Día Mundial del Braille: «Necesito oportunidades, no simpatía», dice la Hna. Verónica
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10, y describe cómo cada desafío debe ser aceptado como una porción de la cruz de Cristo que debe ser llevada al servicio de los demás.
El Día Mundial del Braille nos recuerda la importancia de la accesibilidad y la independencia de las personas ciegas o con discapacidad visual. Verónica comparte su historia como religiosa de Kenia que se convirtió en discapacitada visual en su temprana adolescencia.
«Todo depende de la forma en que uno se acepte a sí mismo. Dios nunca hace nada para perjudicar a nadie. Solía preguntarme por qué no puedo ver cuando todos mis hermanos y hermanas pueden hacerlo. La forma en que me acepto a mí misma, y la forma en que me presento, es la forma en que los demás me aceptarán o rechazarán».
Don Orione
La hermana Verónica vive en Kenia, en una comunidad con otras tres hermanas con discapacidad visual, que forma parte de una congregación aún mayor: las Hermanas Sacramentinas de Don Orione.
En declaraciones a Vatican News desde su casa en Kenia, explica que las hermanas de la congregación son tanto contemplativas como activas.
«Este era el deseo de Don Orione»: permitir que quienes lo necesitaran pudieran servir a Dios a través de la adoración. «Todo lo que uno tiene que ofrecer a la congregación, lo puede hacer aquí», dice. De las 7 hermanas de su comunidad, las 4 que son discapacitadas visuales son sólo «parcialmente contemplativas», ya que participan en las actividades de la casa, conocen a la gente y dan charlas.
Son un consuelo para las demás, explica la hna. Verónica, «pero no me uní a la congregación porque necesito ayuda».
«Necesito oportunidades, no simpatía», afirma. «A menudo la gente asume que debería ‘hacer cosas por mí’. Eso no me ayuda. Muéstrame cómo conseguir el pescado, pero no lo consigas por mí», dice Sor Verónica. Y eso es lo que hacen las hermanas de su comunidad.
La historia de la Hna. Verónica
Verónica nació con la vista completa. A los 13 años contrajo la malaria y se le administró un medicamento llamado quinina para tratarla.
«Los hospitales no eran como los de ahora», cuenta, y la medicación, que luego se prohibió en 2007, le dañó el nervio óptico y le hizo perder la vista. «Sin embargo, reconozco la luz y la sombra», especifica, y añade que la tecnología es una ayuda maravillosa. Explica que dicta sus mensajes de WhatsApp a su teléfono, y que éste le lee los mensajes recibidos.
A los 13 años, «es la edad en la que empiezas a desarrollarte… tienes tu primera menstruación, cuando las cosas empiezan a cambiar, y fue entonces cuando perdí la vista», dice Sor Verónica. «Pero cuando algo así te ocurre de niña, es más fácil de soportar y aceptar».
Añade que algunas personas pierden la vista cuando ya están asentadas en la vida, y que corren el riesgo de tirar su vida. «Todo depende de la fe de cada persona», precisa Sor Verónica.
Fe y discapacidad
«Nací en una familia católica». Al principio, al padre de Verónica, un pescador, le costaba aceptar su enfermedad, y a menudo se preguntaba «¿por qué yo?», «¿por qué mi hija?». «Nunca hizo daño a nadie».
Su madre, que trabajaba ayudando en las casas de la familia y en las congregaciones, lo aceptó mejor al principio. Pero, «nunca dejaron de ir a la Iglesia, ni de rezar» y su padre llegó a aceptarlo también, porque «sabían que todo lo que pasa tiene su propósito». Y cuando sucede, añade, y tienes una familia que te ayuda y te sostiene, «se hace mucho más fácil».
Pero, a pesar de la ayuda de una familia cariñosa, ser discapacitado visual requiere valor. A sus 63 años, la Hna. Verónica dice que el coraje le permitió convertir lo que al principio parecía una debilidad en una fortaleza y una virtud. «No puedes depender de tus padres para siempre», señala.
«Todo depende de la persona con discapacidad», añade. «La forma en que me presente es la forma en que me aceptarán».
Braille, aprendizaje y enseñanza
La escuela para ciegos era gratuita en Kenia en aquella época. «Aprendí braille cuando tenía 13 años, el mismo año en que contraje la enfermedad que me causó la discapacidad visual». La Hna. Verónica fue entonces «a la escuela para ciegos donde, durante 7 años, estudié el mismo plan de estudios que todos los demás alumnos de Kenia. Aunque estudié en braille, el examen es igual para todos». Dice que los alumnos tenían que escribir sus respuestas en un teclado, como todos los demás.
Luego, entre que terminó la escuela y se hizo monja a los 23 años, la hna. Verónica sintió la vocación de enseñar a los niños discapacitados visuales inglés y swahili, la lengua nacional de Kenia. «Y a veces incluso matemáticas», añade, con la risa de quien quizá no es especialmente buena en la materia.
Un reto como otro
La Hna. Verónica nunca pierde el tono alegre de su voz, hablando con fuerza y determinación.
«¡No me da vergüenza hablar de mí misma! ¡Esto forma parte de la vida! Esta situación es normal. Los desafíos están en todas partes… debes aprender a manejar tus desafíos, y no permitir que ellos te manejen a ti. Una vez que Dios disminuye un sentido, los otros aumentan. Donde no llega mi vista, puedo usar mi imaginación, y la sensibilidad… y el sentido común. Depende del don de cada uno».
Por eso, dice, «no hay diferencia entre tú y yo».
Viajando
A Sor Verónica también le gusta viajar. «Tengo problemas para cruzar la carretera», admite, pero con ayuda para subir al autobús adecuado y cambiar al siguiente correcto, «puedo ir a cualquier parte». Solía viajar a otra provincia, de la noche a la mañana, para llegar a la escuela, y lo hacía sola.
«Tengan confianza. No tanto como para decir que puedes hacerlo todo y que no necesitas ayuda. Pero antes de pedir ayuda, inténtalo. Si otros pueden hacerlo, tú al menos puedes intentarlo».
Llevar la cruz
La hermana Verónica nunca ha «visto» a sus dos hermanos y a su hermana. Nacieron después de que ella perdiera la mayor parte de la vista.
Al principio, la religiosa dice que se preguntaba por qué ellos podían ver y ella no. Pero más tarde, empezó a comprender que debía apreciar que «cada uno de nosotros, los discapacitados visuales, tenemos un pedazo de la Cruz de Dios». Con eso en mente, «es mejor apreciarlo, y vivir feliz».
Cada día es un regalo, concluye, y «he ganado mi independencia».
(Francesca Merlo ? Ciudad del Vaticano, Vaticannews.va)
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