Desde Graus al Vaticano: 118 kilos de longaniza para los pobres del Papa Francisco
El Santo Padre ha recibido este miércoles durante la Audiencia General a cerca de 70 peregrinos de la localidad oscense y a más de 40 alumnos del Instituto de la localidad
Roma - Publicado el - Actualizado
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El Papa Francisco ha recibido durante la Audiencia General a cerca de 70 peregrinos de la localidad oscense de Graus y a más de 40 alumnos del Instituto de la localidad. El Santo Padre ha bendecido una réplica del Santo Cristo de La Cofradía del Santo Cristo y San Vicente Ferrer, promotora de la peregrinación.
Después, acompañados por el obispo de la diócesis de Barbastro-Monzón, Ángel Pérez Pueyo, el padre Julián Sepúlveda y el prior de la Cofradía, Pepe Gairín se trasladaron hasta las oficinas del Dicasterio para la Caridad del Vaticano. En la cercana parroquia de Santa Ana entregaron al máximo responsable de la caridad del Papa, el cardenal Konrad Krajewski, 118 kilos de longaniza para distribuirla entre las personas más pobres de Roma
Durante la Audiencia General mostraron al Papa para que la bendijera una réplica exacta del crucifijo que San Vicente Ferrer dejó a los habitantes de Graus tras su estancia en la ciudad. El Santo Cristo que da nombre a la Cofradía está pintado por María Jesús Costa, mientras que el manto que lo acompaña está bordado a mano por Rosa Senz. A partir de ahora dispondrán en Graus de esta copia bendecida por el Papa, recuerdo de la peregrinación.
Previamente, en la fantástica basílica de San Pablo de Extramuros el Obispo de Barbastro, Ángel Pérez consagró a los peregrinos como “apóstoles de calle” para ser testigos de la cruz del Santo Cristo “ante tantos ciudadanos de Graus que necesitan un Cirineo que les acompañe”.
Una de las Cofradías más antiguas de España
En 1415 el fraile dominico Vicente Ferrer, con 66 años, llegó a Graus precedido ya de fama de santidad. A partir de ese momento la ciudad ha mantenido una estrecha relación con quien después fue canonizado y que en agradecimiento a la ciudad les entregó el Crucifijo. Poco después se instituyó al poco una Cofradía de Penitentes para proteger la talla y llevar una vida de piedad y atención a los necesitados. Con el paso del tiempo la hermandad pasó a denominarse Cofradía del Santo Cristo y San Vicente Ferrer.
La Cofradía ha sido y es parte fundamental de la historia de Graus. El primer domingo de mes se realiza la Procesión de los Penitentes a través de un recorrido marcado por el propio San Vicente. En el año 2015 la Santa Sede otorgó a la Cofradía un año jubilar para conmemorar el seiscientos aniversario de la llegada de san Vicente Ferrer y la entrega del Santo Cristo a la villa de Graus.
El Santo Cristo fue quemado durante la Guerra Civil y dos grausinos recogieron sus restos de la hoguera y los escondieron en el monte. Al finalizar la contienda pudo ser restaurado. El encuentro de Graus con “Don Conrado”, como el Cardenal Krajewski quiere que se le siga llamando
Especialmente emocionante fue el momento de la entrega de los 118 kilos de la famosa longaniza de la zona, en total 500 unidades, una donación posible gracias a varias empresas locales. Tras la Audiencia General con el Santo Padre, a las 12 en punto de la mañana, los peregrinos de Graus se trasladaron hasta la Iglesia de Santa Ana, en el interior del Vaticano, muy cerca del lugar donde se encuentra La Limosneria, la “oficina” del responsable de la caridad del Papa Francisco, el cardenal Konrad Krajewski.
El cardenal les agradeció en nombre del Papa la entrega de esos alimentos, que suponen un pequeño gran gesto que a ejemplo de una pequeña gota de agua puede llegar a llenar el mar. Les dedicó unas palabras llenas de cariño y les trajo como recuerdo una imagen del Pontífice, de las que el entrega siempre en mano.
Estaban también presentes los alumnos del Instituto Baltasar Gracián de Graus, que se encontraban en Roma por su viaje de estudios y han querido acudir a la Audiencia General del pontífice para compartir junto a la Cofradía del Santo Cristo de Graus este momento único junto al Santo Padre.
La figura del cardenal Krajewski, limosnero del Papa
Si en Roma se quiere localizar al limosnero del papa, lo mejor es que se le busque por los alrededores de la estación de tren de Termini, donde se refugian muchas personas sin hogar, o entre los indigentes que rodean la columnata de Bernini junto a San Pedro.
Antes, Don Konrad vivía en un pequeño apartamento muy cerca del Vaticano, pero se lo cedió a varias familias de refugiados, que se alojan en él hasta que consiguen una residencia definitiva: "Muchos curas en el mundo hacen lo mismo. Yo no tengo familia. Ofrecer mi casa no me cuesta nada y tengo una oficina en la que puedo dormir", aseguraba.
El cardenal polaco Konrad Krajewski, Don Konrad o Don Conrado, que es como se le conoce en la calle y como le gusta que le llamen, tiene un cargo muy peculiar. Es el limosnero del papa, el que ayuda en su nombre a los necesitados.
