Lupe de la Vallina: "Los fieles añoramos un liderazgo pastoral donde brille la persona"

La artista vive su fe dentro del movimiento Comunión y Liberación, realidad eclesial que ella misma reconoce como "escuela, hogar y punto de encuentro con el otro"

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Redacción Religión

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mara los fragmentos de honestidad que es capaz de sacarle con una sonrisa, con un gesto, con un movimiento en la mirada a personajes del mundo de la política, el arte, lo social y las vidas anónimas que han poblado sus reportajes y exposiciones. «Todo el mundo trata de mostrar que está bien cuando se pone frente a ti y tiene que representar un papel… Sin embargo, poder ver la vulnerabilidad es un tesoro, algo que me hace pararme para mirarlo, fotografiarlo y quedármelo en un recuerdo que puedo ver una y mil veces».

Lupe de la Vallina vive su fe dentro del movimiento Comunión y Liberación, realidad eclesial que ella misma reconoce como «escuela, hogar y punto de encuentro con el otro». Casada y con dos hijos, compagina su intensa agenda laboral y familiar con un proyecto visual sobre el Cantar de los Cantares y ayudando, por segundo año consecutivo, a sacar adelante el Observatorio de lo Invisible. Se trata de una iniciativa llevada a cabo por el imaginero y escultor Javier Viver que busca, durante una semana en verano, vivir en el Monasterio de Guadalupe un encuentro de artistas —creyentes y no creyentes— en comunión con la espiritualidad y el desarrollo creativo. Una iniciativa que cuenta con el apoyo del arzobispado de Toledo y que este año concentrará hasta nueve talleres multidisciplinares que ahondaran en el misterio de la belleza con artistas de renombre internacional. Conversamos con ella sobre la vocación, el liderazgo, el mundo detrás de las cámaras frente, la realidad social que nos acoge y sobre algunos aspectos esenciales de la vida de la Iglesia y del mundo del arte.

—La veo como la llamada del Señor que se da a través de la vida de distintas formas. Por un lado, el matrimonio, los hijos, el sacerdocio, la consagración… Y por otro, la parte más profesional, que también es crucial, porque le invertimos mucho tiempo a nuestro desarrollo en este ámbito.

Respecto al servicio a los demás, a lo largo de los años, he aprendido que tiene que pasar antes por nosotros esa entrega porque si no, una entrega desmedida, puede convertirse en una huida de la responsabilidad con nosotros mismos. Esto no sirve ni para ti, ni para los demás, ni al Señor. Un servicio a los demás que construye, que es edificante, tiene que pasar por una conciencia de las propias necesidades, de las propias capacidades. Hay veces que servir al otro es decirle que no. La prueba del algodón para saber si mi trabajo puede llegar a ser un servicio está en cómo vivo lo que me toca, en la forma en la que me toca y qué satisfacción saco de todo ello.

—Sin querer entrar en frases hechas o lugares comunes, creo que el liderazgo, a fin de cuentas, es llevar al otro a algo bueno. Esto se puede ejercer viviendo tú de la forma más humana y plena posible. Esto genera que a quien le pueda atraer la propuesta que pones encima de la mesa pueda mirar en la misma dirección que tú y sentirse interpelado. En este sentido, el liderazgo, a mi modo de ver, no se parece en nada a tener una agenda donde tú ya has decidido que es lo mejor para la otra persona. Tanto para el liderazgo como para el servicio al otro hay que tener conciencia de lo sagrada que es la libertad y el camino del que tienes a tu lado.

En tiempos de decepción generalizada y de descreimiento institucional, ¿qué rasgos esenciales le pides a aquellos que nos lideran dentro de las estructuras jerárquicas?

La honestidad con uno mismo. Para mí, cuando sigo y escucho a alguien dentro de la Iglesia, lo que más valoro es que esa persona sea sincera con lo que ella está viviendo, que sea buena, virtuosa, y que no me proponga una idea abstracta o un sermón enlatado. Quizá en el ámbito político, este tipo de perfil yo lo doy por imposible visto lo visto. Pero en lo relativo a un liderazgo religioso, ya sea en mi comunidad o en mi realidad eclesial, busco también que esa persona se crea lo que dice. Y no solo eso. Que sea feliz en el ejercicio de su responsabilidad. Más que nada porque su forma de estar, de ser, de comunicar, puede llevarme a mí también, si veo a quien me lo dice feliz, a esa felicidad. Sin anteponer esquemas de cualquier clase: moral o fingidamente existencial. Son discursos copiados que no te transmiten esa alegría de vivir.

