Guzmán Carriquiry: "Seguir las catequesis de Joseph Ratzinger era un gozo literario, cultural y teológico"
El ahora embajador de Uruguay ante la Santa Sede trabajó desde el año 1971 en el Vaticano al servicio de cinco papas: "Aprendimos de Ratzinger su gran capacidad de escucha"
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El jurista Guzmán Carriquiry Lecour es un uruguayo que viajó a Roma a los 26 años junto a su esposa y ha estado desde el año 1971 al servicio de cinco papas: siete años durante el pontificado de San Pablo VI y durante todo el tiempo de los pontificados de sus sucesores, hasta el actual Papa Francisco.
En 1974 Pablo VI lo llamó a unirse al Consejo Pontificio para los Laicos y en 1977 lo nombró jefe de la oficina. Juan Pablo II lo incluyó entre los superiores de ese departamento nombrándolo subsecretario En 2005 fue confirmado en el cargo por el nuevo Papa Benedicto XVI, quien en 2011 le confió la secretaría de la Comisión Pontificia para América Latina, un organismo cuya finalidad es coordinar, junto con la Congregación para los Obispos y el Papa, las actividades de la Santa Sede en América Latina.
"Aprendimos con él su gran capacidad de escucha y de diálogo"
En una entrevista con Eva Fernández, corresponsal de COPE en Roma, Guzmán ha contado en primer lugar cómo conocieron, su mujer y él, a Joseph Ratzinger: “Lo conocimos cuando éramos novios en Montevideo, leyendo conjuntamente su 'Introducción al Cristianismo. La genialidad de su pensamiento nos deslumbró”. El matrimonio uruguayo acogió muchas veces a Ratzinger a cenar y allí tenían la oportunidad de conversar “con total libertad”: “Nosotros aprendimos con él su gran capacidad de escucha y de diálogo, su mansedumbre, su humildad, a veces hasta tímida, su rectitud humana, su calidad humana, sin hablar de su cultura y de su teología”.
Si algo tenían claro Guzmán y su mujer Lídice era que Joseph Ratzinger iba a ser el sucesor de Karol Wojtyla: “Era el principal colaborador de Juan Pablo II y por su testimonio cristiano, su limpidez y transparencia ante las inmundicias que se percibían en los corredores vaticanos. Él fue quien hablo de inmundicias en aquel famoso Viernes Santo".
"Rezábamos ya por él"
Una semana después del fallecimiento de san Juan Pablo II, Guzmán le escribió unas breves palabras al cardenal Ratzinger con una carta de su mujer Lídice: “Ahora nuestra familia reza cotidianamente por usted en este tiempo de orfandad: ¿Qué Vía Crucis será la del próximo sucesor de Pedro? ¿Cuáles exigencias profundas de humildad y sacrificio ante la desproporción de la misión confiada? ¿Qué otra cosa sino la de ser mendigo de la gracia de Dios para que no falte la fuerza, la libertad y la audacia para limpiar lo más posible aquellas inmundicias, comenzando por nosotros en el Vaticano y para mostrar mi limpia y fascinante la buena nueva confiada en la iglesia para la salvación de muchos? Es superfluo que me extienda al respecto porque estoy seguro de que usted es mucho más profundamente consciente de todo eso”. Rezábamos ya por él”.
Para el matrimonio Carriquiry, seguir las catequesis de Joseph Ratzinger, leer sus documentos y sus textos, “era un gozo literario, estético, cultural, teológico. Nadie como él en la Iglesia católica lograba introducirnos razonablemente en los grandes Misterios de la Fe. Y además afrontaba desde una lectura cristiana, cultural y teológica, los grandes temas de nuestro tiempo”.
El recuerdo del día de su renuncia
Guzman y Lídice estuvieron en la solemne dedicación del templo de la Sagrada Familia y recuerdan además una anécdota muy curiosa y divertida: “Cuando entró el Papa Benedicto y nos vio estábamos como a diez metros. Salió de la procesión y vino a saludarnos, tanto es así que los cardenales que los seguían en la procesión tuvieron que venir todos a saludarnos. ¡Como no lo vamos a querer, cómo no vamos a rezar por él, cómo no le vamos a pedir a él, no solo por nuestra familia sino por la Iglesia, como no le vamos a pedir que acompañe en sus oraciones desde el cielo de la comunión de los santos a su sucesor”.
Sobre el día de la renuncia de Benedicto XVI, Guzmán Carriquiry recuerda con conmoción y dolor todos esos primeros días: “Pude pensar de que se trató de un acto de humildad y de libertad, porque como él decía unos días antes: “No somos nosotros que conducimos la iglesia, ni siquiera el Papa es el que conduce la Iglesia, es Dios quien conduce la iglesia””.