Al poco de ser elegido Papa, Francisco se dio cuenta de que ya no podía salir a la calle con la misma libertad que disfrutaba en Buenos Aires. Tuvo que renunciar a las “escapadas” habituales que realizaba a las “villas miseria”, barrios de casas infrahumanas en varias zonas de Buenos Aires.
En Roma, como en tantas ciudades del mundo, miles de personas sobreviven agazapadas en la miseria y Francisco quería ayudarles como fuera. Pensó que había llegado el momento de dar un nuevo aire al cargo de limosnero para que no quedara reducido a una simple y fría oficina coordinadora de donaciones y donativos.
Llegó a oídos de Francisco que el antiguo ceremoniero de Juan Pablo II y Benedicto XVI salía de vez en cuando por la noche para visitar a quienes duermen en los alrededores de la Plaza de San Pedro y bajo los soportales de la Vía de la Conciliazione. Y pensó que podría ser el más indicado para poner en práctica “su plan”: — Don Conrado, ¿Ve mis brazos? Son demasiado cortos… Le pido que usted sea mis brazos. Así podré tocar a los pobres —. Con estas palabras, Francisco acababa de encomendarle el mejor de los trabajos en el Vaticano.
La jornada diaria de Don Conrado no tiene fin. Además de sus habituales recorridos callejeros, visita hospitales, asilos de ancianos, comedores sociales, centros de refugiados. Conoce a las personas por su nombre.
En muchas ocasiones es el propio Francisco quien llama por teléfono a Don Conrado para pedirle que “actúe” en su nombre. Uno de los primeros encargos directos del papa fue que viajara hasta la isla de Lampedusa para ayudar a los supervivientes de un naufragio que costó la vida a 368 personas. — Muchos no tendrán posibilidad de avisar a sus familiares para decirles que están bien. Mira qué puedes hacer — le había sugerido el papa en una rápida llamada telefónica.
Y hasta Lampedusa se fue Don Conrado con unas 1.600 tarjetas telefónicas para que los supervivientes, en su mayoría eritreos y somalíes, pudieran comunicar con sus familias y también para que los equipos de rescate, casi todos voluntarios, pudieran localizar a las familias de quienes habían muerto ahogados.
Por las mañanas recibe de parte del secretario del papa un enorme sobre, que contiene muchas cartas. Lo envía directamente el propio Francisco con indicaciones precisas escritas a mano. En una, aparece escrito: “Quizás este caso lo puedes resolver”. En otra, “Tú sabrás cómo ayudar”.
Don Conrado espera siempre las “sorpresas” de Francisco. Un día le envió 200 euros para que se los hiciera llegar a una anciana de Venecia a la que le habían robado la billetera mientras iba a comprar medicinas. En otra ocasión le pidió que se pusiera en contacto con una familia italiana, que, en una carta, le describía los sufrimientos de su pequeña hija, Noemi, enferma de una severa atrofia muscular espinal. Don Conrado se desplazó hasta la ciudad donde reside la familia y la invitó a que acudiera a la residencia de Santa Marta para que el papa pudiera saludarles. Otro día se enteró de que en Roma vivía una pareja de ancianos con graves problemas de movilidad y pidió a Don Conrado que les facilitara un scooter eléctrico, que desde entonces les ha permitido salir a la calle con autonomía.
El 17 de diciembre de 2013, el primer cumpleaños que Francisco celebraba como papa, a Don Conrado se le ocurrió invitar a la Misa de las 7 de la mañana en Casa Santa Marta a alguno de los que dormían en los soportales de San Pedro. Cuando iba de camino, paró un instante el coche, preguntó a un grupo de los que estaban desperezándose en sus sacos de dormir si querían acompañarle a felicitar a Francisco y rápidamente se subieron tres, un eslovaco, un polaco y un checo, los únicos que cabían en el utilitario del sacerdote. También el perro de uno de ellos, del que no quería separarse.
La idea encantó al papa, que consideró como un regalo que vinieran a su misa, perrito callejero incluido. Aquel día desayunaron todos juntos. El propio Don Conrado, lo recuerda sonriendo: — ¡Ese día, todos los invitados en aquel comedor de Casa Santa Marta, olieron la Iglesia! - A partir de aquel primer cumpleaños, el papa siempre ha tenido algún detalle con los más pobres ese día, y a través del limosnero ha encontrado la forma de invitarles a un helado, caramelos o a algún postre dulce para completar la fiesta.
Ser cardenal limosnero tiene muchos privilegios. Pero hay uno especial. Este cardenal “de calle” es el único miembro de la Curia romana con permiso expreso para ser un “manirroto”.
La creatividad del tándem Conrado-Francisco no tiene límite: repartir postales en Navidad con sello incluido para que puedan felicitar a sus familias, sacos de dormir para las frías noches de invierno, huevos de chocolate para los niños ingresados en el hospital Bambino Gesù de Roma. En una semana de lluvia intensa llegaron a distribuir trescientos paraguas olvidados y nunca reclamados por los turistas en los Museos Vaticanos…La caridad llena de detalles que ocupa pocos titulares, pero que tiene un efecto multiplicador.