Jaime Spengler OFM: “Nuestra región está marcada por una idea histórica de explotación”

El brasileño es el nuevo presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño para el cuatrienio 2023-2027

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Monnseñor Jaime Spengler OFM es el nuevo presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño para el cuatrienio 2023-2027. El brasileño, obispo de Porto Alegre, es además el presidente de la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil para el mismo periodo. Un gran desafío que emprende abierto a donde Dios quiera llevarlo en una región en la que «la polarización política y social es algo latente y preocupante y la desigualdad económica es un escándalo». El nuevo presidente del CELAM apuesta por una Iglesia clave para «promover espacios de diálogo y reconciliación» y, sobre todo, por una Iglesia pronta a transmitir «el Evangelio de la vida». Monseñor Spengler reconoce que hay un declive de las vocaciones en la región y, por ello, indica que es necesario hacer «una valiente y transparente autocrítica». También habla para ECCLESIA sobre la situación en Nicaragua.

—¿Qué programa tiene el Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (CELAM) para los próximos años?

—La misión primordial del CELAM es promover la comunión entre las Conferencias Episcopales del continente Latinoamericano y Caribeño. De este modo, la Presidencia de la entidad, dejándose iluminar por el Evangelio del Crucificado y Resucitado y siguiendo el magisterio de la Iglesia, necesita estar atenta para responder de la mejor manera posible, según los desafíos del tiempo presente, a esta tarea recibida.

—¿Cómo se coordina el CELAM con otros organismos como la novedosa Conferencia Eclesial para la Amazonía surgida tras la Asamblea Sinodal sobre la Amazonía de 2019?

—La Conferencia Eclesial para la Amazonía (CEAMA) es una organización eclesial joven que tiene una identidad hermosa: ¡es eclesial! Es decir, involucra de forma particular a todas las expresiones del Pueblo de Dios presente en esa región. Promueve la comunión y la participación de todos sus habitantes en el proceso de evangelización de este espacio extraordinario de la Casa Común para que todos, directa o indirectamente, se sientan corresponsables del cuida- do y promoción de las diversas formas de vida allí presentes, conscientes de que, de alguna manera, está en juego la salud presente y futura del planeta. Esto exige de los discípulos del Señor sensibilidad, perspicacia y capacidad de discernimiento. Tal conciencia es necesaria no solo entre quienes habitan en la región amazónica, sino que debe alcanzar a todos y cada uno. Es en este sentido que se puede entender el rol del CELAM, no solo en relación al CEAMA, sino también en relación a otros organismos presentes en el continente.

—El proceso sinodal ha sido una gran novedad, por ejemplo, en Europa, pero la Iglesia en América Latina tiene una gran tradición de participación. ¿Cree que su experiencia puede ayudar a otras regiones?

—El proceso sinodal vivido en el continente tuvo amplias repercusiones en diferentes ámbitos de la sociedad latinoamericana y caribeña. Probablemente la buena acogida de la propuesta de implicar a todos en el proceso, exprese algo que está latente en diferentes ámbitos de la sociedad: el deseo de las personas de ser escuchadas, de encontrar un espacio donde se sientan acogidas y donde puedan compartir sus alegrías y esperanzas, sus tristezas y sus angustias.

Las actividades pastorales claramente necesitan planificación y organización. Sin embargo, el riesgo de formalismo y burocratización excesiva siempre está presente. Es necesario permanecer atentos para que las relaciones en la comunidad de fe y entre esta comunidad y la sociedad estén guiadas por el auténtico espíritu evangélico según el cual cada persona debe ser respetada en su humanidad e identidad. ¡Aquí está el gran desafío! El espíritu de participación expresa algo importante del mismo Espíritu de Dios: ¡hacer nuevas todas las cosas! «Nuevas» entendido no como novedad, sino como originalmente evangélico. Es decir, llevar el vigor, la savia y la frescura de las cosas verdaderamente iluminadas, guiadas y sostenidas por la savia del Evangelio.

—La cuestión de las vocaciones, ¿es una preocupación en América Latina?

—Es innegable el declive de las vocaciones en América Latina y el Caribe. La dificultad para asumir compromisos definitivos se percibe en amplios sectores de la sociedad. Esta situación afecta al ministerio ordenado en la Iglesia, la consagración definitiva en las diversas expresiones de la Vida Consagrada y el compromiso característico de la vida en pareja, es decir, la vida matrimonial. Vivir las diferentes vocaciones dentro de la comunidad de fe presupone una experiencia decisiva de encuentro con la persona de Jesucristo. Y es a partir de la experiencia del encuentro que se pueden comprender las exigencias características de cada forma de vida. La cuestión de las vocaciones, por tanto, se relaciona con el testimonio de vida de los bautizados y con la forma, el lenguaje y los medios utilizados en el anuncio del Evangelio. Tratar el tema de las vocaciones requiere de la disposición para evaluar y analizar la forma de estar presente y de vivir en las comunidades, es decir, requiere de la disposición para asumir una valiente y transparente autocrítica. Creo que solo así será posible afrontar el desafío que representa el tema de las vocaciones.

—Parece que cada vez hay más polarización política y social en América Latina, ¿qué papel juega la Iglesia en este escenario donde campa la corrupción, la desigualdad social, el maltrato al medio ambiente o a los pueblos originarios, la discriminación hacia la mujer y la falta de respeto por la vida?

—¡La polarización política y social es algo latente y preocupante! ¡La desigualdad económica es un escándalo! La región es rica en recursos, no solo naturales. Sin embargo, está marcada por una idea histórica de explotación que no respeta a nada ni a nadie. La Iglesia evidentemente puede promover espacios de diálogo y reconciliación. ¡Dios mismo es diálogo! Por eso, proponer a todos lo esencial del Evangelio, —«Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10)— se vuelve imperativo para la Iglesia. Nosotros mismos necesitamos decir y demostrar que creemos en el poder del Evangelio de la vida. En nuestros ambientes eclesiales necesitamos aprender cada vez más a actuar con eficiencia y transparencia. ¡Solo así podremos desarrollar la vocación común de ser sal de la tierra, luz del mundo, levadura de transformación!

—¿La situación más delicada para la Iglesia en el continente es ahora mismo la de Nicaragua?

—La Iglesia no desea otra cosa que anunciar a todos que Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida. Tiene una Doctrina Social, cuyo horizonte es la promoción del bien común. En su misión, la Iglesia respeta las decisiones y elecciones realizadas según el espíritu que guía las decisiones y elecciones en los estados democráticos de derecho. Está siempre dispuesta a colaborar con las mejores fuerzas que la componen para que, iluminados por los valores del Reino de Dios, todos puedan vivir libres y dignamente, colaborando de forma activa para dejar el mundo un poco mejor a las generaciones futuras.

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