La indignación de los vecinos tras un año sin luz en Cañada Real: “Las ratas y las culebras nos comen”

El 2 de octubre de 2020 se cortó el suministro en la zona. Un año después, las administraciones han abandonado a las familias, mientras entidades como Cáritas ayudan como pueden

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José Melero Campos

Publicado el - Actualizado

5 min lectura

A tan solo unos kilómetros de La Moncloa, Cibeles y la Puerta del Sol (residencia de Pedro Sánchez, sede del Ayuntamiento y de la presidencia de la Comunidad de Madrid, respectivamente) resuenan 'quejíos' y lamentos que se pierden entre los cláxones y el bullicio de las terrazas de la capital de España.

Son los 4.500 vecinos del sector 6 de Cañada Real que, desde el 2 de octubre de 2020, viven sin suministro eléctrico y apenas agua. Más de un año después el problema está enquistado. Mientras, entidades como Cáritas asumen tareas de ayuda a las familias (de mayoría musulmana y etnia gitana) que corresponden a las administraciones, pero que no dejan de ser parches.

COPE.es ha regresado al asentamiento ocho meses después. La frustración que palpamos en febrero se ha transformado en resignación y en un ejercicio de supervivencia. Pero tras un verano donde los vecinos a duras penas han podido encender las neveras con generadores de luz, ahora se enfrentan al segundo invierno sin suministro. Las imágenes que dejó la nevada de 'Filomena' sobrevuela en el sector 6 de Cañada Real.

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“Estamos a las puertas del invierno y tememos que se produzcan situaciones como el año pasado, donde las adaptaciones que han hecho las familias a través de generadores y uso de gasoil y pequeñas modificaciones de energía solar, en la mayoría de los casos no serán suficientes para afrontar la realidad de un invierno. Otra vez nos viene una situación de desesperación sabiendo lo que va a pasar, por lo que pedimos a las administraciones que la Cañada Real no se convierta en lo mismo del año pasado”, reclama en COPE.es Pablo Choza, técnico social de Cáritas en la zona.

Un generador con un uso diario de entre ocho y diez horas para proporcionar algo de luz o cargar un dispositivo tiene un gasto aproximado diario de entre diez y quince euros solo de gasoil. Una cantidad que la mayor parte de las economías de la Cañada Real no pueden asumir, tal y como manifiestan los vecinos.

“Tenemos un generador pequeño para encender la bombilla y la televisión. Pero eso no da ni para poner la lavadora”. A María, una señora de sesenta años, los brazos le duelen a rabiar de tanto lavar la ropa sobre la piedra: “Los tengo baldados”, nos comenta mientras muestra la piedra.

Las altas temperaturas que hemos atravesado en los últimos meses han impedido a muchas familias conservar adecuadamente los alimentos: “Compramos todos los días lo que vayamos a comer. No podemos comprar más de dos cosas porque se pone malo, la leche se pone mala, los niños hay días que se van sin desayunar...”, lamenta una madre de familia.

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Para asearse, toca apañarse con un barreño, una técnica “insalubre”, como denuncia Yolanda. Y así vamos arrancando hojas del calendario, sin ninguna novedad en el frente. Por ello, no son pocos los vecinos quienes reclaman a las políticos el realojo en otro lugar, tal y como contempla en unos años el Pacto Regional por la Cañada Real de la Comunidad de Madrid.

“Yo quiero que me den la luz y, si no, que me realojen, ¡pero ya!. Parecemos bichos. Las ratas y las culebras nos comen”, explica entre lágrimas Mercedes, una señora de avanzada edad.

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María por su parte prefiere que devuelvan la luz ya que “no tengo dinero para pagar un alquiler y hemos echado raíces aquí. Yo vivo con mis hijos y mis nietos en la parcela”.

El técnico social de Cáritas, Pablo Choza, comenta que este realojo sería más sencillo si se dan oportunidades formativas a los adolescentes de la Cañada Real una vez finalicen la etapa obligatoria.

“Nos volcamos con la educación obligatoria y de repente hay un vacío. Desde hace un año una entidad de la Cañada Real firmó un acuerdo a través de una fundación privada para poner un autobús y que los chicos y chicas continuasen con su formación. Hay familias que acerca a los chicos a puntos de transporte. No podemos dejar de lado los procesos de formación porque, si no, es muy fácil hablar de fracaso escolar o falta de formación en la Cañada Real”.

Una estrategia que choca con la realidad, y es que muchos niños no van al colegio por falta de ropa: “No pueden ir al colegio porque no se ha secado el uniforme”, comenta una vecina, quien teme que su hijo tendrá que ausentarse de clase bastantes días en invierno.

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Por su parte, servicios como el de emergencias brillan por su ausencia en la Cañada Real. La unidad móvil pasa una vez a la semana... cuando lo hacen, ya que a veces ni siquiera se atreven a entrar por la mala fama que arrastra la zona. Mientras, mayores que precisan de una máquina para respirar se ven en situación de desamparo como consecuencia de la falta de suministro.

Pero el clima no es de violencia, sino de tristeza y resignación, por ejemplo en el caso de Isidro, anciano quien enviudó hace ocho años, y ahora comparte su parcela con sus hijos y nietos. No ha tenido ningún problema en mostrarnos cómo vive en la chabola: entre penumbras y el desorden. A la entrada, tenía encendido un camping-gas para calentarse la única comida que hace al día. “La bombona me dura dos meses porque no hay para comprar otra. Como una vez al día, no hay para más”, lamenta.

Y a la hora de repartir responsabilidades, el Gobierno Central y la Comunidad de Madrid se llevan la peor parte. Sin embargo Mercedes da en la clave: “En esta zona no se vende marihuana, pero más abajo tienen droga y luz. A los vecinos que tengan drogas que les quiten el suministro, pero a quien no tenga que nos la devuelvan”. Se puede decir más alto, pero no más claro.

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