La historia de una adicta a la heroína durante treinta años: "Es un milagro que siga viva"
El mono le hizo perder oportunidades de empleo y romper con parte de su familia
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Es un milagro que Mercedes siga con vida, si tenemos en cuenta que desde los 14 y hasta los 49 años ha sido adicta a la heroína, responsable de la muerte por sobredosis de varias generaciones. Por ello, nos hace una íntima confesión: “Tengo un ángel de la guarda”.
Hace cuatro meses, por segunda vez en las últimas dos décadas, tomó la firme decisión de dejarlo. Se encuentra internada en uno de los centros terapéuticos de Proyecto Hombre Guadalajara, donde los 'pacientes' que buscan reinsertarse asumen un rol. Mercedes es la responsable de cocina: “Aquí nos ofrecen una rutina, realizamos terapias de grupo para contar nuestra experiencia personal, sacando hacia fuera lo que nos ha hecho daño. Aquí te conoces a ti mismo. Más que curarnos, tratamos de cambiar nuestros valores y las actitudes que nos llevaron al precipicio”.
Los internamientos en estos centros suelen prolongarse por diez o doce meses. Lo duro llegará después. Mercedes lo sabe. Por ello, trabaja con los terapeutas las destrezas y habilidades sociales para saber relacionarse, encontrar un empleo y, en definitiva, reinsertarse en la sociedad.
El camino de la rehabilitación no está siendo nada sencilla. Tras superar el síndrome de abstinencia, Mercedes reconoce no tener mono para inyectarse su dosis, aunque afirma tajante que siempre será una drogodependiente: “Ahora mismo no tengo mono, pero los consumidores estamos en riesgo de recaer. Esto consiste en levantarse cada día y pensar a ti mismo, hoy no. Es durísimo. Cualquier contratiempo o situación emocional de bajón te puede llevar a probarlo y volver a las andadas”, lamenta.
Mercedes sabe bien de lo que habla, ya que hace catorce años formó parte de un programa anterior de Proyecto Hombre. A los cinco años recayó: “Se truncó porque no trabajé mi independencia emocional. Yo no soporto la soledad, me da miedo quedarme sola, e inicié una relación con otra persona consumidora. El problema es que él tenía su vida, mientras yo me agarré a él y perdí mi autoestima. Acabé por perderlo todo”.
Nuestra protagonista se enganchó en su etapa adolescente con los amigos: “Fue pura rebeldía, quería probarlo todo”. Muchos de los que viven su misma situación acaban excluidos en la calle, tocan fondo. Mercedes ha tenido más suerte: “No todos los drogodependientes somos iguales. Yo por ejemplo he trabajado muchos años, y gracias a mi naturaleza y mi suerte, no estoy muy tocada. No tengo VIH, hepatitis ni nada”.
Por el camino ha dejado infinidad de cadáveres y seres queridos como consecuencia de la heroína: “Muchos se han quedado. Me angustio solo de pensarlo. La gente con la que empezaba a meterme están en prisión o muertas. Los que nos recuperamos somos los menos. Era duro que te dijeran que un amigo o compañero que conoces de toda la vida haya muerto por una sobredosis o el VIH. Yo siempre pensaba que no iba a acabar como ellos. Si no consigues salir o estás en prisión o bajo tierra”.
La familia ha sido el sostén de Mercedes durante todos estos años, y ahora no iba a ser menos: “Una hermana mía ha dejado de hablarme hace poco, porque no cree que lo vaya a dejar. Pero gracias a mis padres no estoy en la calle. Ahora tengo un sentimiento de culpa muy grande por lo que les he hecho sufrir. Ellos te perdonan porque sí, pero yo a mi misma es más difícil”.
Durante largo tiempo, la rutina de Mercedes era ir a trabajar a la residencia geriátrica para, al regresar a casa, inyectarse su dosis en soledad: “Poco a poco me iba aislando porque la gente te deja de lado. Te ves sola y lo único que te apetece es estar puesta todo el día. Era angustioso no saber si al día siguiente iba a tener dinero para otra dosis”.
Y es que como ocurre en estos casos, el porcentaje del sueldo que destinaba a la droga era del 100%: “Tuve que pedir ayuda a mis padres, créditos bancarios o robar para pillar. Robaba a la familia, en supermercados, llegué a ejercer de correo para traficar... No estoy orgullosa de ello”.
En el ámbito laboral, nunca llegó a estabilizarse. Sus periodos de baja eran prolongadas y constantes: “No me metía en el trabajo, pero aún así los perdía. No podía ir a trabajar con el mono. Por eso, si me hacían contratos de seis meses, no me renovaban porque siempre fallaba, estaba mala, llegaba tarde, estaba con el mono... Nadie lo sabía pero era un secreto a voces”.