La historia de un padre y su hija caminando juntos hacia la santidad

Papa Francisco firmó hoy varios decretos de causas de beatificación, entre ellos el de los dos españoles.

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Redacción Religión

Publicado el - Actualizado

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Muy pocas veces en la historia de la Iglesia un padre y una hija han hecho juntos el camino hacia la santidad. Eso es justo lo que está pasando con P. Francisco Barrecheguren y su hija Conchita.

Mañana, jueves 7 de mayo, se recuerda la vida del servo de Dios P. Francisco Barrecheguren y justo hoy Papa Francisco ha promulgado el Decreto que reconoce la heroicidad de virtudes del P. Francisco Barrecheguren (1881-1957) y de su hija Conchita Barrecheguren (1905-1928). Papa Francisco firmó hoy, en la audiencia que concedió al prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos, Angelo Beciu, varios decretos de causas de beatificación, entre ellos el de los dos españoles.

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El camino hacia la beatificación

El camino hacia la santidad normalmente tiene varias etapas: la primera es ser declarado venerable siervo de Dios, la segunda beato y la tercera santo. Venerable Siervo de Dios es el título que se da a una persona muerta a la que se reconoce «haber vivido las virtudes de manera heroica».

Para que un venerable sea beatificado es necesario que se haya producido un milagro debido a su intercesión y para que sea canonizado, hecho santo, se precisa un segundo milagro obrado «por intercesión» después de ser proclamado beato.

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La historia de un padre y de una hija

Francisco Barrecheguren nació en Lérida el 21 de agosto de 1881 y murió en Granada el 7 de octubre de 1957. Al quedar huérfano muy pequeño y sin familia en Lérida, sus tíos lo llevaron a Granada, donde vivirá toda su vida. Francisco hace esta reflexión conmovedora sobre su infancia: “No puedo decir, pues, el sabor que tienen los besos de la madre ni las caricias de un padre”.

En 1904 contrae matrimonio con Concha García Calvo. Y un año después nace su única hija, el 27 de noviembre del 1905. Conchita será una flor que el Señor trasplantará, en plena juventud, al Cielo. Será una fecha que nunca olvidará Francisco: el 13 de mayo de 1927. Desde la infancia Conchita manifestó salud precaria debido a una enterocolitis muy aguda y por ello sus padres decidieron no dejarla asistir a ninguna escuela de la ciudad, convirtiéndose en sus educadores.

A muy temprana edad sintió la llamada a la vida religiosa, deseando convertirse en carmelita, pero no pudo debido a la enfermedad y murió en Granada el 13 de mayo de 1927, a la edad de 22 años. Pese a ello, fue tiempo más que suficiente, para hacerse y construirse como mujer - como mujer cristiana -, y para desarrollar sus cualidades. Supo utilizar su tiempo y vivirlo intensamente.

A la dureza de la enfermedad, se añade la dificultad del tratamiento. La tuberculosis era poco conocida para la medicina de entonces. El desarrollo de la enfermedad de Conchita, y de los sufrimientos que la acompañan, provocaban la admiración de quienes la conocieron.

Un asombro que surge no tanto de contemplar el dolor mismo, sino del modo en que Conchita, sabe sacar fuerzas de flaqueza, para hacerle frente. Ahí se hizo constatable la maravilla de su calidad humana y de la seguridad de su fe. La fe de Conchita supo descubrir que los planes de Dios no eran los suyos, que tenía que aceptar que su vida, y su modo de seguir a Jesucristo y de estar en la Iglesia, era el laical. Un estado no inferior al religioso o clerical. Al contrario, el estado común de los bautizados y el mismo que vivió el Señor Jesús.

La sencillez de Conchita y su ser cristiana del montón, es un testimonio actual. Ella aparece como una parábola de Evangelio, para quien quiera intuir otras posibilidades de vida y felicidad. Su fe inquebrantable y su fidelidad, no dejan de sorprender.

Lo extraordinario de Conchita era su vida ordinaria y común; pero, además, hay dos cosas específicamente singulares en ella y que le hicieron llamar la atención de quienes la conocieron: Su modo de aceptar y afrontar la cruz y su alejamiento del mundo y de todo lo que pudiera distraerla de su proceso de crecimiento espiritual. Eso, ciertamente, no pasó desapercibido.

Posteriormente Francisco, a la edad de 65 años, ingresó en la Congregación del Santísimo Redentor, y el 25 de julio de 1949 fue ordenado sacerdote y vivió sus últimos años a disposición principalmente de los enfermos y los ancianos. Dedicará todo su tiempo al ejercicio sacerdotal de celebrar la Eucaristía en el Santuario del Perpetuo Socorro y en el Carmen de Conchita, llevar comuniones a los enfermos, dirigir el rosario con el pueblo, llevar la abundante correspondencia del Proceso de Canonización de su hija Conchita.

Francisco Barrecheguren fue modelo de esposo, de padre, de educador, de religioso, de hombre que supo cargar con la cruz y llevarla con valentía y alegría, con la sonrisa siempre en el rostro y una palabra cariñosa y alentadora en los labios.