Dios desea un "Tenemos que hablar..."

Que exista un Dios al que pedirle y agradecerle es una gran suerte, pero mayor suerte es que Él quiere ese diálogo

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Pablo Valentín-Gamazo

Publicado el - Actualizado

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Para las parejas suele ser un síntoma de "peligro" el: "Cariño, tenemos que hablar". ¿Y si Dios desea un "Tenemos que hablar?

Es sorprendente la capacidad y el esfuerzo de Jesús por acercarnos a Dios, por demostrarnos de que no es una realidad lejana o ajena a nosotros. Él mismo es la prueba: Dios hecho Hombre. Una persona con la que los apóstoles hablan, que se ríe, que llora, come y duerme. El Evangelio del domingo nos recuerda la gran suerte que tenemos los cristianos de tener un Dios dialógico y dialogante, no un mero comprobador de cumplimiento de preceptos morales. Y eso de "dialógico y dialogante", ¿qué quiere decir?

El Padrenuestro nos da una clave. Precisamente, que es "Padre" y es "nuestro". Un padre es referencia de amor, por tanto, un Padre con el que hablar. Dios es un Padre que escucha lo que le decimos - las peticiones, los agradecimientos, el perdón...-, que es el que mejor nos conoce y el único capaz de llenarnos por completo. Pero también habla, si no, no sería un diálogo. La oración es la forma de mantener nuestra relación con un Dios que lo único que quiere de nosotros es eso, busca ansiosamente que queramos acercarnos a Él.

La oración y ese diálogo con Dios no es un mero intercambio de mensajes, o escuchar la voz de Dios en nuestra cabeza. No. La palabra de Dios tiene un efecto performativo, es decir, capaz de transformar y transformarnos. Por eso, el diálogo con Dios es creativo y creador, es paz.

Dios es muy ocurrente para comunicarse. Usa a las personas, el silencio, la música o cualquier cosa que se le ocurra. La misma naturaleza es un acto, además de amor, de comunicación tremendo. Una puesta de sol, el mar o un eclipse, ¿no son acaso formas de Dios de decirnos "mira cuánto te quiero"?

Cuando Dios habla al corazón ocurre otra cosa. Además de transformarnos, la palabra es creativa y va más allá de si misma: invita a actuar. Crea en nosotros deseos, nos inspira o nos conmueve. ¿Cómo entrar en ese diálogo? Una parte grande es "dejarse", es decir, vaciarse de uno mismo, porque, si estamos llenos de nosotros mismos, ¿Qué o quién más cabe ahí dentro? ¿cómo va a caber Dios?

Por esa razón, Jesús nos recuerda la parábola del amigo importuno: hay que llamar a la puerta de Dios. La necesidad nos impulsa muchas veces, como al amigo que llama a la puerta, pero Dios está deseando abrir por cualquier motivo. Si no abre a la primera, hay que insistir. Esa invitación a la perseverancia es una invitación al amor, a la espera, a la esperanza.

Otra clave creo que está en el perdón. El perdón tiene capacidad liberadora, nos quita de las ataduras y rencores y nos ayuda a volver a encaminarnos hacia lo que estamos llamados. La Confesión, en ese sentido, resulta de mucha ayuda para participar después de la comunicación.

El relato que usa Jesús habla de que el amigo pide "pan", como "nuestro pan de cada día", que solemos rezar. Ahí se concentra todo. ¿Qué pan hay mejor que la Eucaristía, que Dios quiera entrar y quedarse dentro de nosotros?" Es el lugar donde Dios quiere estar más que en otro en el mundo...y sólo hay que pedirlo.

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