Homilía Papa Francisco, Todos los Santos, Cementerio Campo Verano Roma, 1-11-2015

Homilía Papa Francisco, Todos los Santos, Cementerio Campo Verano Roma, 1-11-2015

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Las Bienaventuranzas, camino de la santidad

Homilía del Papa Francisco en el cementerio romano del Verano, en la solemnidad Todos los Santos (1-11-2015)

En el Evangelio, hemos escuchado a Jesús que alecciona a sus discípulos y a la muchedumbre reunida en la colina cerca del lago de Galilea (cf. Mt 5, 1-12). La palabra del Señor resucitado y vivo nos indica hoy a nosotros también el camino para alcanzar la bienaventuranza verdadera, el camino que lleva al cielo. Se trata de un camino difícil de entender porque va a contracorriente, pero el Señor nos dice que quien lo recorre es feliz: antes o después alcanza la felicidad.

"Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos". Podemos preguntarnos cómo puede ser feliz una persona pobre de corazón, cuyo único tesoro es el Reino de los cielos. Pero el motivo es precisamente este: que, al tener el corazón despojado y libre de tantas cosas mundanas, esa persona es "esperada" en el Reino de los cielos.

"Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados". ¿Cómo pueden ser felices los que lloran? Sin embargo, quien en su vida no ha sentido nunca tristeza, angustia, dolor, nunca conocerá el poder del consuelo. En cambio, pueden ser felices cuantos tienen la capacidad de conmoverse, la capacidad de sentir en su corazón el dolor que hay en su vida y en la vida de los demás. ¡Estos serán felices! Porque la tierna mano de Dios los consolará y los acariciará.

"Bienaventurados los mansos". Y nosotros, al contrario, ¡cuántas veces somos impacientes, nos ponemos nerviosos, y estamos siempre dispuestos a quejarnos! Tenemos muchas pretensiones para con los demás, pero, cuando nos tocan, reaccionamos levantando la voz, como si fuéramos los amos del mundo, mientras, en realidad, somos todos hijos de Dios. Pensemos en cambio, en esas mamás y en esos papás que son tan pacientes con sus hijos, los cuales los "sacan de quicio". Este es el camino del Señor: el camino de la mansedumbre y de la paciencia. Jesús recorrió este camino: de pequeño, soportó la persecución y el exilio; y después, ya adulto, las calumnias, las asechanzas, las acusaciones falsas ante un tribunal; y todo lo soportó con mansedumbre. Por amor nuestro llegó incluso a soportar la cruz.

"Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedaran saciados". Sí: quienes tienen un sentido acusado de la justicia?y no solo hacia los demás, sino, ante todo, hacia sí mismos? serán saciados, porque están dispuestos a acoger la justicia más grande: la que solo Dios puede dar.

Y después, "bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia". Dichosos los que saben perdonar, los que tienen misericordia de los demás, que no lo juzgan todo y a todos, sino que tratan de ponerse en el lugar de los demás. El perdón es lo que todos necesitamos, sin exclusión de nadie: por eso, al principio de la misa, nos reconocemos tales como somos, es decir pecadores. Y no es un modo de hablar, una formalidad: es un acto de verdad. "Señor: Aquí estoy, ten piedad de mí". Y si sabemos dar a los demás el perdón que pedimos para nosotros, somos bienaventurados. Tal como decimos en el Padrenuestro: "Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden".

"Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios". Miremos a la cara a quines van por ahí sembrando cizaña: ¿son felices? Los que buscan siempre ocasiones para engañar, para aprovecharse de los demás, ¿son felices? No, no pueden ser felices. Quienes, por el contrario, cada día, con paciencia, procuran sembrar paz, son artífices de paz, de reconciliación: estos sí que son bienaventurados, porque son hijos verdaderos de nuestro Padre del cielo, que siembra siempre y solo paz, hasta el punto de enviar al mundo a su Hijo como semilla de paz para la humanidad.

Queridos hermanos y hermanas: Este es el camino de la santidad, y es el mismo camino de la felicidad. Es el camino que recorrió Jesús; mejor dicho, él mismo es este Camino: Quien camina con él y pasa a través de él entra en la vida, en la vida eterna. Pidamos al Señor la gracia de ser personas sencillas y humildes; la gracia de saber llorar; la gracia de ser mansos; la gracia de trabajar por la justicia y la paz; y, sobre todo, la gracia de dejarnos perdonar por Dios para convertirnos en instrumentos de su misericordia.

Eso es lo que hicieron los santos, que nos han precedido en la patria celestial. Ellos nos acompañan en nuestra peregrinación terrenal y nos animan a seguir adelante. Que su intercesión nos ayude a caminar por la senda de Jesús y alcance la felicidad eterna para nuestros hermanos y hermanas difuntos, para los que ofrecemos esta misa.

(Original italiano procedente del archivo informático de la Santa Sede; traducción de ECCLESIA)