El día a día de Emiliano, el párroco que convive en el barrio salmantino de Buenos Aires, minado por la droga

La mayoría de los chavales no poseen el título de la ESO, los repartidores prefieren evitar su entrada y la venta de heroína está a la orden del día

El día a día de Emiliano, el párroco que convive en el barrio salmantino de Buenos Aires, minado por la droga

José Melero Campos

Publicado el - Actualizado

4 min lectura

Buenos Aires no es solo la capital de Argentina. Además, es un barrio de la periferia de Salamanca, compuesta por unas 350 viviendas sociales, y que no tiene demasiados años de vida, ya que las casas se construyeron en la década de los ochenta. Unas viviendas que fueron destinadas para familias de escaso poder adquisitivo. Unos 1.500 vecinos ocuparon aquellos hogares hace más de tres décadas para iniciar un proyecto de vida. Pero pronto esa esperanza se transformó en desesperación como consecuencia de la droga.

Buenos Aires se ubica en un núcleo estratégico, junto a la autovía de Portugal, cerca de la Ruta de la Plata y en el comienzo de la autovía de Madrid. Un lugar, por tanto, propicio para traficar.

En los últimos años aproximadamente la mitad de los vecinos han ido abandonando Buenos Aires. Los chavales no poseen ni el título de la ESO en la mayoría de los casos, los repartidores prefieren evitar su entrada y la venta de heroína está a la orden del día. El clima de violencia se ha adueñado del barrio.

Casi ningún vecino se atreve a denunciar ante la prensa lo que ocurre en Buenos Aires excepto su párroco desde hace 26 años, Emiliano, que no se resigna ante esta situación pese a las dificultades que se presentan. Para empezar, porque acceder a Buenos Aires no es tarea sencilla por el control que ejercen los narcotraficantes: “Las mafias que se dedican al negocio vigilan quienes entran y quienes salen. Tienen sus estrategias de control para saber lo que sucede en el barrio, porque les interesa.”

De los 1.500 vecinos iniciales, apenas quedan 700, de los cuales unos 300 se dedican al tráfico de drogas. La mayoría de los que decidieron marcharse, abandonaron su vivienda para posteriormente ser ocupadas: “En Buenos Aires muchos inmuebles están vacíos y son empleados para el narcotráfico. Los vecinos que permanecen en el barrio son gente ya mayor o jubilada, pero el resto de familias, normalmente con hijos jóvenes, están vinculadas a la droga, generando un gueto importante.”

Ante este panorama nada halagüeño, no es de extrañar que el coste de una vivienda en esta barriada salmantina apenas supere los 18.000 euros. Nadie quiere vivir allí. Los vecinos están agotados: “Los que se han quedado es porque no pueden vender sus casas o han fallecido sus propietarios y sus familiares directos la han abandonado al no poder hacer frente al pago. No te olvides que aquí son todos gente humilde. Pero este estado de dejadez es consentido por parte de las administraciones”, lamenta Emiliano.

Para el párroco, las instituciones han optado por no actuar. Considera que no les interesa para tener controlados a los clanes y evitar que se dispersen por otros barrios. Un pensamiento que a Emiliano le aterra: “Parece que los hechos dan la razón a los que se expresan así. Muchos barrios sufren las consecuencias de todo ello. Salamanca es una ciudad que ha potenciado mucho el turismo y la Universidad en detrimento de los barrios de la periferia.”

Emiliano ha sido amenazado en muchas ocasiones por mantener relaciones con los medios de comunicación que denunciaban los hechos, aunque cada vez está más solo en su lucha: “Yo entiendo que muchas familias hayan tirado la toalla, pero otros no. El narcotráfico es una actividad asesina que deshumaniza. Las instituciones tienen mucho que ver con esta situación. La Subdelegación del Gobierno tampoco refuerza la seguridad. Parece mentira que en un barrio tan pequeño los vecinos nos sintamos tan indefensos.”

Por desgracia, Emiliano no ve una solución a corto plazo: “Al principio, cuando comenzaron los problemas de drogas, hace unos veinte años, tratábamos de hablar con los traficantes, pero resultó imposible. Muchos niños pertenecen ya a una tercera generación de narcos que no han vivido nunca una situación normal. Son personas que se han criado despreciando a la policía, a los payos, desconocen su propia cultura, la mayoría de etnia gitana... La mayoría apenas saben leer o escribir.”

En el colegio público Gabriel Martín, los profesores acuden sin ninguna esperanza y con bastante temor. Ninguno de los niños que acude proseguirá sus estudios. Todos están atrapados en las dinámicas de la barriada y sus expectativas son seguir los pasos de los grandes héroes de cada clan de la droga.

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