El gesto de acogida de un capellán de prisiones con los reclusos que tienen días de permiso

El P. Valentín Díaz compró la parte de arriba de un piso. Allí, recibe a los presos que tienen permiso, pero no a dónde ir

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Natxo de Gamón

Publicado el - Actualizado

2 min lectura

El padre Valentín Díaz lleva desde 1996 atendiendo las necesidades espirituales de los presos del Centro Penitenciario de Valladolid, situado en la localidad de Villanubla, de la que también es párroco.

Allí, en ese pueblecito, el padre Valentín ha montado un pequeño piso encima de la iglesia parroquial. Cuenta con tres habitaciones, dos baños, cocina y salón.

Con la ayuda de los feligreses de Villanubla, y del propio bolsillo del párroco, han amueblado el piso, han puesto un microondas, han comprado una plancha... Además, la parroquia se encarga de pagar el recibo de la luz.

Ávido lector, las paredes del piso están forradas de estanterías que cargan con los libros que ya no le caben en casa al párroco, que también es titulado en Magisterio, en Química y en Derecho.

El padre Valentín cuenta que todo nació a raíz de una asociación formada en la parroquia para cuidar a los hijos de las madres extranjeras que estaban en prisión. Eran las más desamparadas, dice.

Sin embargo, ahora, la mayor parte de los usuarios del piso son varones adultos sin familia cerca, que solo cuentan con el apoyo del capellán de la cárcel para esos días en los que, por su buen comportamiento, pueden salir unas horas de prisión.

El padre Valentín explica que cuando cuenta que es el capellán de la cárcel, la gente cree que su único trabajo es celebrar misa. Sin embargo, ese es sólo uno de sus cometidos. La mayor parte del tiempo en prisión lo pasa hablando con los reclusos. Se gana su confianza, y se convierte casi en un amigo, para muchos, el único que tienen.

También habla con los funcionarios. Intercambia impresiones sobre los presos y todos reman en la misma dirección.

El padre Valentín cuenta que los reclusos suelen aprovechar esos permisos para hacer papeleo, renovar el DNI, comprarse algo de ropa... Algunos cogen un autobús hasta Valladolid y se dan un paseo o comen un menú del día.

El párroco cuenta que no cualquiera puede ir a su piso. Él solo invita a gente que ve de fiar. Les da la llave de la casa con la única condición de que no se metan en líos. Dice que sólo un par de veces le ha sucedido, y no son suficientes para renunciar a seguir siendo el apoyo de estas personas que necesitan techo, cobijo y compañía para volver a enderezar su vida.

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