Carta pastoral en el día de los abuelos
Madrid - Publicado el - Actualizado
3 min lectura
Queridos hermanos y amigos:
El próximo viernes, día 26 de julio, celebramos la fiesta de San Joaquín y Santa Ana, padres de Nuestra Señora. Desde hace unos años en ese día se ha querido celebrar el día de los abuelos. Quiero, por ello, en este día tener una palabra sobre ellos y para ellos.
La celebración del día de los abuelos nos ofrece la oportunidad de agradecer su presencia en la familia y en la sociedad. Somos deudores de sus servicios prestados con ilusión hasta el final de sus vidas, pero sobre todo somos deudores de la fe que nos han transmitido y del amor que nos han prodigado.
La celebración de esta fiesta nos ayuda a reconocer y valorar el papel que la generación de la sabiduría desempeñada en la vida de todos nosotros.
Lo importante en la vida no es la edad, lo importante es la forma de envejecer, el ir viviendo los valores que se nos ofrecen en cada estadio de la vida. El Beato Juan Pablo II, en su Exhortación Apostólica "Vita Consecrata" escribía: "Hay una juventud de espíritu que permanece en el tiempo y que tiene que ver con el hecho de que el individuo busca y encuentra en cada ciclo vital un cometido diverso que realizar, un modelo específico de ser, de servir y de amar".
Cada periodo de la vida tiene una finalidad y ¡cómo necesita hoy nuestra sociedad y nuestras familias de sus servicios desinteresados!
"Por lo que concierne a senectud- dice Séneca- abrázala y ámala. Te procurará abundante placer si sabes cómo hacer uso de ella". Estar uno libre de las expectativas y fechas límites, de las presiones y responsabilidades, de los horarios y las actividades públicas de la madurez tiene algo que sitúa a los últimos años de la vida bajo una luz del todo diferente.
Es la etapa en la que se tiene derecho a vivir con gratitud por todas las etapas de la vida que nos han traído hasta aquí, por los recuerdos que nos causan gran alegría, por las personas que nos han ayudado a llegar tan lejos, por los logros que hemos ido grabando en el corazón a lo largo del camino. Las experiencias piden a gritos ser celebradas y en esta fiesta queremos hacerlo.
"Envejeced conmigo –escribe Robert Browning– todavía nos aguarda lo mejor, lo último de la vida, meta de lo primero". Las vidas de los ancianos no sólo tienen un nuevo color, sino que traen consigo la clase de profundidad interior que tan acuciantemente necesita un mundo acelerado. La vejez es una nueva experiencia de cómo vivir la vida, cómo exprimirle la bondad, la energía, la gratitud, la calma y la serena creatividad. En ella nos hacemos conscientes de que el éxito tiene que ver con disponer de lo esencial, con aprender a ser feliz, con entrar en contacto con nuestro yo espiritual, con llevar una vida equilibrada, con no causar daño, y con no hacer sino el bien.
Con San Pablo, en la carta a los Corintios dice: "Por tanto no desfallecemos, antes bien, aunque nuestro hombre exterior va decayendo, sin embargo nuestro hombre interior se renueva de día en día". Es la experiencia de tantas personas mayores que envejecen desde el "saborear a Dios".
"En la vejez seguirá dando fruto", afirma el Salmo 91. Este salmo celebra la confianza en Dios que es manantial de serenidad y de paz. Una paz que permanece intacta en la vejez (Cf. v. 15), estación vivida todavía en la fecundidad y en la seguridad. Orígenes comenta: "Nuestra vejez tiene necesidad del aceite de Dios. Al igual que nuestros cuerpos cansados recobran vigor ungiéndolos con aceite, al igual que la llama de la lámpara se extingue si no se le añade aceite, así también la llama de mi vejez necesita el aceite de la misericordia de Dios. Por ello, pidamos al Señor que nuestra vejez, nuestro cansancio, y todas nuestras limitaciones sean iluminadas por el aceite del Señor".
Con todo afecto os saludo y bendigo.
+ Eusebio Hernández Sola, OAR
Obispo de Tarazona