Rusia expulsa a un misionero católico por "difamación" a las autoridades: llevaba siete años en el país

El mexicano Fernando Vera era párroco de la iglesia de san Pedro y san Pablo de Moscú

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«Difamar» a las autoridades y al ejército. Este es el «delito» que ha desencadenado la expulsión fulminante del sacerdote mexicano Fernando Vera, párroco de la iglesia de san Pedro y san Pablo de Moscú, uno de los tres templos católicos con que cuenta la capital rusa.

El presbítero, de la prelatura del Opus Dei, llevaba siete años en el país y ha tenido que hacer las maletas de un día para otro. Ni siquiera se le permitió quedarse hasta la conclusión de la Semana Santa para celebrar la Vigilia Pascual y la misa del Domingo de Resurrección. Lo cuenta en AsiaNewsVladimir Rozanskij, que indica que se le ha retirado el permiso de residencia sin proporcionarle ninguna explicación.

Los fieles de su parroquia moscovita aseguran que «el Padre Fernando tiene la costumbre de llamar a las cosas por su nombre», y que esto hoy día, lejos de ser una virtud, se ha convertido en algo delictivo que tiene consecuencias. «Aunque se tomen todas las precauciones, hoy en día es difícil no caer en el delito de "difamación de las autoridades y del ejército", aunque solo se mencione la "guerra" que se está librando en Ucrania», explica Rozanskij.

El Kremlin, en efecto, ha prohibido utilizar las palabras «guerra» o «invasión» al hacer alusión a los acontecimientos de Ucrania, y la terminología oficial se sirve de eufemismos para referirse a ellas. El presidente Putin, sin ir más lejos, para informar al pueblo de la incursión habló en el discurso del 24 de febrero de «operación militar especial». Pero mientras infringir la terminología oficial «puede costar a los ciudadanos rusos fuertes multas o incluso la detención y el encarcelamiento, para un misionero extranjero significa la pérdida del derecho a permanecer en su puesto. Ni siquiera se respeta el preaviso de 48 horas que reciben los diplomáticos antes de ser expulsados», afirma el corresponsal de la agencia del Pontificio Instituto para las Misiones Extranjeras.

Presencia católica

El Padre Vera no es el primer sacerdote católico que es expulsado de la tierra de los zares, un país donde todo presbítero católico y extranjero (occidental) ha despertado siempre recelos, mucho más estos días. Antes que él, por ejemplo, en 2002 y con Putin ya en la presidencia, el enviado de vuelta a su Polonia natal fue el obispo de Irkutsk, Erzy Mazur.

San José de Irkutsk es una de las cuatro diócesis con que cuenta la Iglesia romana en el más extenso de los países del mundo. Las otras tres son las de la Madre de Dios de Moscú, San Clemente de Saratov y la Transfiguración de Novosibirsk. A ellas hay que añadir la prefectura apostólica de Yuzhno Sakhalinsk, actualmente vacante. De los cinco obispos que conforman la Conferencia Episcopal, solo el auxiliar de Moscú —el franciscano conventual Nicolai Dubinin Gennadevich— y el titular de Saratov, Clemens Pickel, son rusos, el primero por nacimiento, el segundo por nacionalización, pues es de origen alemán. Los otros tres son extranjeros: Paolo Pezzi, arzobispo de Moscú y presidente del episcopado, es italiano; y los prelados de Novosibirsk, el jesuita Joseph Wertz, y de Irkutsk, Cyryl Klimowicz, nacieron en Kazajistán.

La Iglesia católica es minoritaria en el país y está necesitada de sacerdotes. A comienzos de la década de 1920, tras la revolución, Rusia contaba con alrededor de 1.650.000 católicos, que eran atendidos por 397 sacerdotes en 580 parroquias. Un siglo después, el número de parroquias no alcanza las 300 y la atención pastoral de los fieles requiere de una importante presencia misionera, pues no hay suficiente clero nativo.

Desde la creación de las actuales diócesis, en 2002, por san Juan Pablo II, los obispos siempre han procurado mantener un perfil bajo y evitar iniciativas por las que pudieran ser acusados de proselitismo. Ello —recuerda Rozanskij— les ha llevado a profesar «una lealtad absoluta a las autoridades y sus instrucciones».

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Entrevistas a Pezzi

Esta «lealtad» ha podido comprobarse en los últimos días en las dos entrevistas que el arzobispo de Moscú ha concedido a otros tantos medios italianos. En la del periódico Il Giornale, Pezzi afirma que la cuestión de la responsabilidad de la guerra es «bastante seria y compleja», de ahí —asegura— que la Santa Sede no mencione nombres. Preguntado por la posibilidad de que Putin sea juzgado por crímenes de guerra, como pide el presidente estadounidense Biden, el arzobispo sostiene que «en general, los líderes mundiales deberían ser un poco más cautelosos» en sus declaraciones, lamentando que se haya perdido la prudencia como virtud política. También advierte de que hay que «tener cuidado» a la hora de emplear el término genocidio, porque «las palabras pueden ser tan terribles como las balas».

En la entrevista concedida a la agencia SIR, medio de la Conferencia Episcopal Italiana, el arzobispo, de la Fraternidad Sacerdotal de los Misioneros de San Carlos Borromeo, reconoce que es innegable que los efectos de las sanciones empiezan ya a notarse en Rusia, pero recuerda también que, «según las estadísticas, la operación militar especial en Ucrania cuenta con el apoyo de la mayoría de la población».

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