—No creo en los liderazgos que se configuran en campañas de

con el único objetivo de la elección o la reelección, entendiendo esto como parte nuclear del fin último del juego político para las personas implicadas. En el terreno eclesial creo mucho en el poder individual para el cambio. Un buen ejemplo es el caso de los encubrimientos de abusos u otro tipo de prácticas deshonestas y corruptas. Con que haya un obispo, un sacerdote, un laico, un corazón capaz de alzar la voz, de señalar lo que se está haciendo objetivamente mal… Esa persona puede transformar el sistema, acabar con las malas prácticas. Y lo pueden hacer en un tiempo relativamente corto. Cuando la Iglesia ha dicho «hasta aquí, ni uno más», desde el Papa hasta el último párroco de pueblo, se ha visto un cambio de la dinámica muy importante. Siempre vamos a estar sometidos a las tensiones que nos generan las pequeñas parcelas de poder, la vanidad, nuestra propia miseria… Pero yo no dudo de que casi la totalidad de los sacerdotes, en sus años de formación y posteriormente en su vida pastoral, lo único que desean y anhelan es parecerse a Cristo e imitarle en todo. Esto es lo que añoramos los fieles. En esto nos fijamos. Cualquier cambio para bien, para propiciar entornos seguros y una auténtica vivencia de la fe, va a ser celebrado y agradecido por todo el pueblo de Dios.

—Sí y no. Soy muy consciente de la implicación que puedan tener las decisiones que tomo con la cámara, pero, por ser francos, al no estar ya tan pegada al fotoperiodismo de actualidad, cuando hago fotos a alguien, sea quien sea, incluso cuando me ha tocado retratar a personajes políticos de todo signo, he intentado hacer mis fotos siempre a favor de la persona por encima de las ideas. Ver al otro, en la medida de lo posible, en la totalidad donde a veces no llegan las palabras y sí los gestos, las miradas. Estoy convencida de que hay algo rescatable y bonito en casi todo el mundo. Entrar en diálogo con una persona es la forma más constructiva de sacar lo mejor que hay en él. Ahora bien, nunca voy a medir que no salga demasiado bien alguien o demasiado amable. Directamente, no hago el trabajo. Hay muy pocas personas a las que rechazaría sacar, la verdad. En mi día a día trato de romper también con algunos cánones demasiado anquilosados. Como el patrón estético de las mujeres. Yo quiero mostrar, por ejemplo, a una mujer que no tenga una talla 38 o que tenga más de 25 años tal y como es. Yo decido representar y presentar como deseable o bello a hombres y mujeres a los que no hay que reducir la talla, ni quitarles años o negar la fuerza de la gravedad. Aquí está mi responsabilidad, que me parece que es mucho mayor en términos generales para la población porque se ve a la persona con lo que es, sin tener que hipersexualizar, sin tener que darle un maquillaje extra de filtros o temiendo caer en un puritanismo que niegue la verdad.

—¿Qué pecados y virtudes más palpables te has encontrado durante estos años de carrera?

—El pecado más común… La falta de amor y autoestima. Inseguridad respecto a cómo nos ven los demás y cómo nos vemos nosotros. Como fotógrafo, es lo peor que te puede pasar. Que alguien no se guste, no se encuentre cómodo, exponiéndose. Y la mayor virtud… La generosidad.

Pues mira… Lo primero es que no se puede hacer solo. Es necesario contar con un guía y con compañía. Sin mi familia, sin mis amigos, sin las personas que tengo de referencia no podría hablar ni de mirada ni de la ternura del corazón. El Señor se encarna. No puedo llevar a cabo una transformación personal que me enseñe a mirar mejor la realidad, con todo lo que tiene, sola en mi habitación. Lo que no sabemos es que, a pesar de que este camino no se puede hacer en solitario, es que nosotros mismos somos nuestros mejores aliados. El yo, mí persona, es el gran olvidado en muchas partes de la Iglesia. Sin medirnos, sin conocer nuestros talentos, dones y virtudes, y también nuestras carencias, es difícil darse a los demás y ver las cosas tal y como son. Hay que hacer ese camino. No queda otra. El tiempo, a pesar de que parezca contradictorio, en este sentido siempre juega a nuestro favor. Porque Cristo acompaña en ese camino, ayudándonos, afinándonos, perfeccionándonos.

