Gloria Cecilia Narváez: «Mi plan de futuro es volver a la misión»

La religiosa colombiana que pasó cinco años secuestrada por yihadistas dice que si dependiera de ella regresaría a África

Gloria Cecilia Narváez: «Mi plan de futuro es volver a la misión»

José Ignacio Rivarés

Publicado el - Actualizado

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Estuvo casi cinco años —se dice pronto— secuestrada por terroristas islámicos. Pasó por muchos grupos yihadistas. En Malí, en Burkina Faso, en Nigeria, en Mauritania y hasta en Argelia. Casi siempre en el desierto y en condiciones muy penosas.

Han pasado solo cinco meses desde que recuperó la libertad y, sin embargo, ya está pensando en volver a la misión. De hecho, esta Semana Santa la va a pasar entre los indígenas de la Amazonía, en la frontera entre Perú y Brasil.

La Hermana Gloria Cecilia Narváez Argoti (Buesaco, Colombia, 1961) parece hecha de otra pasta: ha sufrido lo indecible, pero nadie lo diría al conversar con ella. Revive lo vivido con una gran entereza, aunque en algún momento el quiebre de su voz delate el trauma, el sufrimiento. La sostiene su fe, no se cansa de repetirlo. «Dios nunca nos abandona. La fe arraigada está ahí, camina con nosotros, y con ella podemos encontrar alivio a nuestras necesidades. Solo hay que agarrarse fuerte a ella. Pase lo que pase, el Señor nos acompaña y la Virgen María nos asiste. Y nunca nos abandona».

ECCLESIA ha mantenido una larga conversación con esta brava religiosa de la Congregación de Franciscanas de María Inmaculada. Hemos hablado de su labor misionera en Malí, de su secuestro, de los peores momentos del cautiverio, de su relación con los terroristas, de su liberación, de su encuentro con el Papa Francisco en Roma, del perdón, del reencuentro con su familia…

Ofrecemos a continuación un anticipo de la entrevista completa que aparecerá en papel en nuestro número de abril.

—En primer lugar, ¿cómo está? ¿Qué tal su salud?

—Bien. De momento, bien, tanto física como espiritualmente. Durante el secuestro también tuve buena salud. En ningún momento enfermé. Gracias a mi Dios, soporté bien el clima y las situaciones duras. Si había comida, bien; si no, también. Físicamente pude aguantar. A lo último, vi que estaba secándome bastante. Sudaba muchísimo. Me miraba los brazos y los tenía con escamas, estaba bien seca.

—Pero el suyo ha sido un cautiverio larguísimo. ¿Se ha podido recuperar bien psicológicamente? ¿No ha necesitado en estos cinco meses ayuda profesional?

—La responsable de nuestra comunidad me lo propuso, pero yo le dije que qué mejor psicólogo que Jesús. En los tres meses siguientes a la liberación me propuse escribir lo que viví; y como nuestra Congregación es eucarística y hay adoración día y noche, pues en las madrugadas me levantaba a leerlo y a orarlo ante Jesús, presente en la Eucaristía. Yo veía cómo cada día me iba sanando el alma. En esos tres meses vi que, si no completamente, porque quedan muchas cosas, muchos miedos, muchas situaciones que no han sido fáciles, sí conseguí superar lo principal y me he logrado sanar. Ya he dicho que me pueden confiar una misión a la que ir. Ahora, si Dios quiere, nos vamos con las dos Hermanas colombianas con las que estaba en Malí a una misión de Semana Santa al Amazonas, pues la Congregación quiere tener presencia también allí. Es una misión en la frontera entre Perú y Brasil.

—Pero, ¿de manera permanente?

—Primero vamos en Semana Santa, luego ya veremos cómo hacer presencia permanente.

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—Empecemos por el principio. A usted se la llevan de la misión cuatro hombres armados el 7 de febrero de 2017. ¿Iban a secuestrarla o a robar?

—A ambas cosas. En la comunidad éramos cuatro Hermanas: tres colombianas y una de Burkina Faso, y cuando llegaron, a eso de las nueve de la noche, estábamos viendo la televisión. Nos dijeron que tenían orden de su jefe de llevarse a una Hermana. Nos pidieron los pasaportes. Nosotros en la comunidad solo teníamos 30.000 francos malienses, unos 46 euros al cambio actual. No era dinero, pero era todo lo que teníamos porque vivíamos la pobreza con el pueblo. Como le digo, tenían orden de llevarse a una Hermana, y como yo era la más veterana ofrecí mi vida. Les dije: «Llévenme a mí, pero no hagan daño a las otras». Las demás Hermanas eran jóvenes y recién habían hecho su profesión religiosa.

—Salen de la casa, ¿y a dónde van?

—Me pusieron una cadena con un artefacto explosivo en el cuello y nos adentramos en el desierto. Nada más salir ya me decían: «Te vas a arrepentir, te vamos a desaparecer, te vamos a matar».

—¿Cómo lo pudo soportar?

—Yo estaba bien afianzada en mi fe. Cada día daba gracias a Dios por la vida que me daba. Me apoyaba en Jesucristo y en la Virgen Santísima, que en todo momento intercedió mucho por mí. Me sostuvo la oración y la fe, la confianza en Dios. Nunca me desalenté. A pesar de los peligros, siempre confié en el Señor. Sabía que las Hermanas, la familia y la gente en general rezaba mucho por mí. Y eso me sostuvo.

—¿Qué planes tiene para el futuro, más allá de esta misión en el Amazonas de Semana Santa?

—Regresar a una misión. Si fuera por mí, regresar a África.

—¿Querría volver a Malí?

—Pues sí. Pero las Hermanas dicen que hay que esperar un tiempo.

(La entrevista completa, en el número de papel de ECCLESIA correspondiente al mes de abril)

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