«¡Detengamos este naufragio de civilización!», pide Francisco en su encuentro con los refugiados y migrantes en Lesbos
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El papa Francisco, en su encuentro con los refugiados, en el Centro de Recepción e identificación Mytilene, recordó una vez más, que la migración es un problema de todos, y la pandemia, “nos ha hecho sentir, que estamos todos en la misma barca” experimentando los mismos miedos de los migrantes.
“Estoy aquí para decirles que estoy cerca de ustedes; estoy aquí para ver sus rostros, para mirarlos a los ojos: ojos cargados de miedo y de esperanza, ojos que han visto la violencia y la pobreza, ojos surcados por demasiadas lágrimas». Es así como el Papa se dirigió a los presentes en Mytilene, en el Centro de Recepción e identificación, sobre todo a los refugiados, y recordó hace cinco años, su visita a la isla, cuando el Patriarca Ecuménico, Bartolomé le dijo que quien tiene miedo de ellos, de los refugiados, «no los ha mirado a los ojos. El que les tiene miedo no ha visto sus rostros. El que les tiene miedo no ve a sus hijos. Olvida que la dignidad y la libertad trascienden el miedo y la división. Olvida que la migración no es un problema del Oriente Medio y del África septentrional, de Europa y de Grecia. Es un problema del mundo».
El Santo Padre insistió que sino hay una reconciliación con los más débiles, no habrá un «futuro próspero». Rechazar a los pobres, afirmó es rechazar la paz. Pidió a Dios que «nos despierte del olvido de quien sufre, que nos sacuda del individualismo que excluye, que despierte los corazones sordos a las necesidades del prójimo». Los problemas se resuelven no con los muros sino uniendo fuerzas para hacerse cargo de los demás. El Mar Mediterráneo se ha convertido en un «frío cementerio sin lápidas», y aseveró: ¡No dejemos que el mare nostrum se convierta en un
La migración: un problema de todos
El Papa afirmó que la migración es «un problema del mundo, una crisis humanitaria que concierne a todos», y añadió que la pandemia, que nos ha afectado globalmente, nos ha hecho «sentir a todos en la misma barca», y experimentar «lo que significa tener los mismos miedos». La humanidad ha comprendido que los grandes problemas se «afrontan juntos, porque en el mundo de hoy las soluciones fragmentadas son inadecuadas».
El Pontífice señaló que a pesar que a nivel mundial, se llevan a cabo las vacunaciones, en medio de «retrasos e incertezas», sin embargo, siente, dijo, que parece que «algo se está moviendo en la lucha contra el cambio climático, todo parece terriblemente opaco en lo que se refiere a las migraciones», agregó, y, sin embargo, están en juego personas, vidas humanas. Está en juego el «futuro de todos que si no está integrado, no será sereno».
Sino hay políticas amplias no habrá un futuro sereno y próspero
El Santo Padre insistió que sino hay una reconciliación con los más débiles, no habrá un «futuro próspero». Rechazar a los pobres, afirmó es rechazar la paz. La historia, nos enseña, agregó, que los cierres y nacionalismos llevan a consecuencias desastrosas. Y recordando el Concilio Vaticano II, enfatizó que para alcanzar la paz, es «necesario respetar a los demás y su dignidad». El futuro, seguirá poniéndonos en contacto unos con otros, por tanto, Francisco, señaló que es «una ilusión pensar que basta con salvaguardarnos a nosotros mismos, defendiéndonos de los más débiles que llaman a la puerta».
La historia siempre nos ha enseñado pero aún no hemos aprendido, dijo el Papa, que para orientar el futuro hacia el bien son necesarias políticas más amplias y no acciones unilaterales. Debe terminar el «continuo rebote de responsabilidades, que no se delegue siempre a los otros la cuestión migratoria, como si a ninguno le importara y fuese sólo una carga inútil que alguno se ve obligado a soportar».
«Que Dios nos despierte del olvido de quien sufre»
En su discurso, el Papa pidió a Dios que «nos despierte del olvido de quien sufre, que nos sacuda del individualismo que excluye, que despierte los corazones sordos a las necesidades del prójimo», los refugiados, «nos piden», dijo, «que no miremos a otra parte, que no reneguemos de la humanidad que nos une, que hagamos nuestras sus historias y no olvidemos sus dramas». Francisco, le pide al «hombre», a cada uno, que «superemos la parálisis del miedo, la indiferencia que mata, el cínico desinterés que con guantes de seda condena a muerte a quienes están en los márgenes. Afrontemos desde su raíz al pensamiento dominante, que gira en torno al propio yo, a los propios egoísmos personales y nacionales, que se convierten en medida y criterio de todo».
