La joven promesa del baloncesto que lo dejó todo para ser monja
Podría haber sido una superestrella del baloncesto y haber ganado mucho dinero, pero decidió ser monja
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Desde el 8 de junio de 1991, Shelly -que iba para estrella del baloncesto- se retiró a una vida monástica con las Clarisas Pobres en su monasterio de Alexandría, en el estado de Virginia.
Lo tenía todo para convertirse en toda una leyenda del basket femenino. Durante su adolescencia jugó en diferentes equipos: con la escuela secundaria católica Bishop Machebeuf en Denver, Colorado donde estuvo tres años, llevó a su equipo al campeonato nacional de manera consecutiva y con un récord de setenta victorias y cero derrotas.
La época de los 'Wildcats'
Tiempo después pasó a jugar para los Villanova Wildcats en la Universidad de Villanova en Radnor Township, Pennsylvania. Aquí ganó numerosos títulos llegando a ser la máxima anotadora de todos los tiempos tanto en hombres como en mujeres con un total de 2.408 puntos.
Como recoge AciPrensa, se hizo amigo de Harry Perreta, entrenador del equipo de la universidad. Él también compartió su devoción a la Virgen María que había cultivado a través del Santo Rosario que rezaba con su Madre Marie Jane Pennefather, que actualmente tiene 78 años.
En un reportaje de la cadena deportiva ESPN Harry asegura que “al principio era una jugadora de baloncesto muy perezosa que no se esforzaba en la cancha cuando llegó aquí”.
Del basket profesional a monja
En 1997, seis años después de ingresar en la orden de las Clarisas Pobres como novicia, Selly, ahora conocida como la hermana Rosa María de la Reina de los Ángeles, hizo sus votos perpetuos como monja.
Como profesional, Selly Jugó durante tres temporadas en el equipo japonés Nippon Exprés, donde con 25 años, cobraba al año 200.000 dólares, pero un día decidió rescindir su contrato y regresó a Estados Unidos para comenzar una vida completamente diferente como monja de clausura. No antes de prometer donar parte de sus dividendos al convento Madre Teresa en Pennsylvania, si conseguía sacar a su equipo de los últimos puestos a las eliminatorias.
A las monjas de clausura les permiten ver a sus familiares dos veces al año y la comunicación se da a través de un separador. Las normas del convento permiten que Rosa María pueda tener contacto físico con sus familiares cada 25 años. La última vez que abrazó a su madre fue el 9 de junio de 2019 y tendrá que esperar otros 25 años más para volver hacerlo.