira en torno al yo –a lo que yo creo o siento–, la Eucaristía nos educa para que todo nuestro yo gire en torno a Dios: que gire en torno a la escucha de su Palabra, luz para nuestro obrar cotidiano; a la ofrenda del sacrificio de su Hijo, que estamos llamados a reproducir en nuestra vida; a la oración, la súplica y la alabanza que, juntos, dirigimos a Dios, pues Él es el origen y la meta de nuestra existencia.

Las tres oraciones de la misa del Corpus nos enseñan esta triple realidad de pasado, presente y futuro; de lo que creemos, lo que somos y lo que esperamos. La oración colecta nos recuerda que “este sacramento admirable” es “memorial de tu pasión”, por la que hemos obtenido la redención; la oración sobre las ofrendas señala que los dones del altar representan místicamente la unidad de la Iglesia en Cristo; la oración final, después de la comunión, recuerda que el alimento recibido en la comunión eucarística anticipa el “gozo eterno” de la comunión perfecta con Dios en el cielo. Celebrar con toda solemnidad la Eucaristía en la fiesta del Corpus Christi y, según la tradición, salir en procesión con el Santísimo Sacramento por las calles sigue siendo hoy una expresión pública y una afirmación de nuestra más profunda identidad.

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