La infancia de los niños venezolanos que huyen a la frontera de Brasil: "Llegan desnutridos y tristes"

Buena parte de estos menores son acogidos en el campo de refugiados de Boa Vista, donde trabaja con ellos la misionera franciscana Sofía Quintans

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La infancia de los niños venezolanos que huyen a la frontera de Brasil: "Llegan desnutridos y tristes"

José Melero Campos

Publicado el - Actualizado

5 min lectura

Este domingo, 17 de enero, la Iglesia celebra la Jornada de Infancia Misionera bajo el lema 'Con Jesús de Nazaret somos familia'. En este 2021, la Iglesia hace hincapié en su valor como familia para muchos niños necesitados de todo el planeta.

Porque la infancia en numerosos países de África, Asia o Sudamérica no es la que entendemos en el mundo desarrollado. Allí se niño es, en muchos casos, sinónimo de sufrimiento. Que se lo digan a la hermana franciscana Sofía Quintans, misionera española en Brasil, concretamente en Boa Vista, zona fronteriza con Venezuela, y donde cada día entre 600 y 800 personas cruzan la densa sabana para acceder al país canarinho huyendo de la miseria que reina en el país que gobierna Nicolás Maduro. Entre ellos hay multitud de niños y niñas que lelgan en condiciones infrahumanas.

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“Ahora mismo llegar a la frontera con Brasil es complicado porque está cerrada, y las personas que tratan de huir de Venezuela, la mayoría de ellos mujers y niños, lo hacen a través de caminos clandestinos de la selva. Llegan con desnutrición severa, tristes y los pies destrozados de tanto caminar. Los niños tienen capacidad de resistencia, pero están marcados por su extrema vulnerabilidad”, explica la misionera.

La mayor parte de las personas que llegan del país vecino, permanecen en los campos de refugiados donde son acogidos. En el caso de Boa Vista, la mayor parte son menores de edad, algunos de ellos enfermos o con algún tipo de discapacidad, por lo que requieren de un sistema de aprendizaje especial y acompañamiento: “Escuchamos primero a sus familiares o tutores, sus historias, observamos los comportamientos que tienen, y de esa manera tratamos de acompañarles desde el área de protección de los campos de refugiados, donde les intentamos encaminar en función de sus necesidades sanitarias, educativas, de salud mental, etc.”

La dificultad de los niños para acceder a la escuela

Estos chicos están en edad escolar, por lo que las organizaciones trabajan casa día por asignarles un centro fuera del campo de refugiados en Brasil, aunque no siempre es fácil tal y como precisa Sofía Quintans, ya que apenas hay plazas en los colegios brasileños para estos menores venezolanos, por lo que quedan sin escolarizar. Para tratar de paliar esta situación, el campo de refugiados de Boa Vista cuenta un área educativa donde celebran actividades lúdicas, de integración o del desarrollo de las capacidades, además de talleres para aprender el portugués, la lengua oficial de Brasil: “Es un verdadero desafío, señala la franciscana.

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Por otro lado, a veces les asignan colegios que se encuentran a una distancia de horas caminando desde el campo de refugiados con unas temperaturas que no bajan de los 35 grados: “Los padres no pueden acompañarles porque tienen que buscarse la vida, es decir, hacer algún trabajo de limpieza o de venta ambulante para ganar algo de dinero. Los niños por ello no asisten a la escuela. Hay mucho absentismo escolar en niños venezolanos”.

"Los chicos que llegan de Venezuela normalizan la violencia"

Las experiencias de Quintans con estos chicos se cuentan por miles. El dolor y la rabia ante tanta injusticia se entremezcla con el cariño y la ternura a la hora de escuchar las historias que se esconden detrás de cada pequeño: “Venezuela vive una profunda crisis social, además de política. Las personas viven instaladas en el sálvese quien pueda, y los niños viven situaciones tremendas, con una violación constante de los Derechos Humanos. A veces ni siquiera saben distinguir entre lo que es bueno y malo, lo que está bien y mal porque lo normalizan. Para sobrevivir, algunas niñas sufren la trata”.

Durante su estancia en el campo de refugiados, siempre se intenta que los menores estén con sus padres, pese a que no es nada fácil, ya que muchas familias están divididas entre los que llegaron a la frontera y los que no: “Son familias desestructuradas. Normalmente los niños aquí están con sus madres, otros llegan solos o los traen adultos que se hacen pasar por sus padres”.

También existe la posibilidad de que estos pequeños sean amparados en un centro de menores del país canarinho, si bien es cierto que las plazas escasean, a lo que suma la xenofobia: “No han dado buen resultado”, lamenta la misionera franciscana a Aleluya.

La dificultad de las embarazadas para dar a luz en Brasil

Un porcentaje alto de las mujeres que llegan a la frontera están embarazadas. Ante la precariedad sanitaria que se vive en Venezuela, son muchas las madres que tratan de dar a luz en territorio brasileño: “Muchas de ellas son deportadas, al ser irregulares. Hace un tiempo el gobierno abrió la mano y, si la mujer acredita que está enferma, puede tener acceso a los hospitales”, explica Sofía Quintans, quien ha precisado que los recursos de los hospitales en zonas como Boa Vista también son escasos. Además, la prioridad en los centros sanitarios es para las mujeres brasileñas.

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“El brasileño tiene prioridad y las embarazadas sufren la xenofobia. Si están en campos de refugiados las menores embarazadas, se activa el protoloco de salud y vienen a buscarlas ambulancias militares. Si están para dar a luz se la llevan en ambulancia, y sino se quedan vigiladas en los centros de refugiados”.

Algunas de ellas, tras a dar a luz en el campo de refugiados, pueden acogerse al proyecto impulsado por el Gobierno de Brasil junto a otras entidades como la Iglesia, por la que se les intenta busca trabajo en otros estados del país: “Se trasladan a otros estados para que puedan iniciar un nueva vida”.

Transmitir la palabra de Dios a estos pequeños

Ante esta difícil situación, surge la gran pregunta: ¿cómo transmitirles una palabra de esperanza y de amor a Dios? La respuesta la tiene clara la misionera de origen gallego: “Estamos todos los días con Cristo vivo. Es una lucha por la vida. Estamos con un Cristo migrante, un Cristo pobre, que está enfermo, que es una niña embarazada, un hombre lleno de vida, un hombre explotado en el trabajo, que está siendo usado para la trata de seres humanos... Vivimos la esperanza cada día. Es el Dios que se encarna en nuestros hermanos y hermanas. Cuando una persona se levanta de unas situación tan dura, se autosupera, descubre sus capacidades, se siente protegido y cuidado, se integra en una nueva sociedad y Dios está con nosotros”.