Sin amor propio, la entrega es valde. ¿Qué le estoy dando al otro? No hay nada más evangelizador que una persona plena. Es irresistible. Uno sigue a Cristo por la promesa de que puede ser feliz con modelo de vida. Esta es una de las bases. Y no hablo solamente de ser el más virtuoso, el más eficaz, que es importante, claro. Pero si falta ese brillo de la persona que se reconoce a sí misma con todo… Se nota. Y mucho. Yo no puedo saltarme la llamada de que Dios se ha sacrificado por mí. Y ser yo implica ahondar en lo que soy. Y esto, con los miedos, con la soledad, con la tristeza que cargamos tantas veces, es un camino de humildad muy hermoso.

—¿Podemos vivir íntegramente la vocación artística y profesional sin contar con el sufrimiento y la belleza?

—Para ser artista, o religioso, tienes que ser hombre o mujer hasta el fondo. Sin ningún miedo. La religión debería ayudarte en esto. En poder mirarte, con todo lo que tú eres, sin temor. Esto incluye la contradicción, la soledad, la alegría, la insuficiencia, lo apolíneo y lo dionisiaco. Si tu fe no es lo suficientemente fuerte para permitirte mirar eso, tienes que darle una vuelta. El arte sale de esas heridas, de esas grietas que, como decía Cohen, permite que entre la luz. Dicho esto, todos deseamos la alegría y la paz. Creo que la felicidad es posible aún en el agotamiento más absoluto. Pienso en mis dos niños, cuando eran pequeños, cuando berreaban. Si soy capaz de aguantar eso, que es objetivamente cansado, es porque en otros 28.000 momentos del día me lleno de asombro, de maravilla. ¡Por eso lo aguanto!

—Para mí es una auténtica pasada poder vivir mi doble vertiente como creyente y artista durante una semana en la hospedería del Monasterio de Guadalupe para ampliar mi mirada sobre estos dos campos que tantas veces se han presentado, especialmente en las últimas décadas, como antagonistas. Estoy muy contenta porque este año van a estar coordinando los talleres escritores, pintores, músicos y fotógrafos de la talla de Jesús Montiel, María Tarruella, El Niño de Elche o Paula Anta entre otros. Es bonito ver la curiosidad que se despierta en los participantes, la transformación que ocurre en ellos cuando ponen en relación estos dos aspectos esenciales del hombre —como es el asombro ante lo bello— que quizá, para algunos católicos, como es mi caso, están asimilados ya desde hace tiempo y que va en sintonía con lo que la Iglesia ha sido: la principal fuente de mecenazgo del mundo cultural durante siglos. Están tan conectados y en sintonía desde el comienzo de la Iglesia en el mundo. Cuando vino a visitarnos el arzobispo de Toledo, Francisco Cerro Chaves, quedó muy sorprendido e impactado con la propuesta. La verdad es que, desde la delegación de fe y cultura del arzobispado, donde tenemos a Pilar Gordillo, que está haciendo un trabajo estupendo, nos hemos sentido muy arropados y animados para seguir adelante año tras año. Y esto es clave. Respecto a mi cometido este año no voy a organizar ningún taller. Le he pedido a Javier Viver que me deje ir de un lado a otro, tomando fotos, viendo por aquí y por allá lo que pasa en quienes se han animado a venir a dejarse tocar desde una perspectiva creativa. Esa va a ser mi tarea este verano y la verdad es que estoy muy feliz por ello.

—¿Cómo vives esa triple vocación de católica, fotógrafa y madre? ¿Dónde encuentras el equilibrio para atender todo aquello que te conforma?

—Mi respuesta real, no pocas veces, es llorando y comiendo bolsas de patatas fritas (risas). A ver. Ya en serio. Soy una frente a Dios. Llego hasta donde llego. No hay tantos equilibrios que hacer. Soy una frente a Él. Esta mañana vengo de una sesión de fotos, pasar por el estudio, ahora esta entrevista y después ir a casa a estar con los niños y ayudar en casa atendiendo el cansancio propio y el de mi marido. No entiendo que deba repartirme. Soy una y el Señor se manifiesta, llamándome a todas estas cosas a vivirlas con intensidad porque ahí es donde veo mis betas de verdad.

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