Ya puedes participar este Sábado Santo de la oración en tiempos de pandemia del Papa con la guía de la CEE

Se trata del momento extraordinario de oración en tiempos de pandemia presidido por el Sumo Pontífice

Ya puedes participar este Sábado Santo de la oración en tiempos de pandemia del Papa con la guía de la CEE

Redacción Religión

Publicado el - Actualizado

8 min lectura

SÁBADO SANTO DE LA SEPULTURA DEL SEÑOR

MOMENTO EXTRAORDINARIO DE ORACIÓN

EN TIEMPOS DE PANDEMIA

PRESIDIDO POR EL SANTO PADRE FRANCISCO

Atrio de la Basílica de San Pedro

«Al atardecer» (Mc 4, 35). Así comienza el Evangelio

que hemos escuchado. Desde hace algunas semanas

parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas

han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se

fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de

un silencio que ensordece y de un vacío desolador que

paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente

en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos

asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del

Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada

y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la

misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al

mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llama-

dos a remar juntos, todos necesitados de confortarnos

mutuamente. En esta barca estamos todos. Como

esos discípulos, que hablan con una única voz y con

angustia dicen: “perecemos” (cf. v. 38), también no-

sotros descubrimos que no podemos seguir cada uno

por nuestra cuenta, sino solo juntos.

Es fácil identificarnos con esta historia, lo difícil es

entender la actitud de Jesús. Mientras los discípulos,

lógicamente, estaban alarmados y desesperados, Él

permanecía en popa, en la parte de la barca que pri-

mero se hunde. Y, ¿qué hace? A pesar del ajetreo y el

bullicio, dormía tranquilo, confiado en el Padre —es la

única vez en el Evangelio que Jesús aparece durmien-

do—. Después de que lo despertaran y que calmara

el viento y las aguas, se dirigió a los discípulos con un

tono de reproche: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no

tenéis fe?» (v. 40).

Tratemos de entenderlo. ¿En qué consiste la falta de

fe de los discípulos que se contrapone a la confianza

de Jesús? Ellos no habían dejado de creer en él; de

hecho, lo invocaron. Pero veamos cómo lo invocan:

«Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» (v. 38).

No te importa: pensaron que Jesús se desinteresaba

de ellos, que no les prestaba atención. Entre nosotros,

en nuestras familias, lo que más duele es cuando escu-

chamos decir: “¿Es que no te importo?”. Es una frase

que lastima y desata tormentas en el corazón. También

habrá sacudido a Jesús, porque a él le importamos más

que a nadie. De hecho, una vez invocado, salva a sus

discípulos desconfiados.

La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y

deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades

con las que habíamos construido nuestras agendas,

nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra

cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que

alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra

comunidad. La tempestad pone al descubierto todos

los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma

de nuestros pueblos; todas esas tentativas de anestesiar

con aparentes rutinas “salvadoras”, incapaces de ape-

lar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros

ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria

para hacerle frente a la adversidad.

Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos es-

tereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos

siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al

descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia

común de la que no podemos ni queremos evadirnos;

esa pertenencia de hermanos.

Oración - 337

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor,

esta tarde tu Palabra nos interpela se dirige a todos. En

nuestro mundo, que tú amas más que nosotros, hemos

avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces

de todo. Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado

absorber por lo material y trastornar por la prisa. No

nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos

despertado ante guerras e injusticias del mundo, no

hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro

planeta gravemente enfermo. Hemos continuado

imperturbables, pensando en mantenernos siempre

sanos en un mundo enfermo. Ahora, mientras estamos

en mares agitados, te suplicamos: “Despierta, Señor”.

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor,

nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no

es tanto creer que tú existes, sino ir hacia ti y confiar

en ti. En esta Cuaresma resuena tu llamada urgente:

“Convertíos”, «convertíos a mí de todo corazón» (Jl 2,

12). Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como

un momento de elección. No es el momento de tu

juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir

entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa,

para separar lo que es necesario de lo que no lo es.

Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia

ti, Señor, y hacia los demás. Y podemos mirar a tantos

compañeros de viaje que son ejemplares, pues, ante

el miedo, han reaccionado dando la propia vida. Es la

fuerza operante del Espíritu derramada y plasmada en

valientes y generosas entregas. Es la vida del Espíritu

capaz de rescatar, valorar y mostrar cómo nuestras

vidas están tejidas y sostenidas por personas comu-

nes —corrientemente olvidadas— que no aparecen

en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes

pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, es-

tán escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de

nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras,

encargados de reponer los productos en los supermer-

338 - Sábado Santo de la Sepultura del Señor

cados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas

de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tan-

tos pero tantos otros que comprendieron que nadie

se salva solo. Frente al sufrimiento, donde se mide el

verdadero desarrollo de nuestros pueblos, descubrimos

y experimentamos la oración sacerdotal de Jesús: «Que

todos sean uno» (Jn 17, 21). Cuánta gente cada día

demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose

de no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos

padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran

a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos,

cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando

rutinas, levantando miradas e impulsando la oración.

Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el

bien de todos. La oración y el servicio silencioso son

nuestras armas vencedoras.

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». El

comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación.

No somos autosuficientes; solos nos hundimos.

Necesitamos al Señor como los antiguos marineros a

las estrellas. Invitemos a Jesús a la barca de nuestra

vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los

venza. Al igual que los discípulos, experimentaremos

que, con él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la

fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos

sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras

tormentas, porque con Dios la vida nunca muere.

El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormen-

ta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y

esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido

a estas horas donde todo parece naufragar. El Señor

se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual.

Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados.

Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescata-

dos. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido

sanados y abrazados para que nadie ni nada nos se-

pare de su amor redentor. En medio del aislamiento

Oración - 339

donde estamos sufriendo la falta de los afectos y de

los encuentros, experimentando la carencia de tantas

cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos

salva: ha resucitado y vive a nuestro lado. El Señor nos

interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos

espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a poten-

ciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita.

No apaguemos la llama humeante (cf. Is 42, 3), que

nunca enferma, y dejemos que reavive la esperanza.

Abrazar su Cruz es animarse a abrazar todas las con-

trariedades del tiempo presente, abandonando por

un instante nuestro afán de omnipotencia y posesión

para darle espacio a la creatividad que solo el Espíritu

es capaz de suscitar. Es animarse a motivar espacios

donde todos puedan sentirse convocados y permitir

nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de

solidaridad. En su Cruz hemos sido salvados para hos-

pedar la esperanza y dejar que sea ella quien fortalezca

y sostenga todas las medidas y caminos posibles que

nos ayuden a cuidarnos y a cuidar. Abrazar al Señor

para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe,

que libera del miedo y da esperanza.

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Queridos

hermanos y hermanas: Desde este lugar, que narra la

fe pétrea de Pedro, esta tarde me gustaría confiarlos a

todos al Señor, a través de la intercesión de la Virgen,

salud de su pueblo, estrella del mar tempestuoso.

Desde esta columnata que abraza a Roma y al mundo,

descienda sobre vosotros, como un abrazo consolador,

la bendición de Dios. Señor, bendice al mundo, da

salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos

pides que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil

y tenemos miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a

merced de la tormenta. Repites de nuevo: «No tengáis

miedo» (Mt 28, 5). Y nosotros, junto con Pedro, “des-

cargamos en ti todo nuestro agobio, porque tú nos

cuidas” (cf. 1 Pe 5, 7).

Descárgate la guía de la Iglesia española para participar en los oficios de Semana Santa desde casa