Desde la última vez que visitó Francisco Lesbos, con sus «queridos hermanos Bartolomé y Ieronymos», han podido constatar que «poco ha cambiado sobre la cuestión migratoria. Ciertamente, muchos se han comprometido en la acogida y en la integración», y al respecto el Pontífice agradeció a los numerosos voluntarios y asociaciones institucionales, sociales y caritativas, porque han «asumido grandes esfuerzos, haciéndose cargo de las personas y de la cuestión migratoria», y añadió:
«Reconozco el compromiso en la financiación y construcción de dignas estructuras de acogida y agradezco de corazón a la población local por todo el bien que ha hecho y los numerosos sacrificios que han aceptado. Pero debemos admitir amargamente que este país, como otros, está atravesando actualmente una situación difícil y que en Europa sigue habiendo personas que persisten en tratar el problema como un asunto que no les incumbe. Y, ¡cuántas condiciones indignas del hombre! ¡Cuántos puntos críticos donde los migrantes y refugiados viven en situaciones límite, sin vislumbrar soluciones en el horizonte! Y, sin embargo, el respeto a las personas y a los derechos humanos ?especialmente en el continente que no cesa de promoverlos en el mundo? debería ser salvaguardado siempre, y la dignidad de cada uno debería ser antepuesta a todo. Es triste escuchar que el uso de fondos comunes se propone como solución para construir muros».
Los muros no resuelven ni protegen del peligro
Muros que, según el Papa, pretenden resolver los problemas: «Ciertamente, los temores y las inseguridades, las dificultades y los peligros son comprensibles. El cansancio y la frustración, agudizados por la crisis económica y pandémica, se perciben, pero no es levantando barreras como se resuelven los problemas y se mejora la convivencia, sino uniendo fuerzas para hacerse cargo de los demás según las posibilidades reales de cada uno y en el respeto de la legalidad, poniendo siempre en primer lugar el valor irrenunciable de la vida de todo hombre».
La solución que propone Francisco es la de «sumergirse en los problemas de la mayoría de la humanidad, de tantas poblaciones víctimas de emergencias humanitarias que no han provocado sino sólo padecido, a menudo después de largas historias de explotación todavía en curso». Y aconsejó que en vez de arrastrar a la opinión pública al miedo al otro, mejor, se hable, «con el mismo tono», de la «explotación de los pobres, o de las guerras olvidadas y a menudo generosamente financiadas, o de los acuerdos económicos que se hacen a costa de la gente, o de las maniobras ocultas para traficar armas y hacer que prolifere su comercio».
Acciones concertadas para resolver emergencias
Es necesario, dijo enfrentar «las causas remotas, no a las pobres personas que pagan las consecuencias de ello, siendo además usadas como propaganda política. Para remover las causas profundas no se puede sólo resolver las emergencias. Se necesitan acciones concertadas. Es necesario acercarse a los cambios históricos con amplitud de miras», afirmó, porque no existen «respuestas fáciles para problemas complejos; existe más bien la necesidad de acompañar los procesos desde dentro, para superar los guetos y favorecer una lenta e indispensable integración, para acoger las culturas y las tradiciones de los otros de una manera fraterna y responsable».
Francisco, pidió que para recomenzar, «miremos el rostro de los niños. Hallemos la valentía de avergonzarnos ante ellos, que son inocentes y son el futuro. Interpelan nuestras conciencias y nos preguntan: “¿Qué mundo nos quieren dar?”. No escapemos rápidamente de las crudas imágenes de sus pequeños cuerpos sin vida en las playas».
El Mediterráneo: un frío cementerio sin lápidas
Con pesar, el Papa afirmó que el mar Mediterráneo se ha convertido en un «frío cementerio sin lápidas». Durante milenios ha unido pueblos diversos y tierras distantes, enfatizó, esta gran «cuenca de agua, cuna de tantas civilizaciones, ahora parece un espejo de muerte. ¡No dejemos que el mare nostrum se convierta en un desolador mare mortuum, ni que este lugar de encuentro se vuelva un escenario de conflictos! No permitamos que este “mar de los recuerdos” se transforme en el “mar del olvido”. Les suplico: ¡detengamos este naufragio de civilización!».
Por último, el papa Francisco aseveró que es en las orillas de este mar que Dios se hizo hombre, su «Palabra ha resonado llevando consigo el anuncio de Dios, que es «Padre y guía de los hombres». Él nos ama como hijos y quiere que seamos hermanos». Y, en cambio, enfatizó, ofendemos a Dios, «despreciando al hombre creado a su imagen, dejándolo a merced de las olas, en la marea de la indiferencia, a veces justificada incluso en nombre de presuntos valores cristianos. La fe nos pide compasión y misericordia, exhorta a la hospitalidad, a aquella filoxenia que impregnó la cultura clásica, encontrando luego en Jesús su propia manifestación definitiva, especialmente en la parábola del Buen Samaritano». No es ideología religiosa, afirmó, son raíces cristianas concretas.
«Jesús afirma solemnemente que está allí, en el forastero, en el refugiado, en el que está desnudo y hambriento; y el programa cristiano es estar donde está Jesús. Sí, porque el programa cristiano, escribió el papa Benedicto, «es un corazón que ve» (Carta enc. Deus caritas est, 31)».
El Papa pidió a la Virgen María que nos abra los ojos ante los sufrimientos de los hermanos, recordando a tantas madres embarazadas, que encontraron la muerte rápidamente, estando de viaje, el Pontífice solicitó que «la Madre de Dios nos ayude a tener una mirada materna, que ve en los hombres hijos de Dios, hermanas y hermanos que acoger, proteger, promover e integrar; y a amar con ternura. Que María Santísima nos enseñe a anteponer la realidad del hombre a las ideas e ideologías, y a dar pasos ágiles al encuentro del que sufre».
(Patricia Ynestroza–Ciudad del Vaticano, Vaticannews.va)
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